Mientras la derecha se entretiene en manifestaciones inocuas -procesiones laicas con megafonía-, comentarios, videos, tertulias, etc., cantando victoria, el poder ya ha calculado todas las salidas. No gobierna a ciegas. Gobierna con escenarios. Y en todos ellos, el resultado es el mismo: seguir mandando.
España no está ante una disyuntiva democrática. Está ante un trile político donde las cartas ya están marcadas con tres salidas opcionales, combinadas o simultáneas.
La primera opción es la más presentable, la más limpia en apariencia: elecciones trampeadas y ganadas con holgura.
El CIS ya ha hecho su trabajo: ha normalizado el resultado antes de producirse.
Ha inoculado la idea de victoria inevitable.
Ha desmoralizado al adversario.
Control del censo, ingeniería del voto exterior, dependencia clientelar, relato mediático y miedo al enemigo. No hace falta fraude burdo: basta con desequilibrar el terreno. Todo saldría según los resultados manipulados, y el esclarecimiento de las trampas no se haría visible porque ni Sánchez ni Feijóo quieren otra cosa que no sea la República en singular o plural, y mucho menos los secuaces que lenotorgan la mayoría en el Congreso.
Aquí Sánchez gana, no porque convenza, sino porque perder significaría su ruina personal: tribunales, familia, caída del sistema de concesiones, el destino de los fondos UE, y el fin del blindaje político de sus socios.
Es la vía preferida.
La menos traumática.
La que legitima todo lo demás.
Segunda opción, más eficaz y peligrosa: la crisis exterior pactada entre bastidores y controlada.
Marruecos no necesita invadir.
Le basta con presionar pacíficamente.
Una marcha humana.
Masiva.
Lenta.
Irrefrenable sin uso de la fuerza.
Ceuta y Melilla son el punto débil del Estado:
- frontera sensible
- ejército maniatado
- gobierno dependiente de socios anti-España
- opinión pública agotada
Una ocupación “humanitaria” permitiría suspender el calendario democrático, cerrar filas, imponer silencio crítico y gobernar bajo la coartada de la estabilidad.
No sería una derrota militar.
Sería una cesión política administrada.
Y quien proteste, será señalado como irresponsable, belicista o ultra.
No habría elecciones.
La tercera opción es la vía es la más cínica y jurídicamente retorcida: invocar el artículo 92 de la Constitución para promover una “consulta territorial”.
No un referéndum formal.
No una ruptura explícita.
Una consulta.
Cataluña y País Vasco como detonantes.
Con beneplácito real y de la mayoria del Congreso.
Con presión en la calle y chantaje parlamentario.
El efecto sería inmediato:
- paralización política
- tensión institucional
- suspensión práctica de elecciones
- negociación infinita bajo amenaza de ruptura
Un limbo perfecto donde el poder no se somete a las urnas y gana tiempo para recomponer apoyos.
No estamos ante si habrá elecciones o no.
Estamos ante cuál de las tres coartadas se activará.
En las tres gana el mismo.
En las tres pierde la soberanía.
En las tres, la calle derechista sirve solo como decorado.
La ingenuidad no es neutral.
Es útil.
Es funcional.
Es el mejor aliado del poder que quiere durar.
Mientras unos se manifiestan para desahogarse, otros planifican cómo no soltar el mando paralizando las causas, investigaciones y juicios.
Y cuando llegue el momento,
nos dirán que no había alternativa.
Que era inevitable.
Que era por nuestro bien.
Y ojo con esto:
una gran manifestación en Madrid para protestar, sería el escenario perfecto y deseado para provocar un incidente grave, que justificaría la aplicación del 155 contra Ayuso (el sueño húmedo del que no quiere salir del armario) con medidas excepcionales para ajustar cuentas políticas bajo la coartada del orden público concediendo la soñada revancha.
La ingenuidad no es inocente.
Es funcional al poder.
Y hoy, manifestarse así no es protestar:
es colaborar.
La ingenuidad allana el terreno, firma el acta y aplaude.