El vulgo es necio, y por necio ama lo que entiende menos.
En un país en que las universidades viven amordazadas y los rectores arrodillados, en donde la izquierda grita y el saber se calla, la sinrazón toma el poder mientras el gobierno defiende con su silencio y su traición que la palabra es un crimen.
En tiempos pretéritos la Universidad fue un templo del saber, del pensamiento y un baluarte de la razón. Sin embargo hoy se ha tornado en plaza tumultuaria, en un espacio en donde el griterío sustituye todo argumento y la consigna al silogismo. Ya advertía Voltaire que mientras la ignorancia afirma o niega rotundamente, la ciencia duda. Es evidente que en nuestros claustros parecen haber olvidado esa máxima, lo han arrinconado mientras se entregan a la pedagogía absurda del odio y la exclusión.
El mismísimo Séneca enajenaría, ese que en sus Epístolas clamaba por la virtud del diálogo y la serenidad del juicio. Y qué pensaría Ortega y Gasset que razonaba que la Universidad no debe ser política, sino cultura. Hoy los rectores de patraña, aquellos que antaño fueron custodios de la libertad académica, se pliegan ante el capricho de turbas vociferantes y de chusma iletrada, pero también de estudiantes que deberían ser discípulos de la razón pero que en realidad se comportan como émulos de la barbarie y la vergüenza.
Que se impida a Vito Quiles —sea uno partidario o detractor de sus ideas— su derecho a exponer su pensamiento en un foro universitario, no es sino un síntoma de la tremenda decadencia moral e intelectual que nos arrastra peligrosamente al dogmatismo. Escribía José Martí que la libertad es el derecho que tienen los hombres de actuar libremente, pensar y hablar sin hipocresía, sin embargo, hoy se confunde libertad con censura y pluralidad con pensamiento único.
La Universidad que siempre fue universal, aquella que en Salamanca discutía con emperadores y que en Alcalá formó teólogos y juristas, la misma que en Madrid acogió por décadas tertulias de sabios y poetas, se ha convertido en un escenario para el linchamiento ideológico. Estamos sorprendidos ante el poder de unos pocos, del lema del mezquino, del caprichoso y alborotador, quedamos estupefactos con el grito del delincuente que ahora dice con autoridad: El que no está conmigo, está contra mí. No cabe mayor dislate, porque bien parece que lo dicen en abierta contradicción con el espíritu socrático que vio nacer aquellos centros del conocimiento.
Sucede entonces, que si no se pone freno a estos actos, si no se revierte esta deriva que se está autorizando en las universidades, si no se recupera el respeto por la palabra ajena, por el disenso y la confrontación de ideas, entonces esa dejará de ser cuna del pensamiento y se convertirá en un lugar de degradación, bajeza e ignominia. Es evidente que esos delincuentes desconocen la excelencia y más pronto que tarde les sorprenderá la advertencia de Carlos Fuentes: Cuando se pierde el respeto por la ley y la razón, la república se desmorona.
Hubo un tiempo en que la Universidad fue un reflejo del pensamiento libre, el mismísimo ágora en que las ideas se cruzaban con respeto sin que el acero del prejuicio cortase el filamento del entendimiento. Hoy, por el contrario, asistimos sorprendidos a su degradación viendo como pasa de ser templo del saber a fosa ideológica y de foro de debate a cuna de bárbaros.
El caso que estamos viendo estos últimos días con Vito Quiles, periodista y activista, como también antes ha ocurrido con muchos otros oradores, es paradigmático. Su intención de celebrar un acto en la Universidad de Navarra —a la sazón, privada, católica y, en teoría, comprometida con la libertad intelectual— terminó en suspensión, pero no ha sido por razones académicas, sino por miedo y cobardía. Es cierto que han sido muchas las presiones y las amenazas de violencia, pero es más verdadera la justificación de una absoluta incapacidad de las instituciones públicas para garantizar el orden. Relatan los medios que María Iraburu, rector de esta universidad, se vio obligada a cancelar todas las actividades presenciales por “motivos de seguridad”, entretanto, grupos radicales con viejas consignas izquierdistas y socialistas se agolpaban en las puertas, no para entrar, sino para impedir que otros lo hiciesen. Y esa basura encapuchada cumplió con su amenaza haciendo uso de su escaso pensamiento, la violencia cobarde. Lograron agredir a varios jóvenes e incluso a José Ismael Martínez, periodista del diario El Español, quien fue golpeado por menguados niñatos que acuden en manada ocultando sus cabezas para no ser reconocidos. Es la forma de actuar de las ratas, las hienas y los perfectos miedosos.
El rumbo de la Universidad española parece claro. Se dirige inmutable hacía el silencio impuesto y hacia una censura que han disfrazado de justicia social. Pero es importante que sepan y tengan por claro los docentes universitarios, que lo que hoy permiten es lo que mañana no podrán llorar. Sin duda la educación ha sido proscrita y buena responsabilidad tiene el Gobierno que, con su silencio cómplice y sus mensajes de rabia y polarización están legitimando esta deriva. Cuando desde el poder se señala y se demoniza al disidente, es cuando se siembra el terreno para que los foros del pensamiento se conviertan en campos de batalla.
Debemos defender a Quiles, sin duda, porque toda idea merece ser escuchada, discutida e incluso refutada si fuese preciso, pero nunca y de ningún modo silenciada. Estos niños asilvestrados, completos insensatos desquiciados, solamente buscan impedir hablar pero sin saber que así no se vence al adversario, por el contrario se le convierte en un mártir.
Y que no se engañen porque lo que está ocurriendo no es una anécdota, es un síntoma. No se trata de un caso aislado, es sin duda el retrato de una época. En la Universidad española ya no caben adjetivos como dignidad, coraje o inteligencia, por el contrario estamos ante los que queman libros, los que catapultan el conocimiento, los que censuran y, llegado el momento, también serán los que maten.
Sin duda la historia no perdona a los cobardes, pero nadie olvide que cuando llegue el día —porque llegará— en que se recupere la importancia y el valor de la palabra, en ese instante se recordará con desprecio a esos que la traicionaron, pero también a quienes teniendo el deber de defender la libertad prefirieron arrodillarse, como también a aquellos que pudiendo ser Sócrates, eligieron ser Pilatos.
 
                   
               
         
           
       
           
       
           
       
           
       
           
       
           
       
           
       
          