Leyendo un texto explicativo sobre El Fiord (la infame novelilla de Osvaldo Lamborghini), volví a entrar en contacto con una idea que me ha perseguido a lo largo de los años: la influencia del futuro en el pasado. Es bastante lógico pensar que nuestras acciones en el presente tienen su eco en el tiempo venidero, no voy a descubriros nada hablando de la causalidad, ni de la relación causa-efecto. Pero ¿y al revés?, ¿pueden tener las consecuencias algún tipo de influencia o estímulo en las causas que las provocan?
En este caso, lo que el autor del texto del que os hablaba señala, es que la novelilla de Lamborghini se trata de un texto eminentemente Lacaniano, pese a que el propio Lamborghini aseveró que no sería hasta después de escribir El Fiord que se interesaría por la filosofía y el psicoanálisis de este autor (Jacques Lacan), y que precisamente ese acercamiento posterior sería la causa de que el texto ya escrito tuviese esas connotaciones.
Al leerlo, no pude evitar recordar algunos de los textos de la CCRU que leí hace unos años, especialmente los relacionados con el concepto de Hiperstición. Pero, antes de nada, convendría explicar qué demonios es la CCRU. CCRU son las siglas en inglés de la Unidad de Investigación de Cultura Cibernética (Cybernetic Culture Research Unit) un colectivo formado a principios de los noventa en la universidad inglesa de Warwick dedicado a dar rienda suelta a las teorías aceleracionistas de sus diferentes miembros y afiliados entre los que se encontraban: Nick Land, Mark Fisher (sí, el de Realismo Capitalista, el mismo), Reza Negarastani, Sadie Plant y otros tantos.
En 2015, con la publicación de los textos que escribieron entre 1997 y 2003, entré en contacto por primera vez con la figura de Land y con uno de sus conceptos más importantes, La Hiperstición (Hyperstition). “Hiperstición es un circuito de retroalimentación positiva que incluye a la cultura como componente. Puede ser definido como la (tecno-) ciencia experimental de las profecías autocumplidas”, diría el propio Land. Como podéis comprobar su estilo no es especialmente sencillo ni accesible, pero básicamente viene a referirse a una idea performativa que provoca su propia realidad, una ficción que crea el futuro que predice.
En cierto modo no se distancia tanto de la idea que tenían los griegos de la tragedia. Una profecía autocumplida. Desde el momento en el que sabemos cual va a ser nuestro futuro, todas nuestras acciones para evitarlo serán precisamente las que nos conduzcan a él. Nuestro futuro, de esta forma, sería dueño de nuestro pasado ¿Pero esto no eliminaría nuestro libre albedrío? ¿Todas nuestras agencias no se verían limitadas entonces por ese futuro que quiere materializarse en el presente? Depende de cómo entendamos el tiempo.
Podemos entenderlo de una forma no lineal, en la que los eventos por venir estén comunicados con los sucedidos y viceversa. ¿Pero y si todo sucediese en un solo momento? Si no pudiésemos distinguir entre pasado, presente y futuro, si viviésemos en un continuo ahora, esta idea podría no ser tan descabellada como a priori parecía cuando hace casi diez años leí sobre ella por primera vez.
Kurt Vonegut, uno de mis autores favoritos, escribió sobre esto en su novela Matadero Cinco. En ella su protagonista no es capaz de vivir su vida de manera lineal desde que entra en contacto con una raza de alienígenas que perciben sus vidas como un instante absoluto en el que todo ocurre simultáneamente, donde no hay acciones que precedan a otras pues todas se superponen. Y quizá esa sea la clave de todo esto (no las locas teorías que aquí he expuesto, ni la ingente cantidad de nombre y datos innecesarios, eso es lo de menos), que la forma que tenemos de percibir el tiempo cada uno, es en último término lo que articula que hacemos con él; que, en el fondo, cada uno es dueño de su propio destino.