LA MIRADA DE ULISAS, aún no sale de su estupor. Una tristeza con rabia invade su alma de mujer visionaria, que sabe a lo que se expone la humanidad sino combate el odio, ya instalado en tronos donde se suele eternizar. Representa el nefasto sentimiento, semilla del mal, que crece como un cáncer sin remedio. Se multiplican sus células de manera desbordada y desordenada. El caos se hace eco de su propio malestar. Quienes más lo padecen dejan instalar el aborrecimiento en su corazón para luego sufrir las consecuencias: ahogarse en su propia confusión. Un mal que ha contagiado al mundo de forma absurda, convertido ya en la pandemia del odio. Estado que se asocia a la locura al manejar los mismos síntomas del desenfreno, hasta llegar a la licencia de matar como ocurre ya tan frecuentemente. La última matanza que tiene apenas algunas horas de haber sucedido en Sídney, Australia, aún huele a sangre fresca, ejemplariza lo que significa asesinar de manera indiscriminada para conseguir una meta final; liquidar a cuanto judío esté al alcance de la mira. Obedece a un llamado fuera de lugar de unas enseñanzas que dejan mucho que desear y deben ser condenadas debido a su aberración con resultados, que desvirtúan la condición humana. Revelan que primero, los terroristas islámicos quieren que caigan los judíos para luego liquidar a todos los infieles. Simbolizan al resto de la Humanidad que no comulga con el Corán.
La mirada de Ulisas leyó recientemente un artículo científico que señalaba el antisemitismo como una enfermedad mental, ya que no tiene un asidero lógico y menos con un criterio válido. Verifica que todo lo que sea un rechazo insensato y disparatado conforma una reacción demente, donde la razón pierde su cauce y donde finalmente se instala el extravío de la mente. Rapta el juicio para imponer una voz diabólica, como aquella que se asocia a la esquizofrenia. Hace caso a llamados interiores que no tienen asidero con la realidad. Y es lo sucede con el antisemitismo, al que le inventan cualquier mentira para reforzar el rechazo hacia el judío. Son muchos los cuentos ficticios como la gran mentira, ya desmentida hace años por la máxima autoridad papal, que los judíos mataron a Cristo. Una idea que sigue vigente en muchos espíritus que no quieren hallar la razón a la RAZÓN. Como esa falacia existen varias: mostrar al judío como el culpable de todos los males del mundo, el chivo expiatorio de la humanidad o la ficción de que fueron los que construyeron las pirámides de Egipto con sangre de niños y ¡qué decir! al condenarlos por suponer que son los dueños del mundo y de las finanzas. En fin, la lista es larga y dolorosa. La más reciente acusación, que se hace monstruosa, timadora y útil para las personas sesgadas en sus opiniones, es que Israel cometió un genocidio en Gaza. La mirada de Ulisas mete la nariz en la enciclopedia para verificar lo que significa un genocidio, sólo para constatar si la explicación académica coincide con lo ocurrido en Gaza y ¡oh sorpresa! se topa con el concepto de que el fenómeno del genocidio es considerado cuando existe la intención de exterminar a un pueblo. Y que se sepa por su amplia y real difusión, Israel jamás ha intentado destruir a los palestinos, si no hace rato les hubiera mandado una bomba para aniquilarlos. Nunca ha sido el propósito, más bien protege a la población civil palestina al hacerla mudar de lugar para evitar su muerte promoviendo evacuaciones masivas con advertencias y despliegue de volantes, mientras sus gobernantes los exponen de carne de cañón en hospitales, escuelas y en lugares bélicos para suscitar la mentira de que Israel los mata deliberadamente. En realidad, y sin ningún remordimiento, son los terroristas de Hamás quienes mandan a la muerte a sus niños, ancianos y mujeres, sin la menor consideración ni protección. Por el contrario, se benefician de cada muerte, que ellos mismos propician con dar decoraciones, dineros a la familia y además al venderles la idea de que 72 vírgenes los esperan en el cielo para complacer sus deseos. Utilizan y manipulan la repercusión que tiene cada muerte palestina en la mente de los antisemitas o de los ignorantes de la verdad, que lamentablemente no son poco y se alebrestan con el sentimiento de rechazo o el bien ilustrado llamado al odio, que mantienen en remojo. Basta despertarlo con un mínimo de voceado para que se intensifique. Es como la locura que duerme y de repente un detonante hace que estalle en manifestaciones sin control. Se confirma esta realidad en cada exponente que adhiere a las aniquilaciones por unos ideales equivocados. ¿Cómo es posible que una persona en sus cabales pueda exponer su propia vida por una idea capciosa o errada? Le hace el quite al sentido más preciado que tiene el ser humano; su instinto de conservación. En el odio se pierde la frontera con lo legítimo de un concepto que se lleva en la entraña y se arriesga la vida por una idea que borra los límites. Y todavía más grave en nombre de un dios! Son los síntomas que presenta la enfermedad mental, donde se esfuma lo básico que debe mantener en vilo y vigencia un individuo: su preservación. Cuando se evaporan esas barreras, la mente pierde control y se empeña en hacer de las suyas, como lo analizamos en cada locura cometida por los terroristas. Se adhieren al horror sin temor a morir ni a traicionar lo más elemental que debe existir en el hombre: su instinto de conservación. Si se pierde lo más primordial ¡que se puede esperar de una mente que descarría su rumbo y descamina el derrotero de los demás; sus semejantes! Lo hace sin la menor conciencia y con altos grados de furia mental, afectiva y obsesiva. Ya no es un ser humano racional sino una bestia furiosa que no calcula ni su propia destrucción. Y menos le importa la hecatombe de la humanidad. ¡Hay que saber en cuál bando queremos estar! No es difícil tomar partido cuando la razón está de nuestro lado, pero cuando se la entregamos a ideas desatinadas o sesgadas estamos expuestos a que nos ocurra lo mismo, ser fanáticos sin un norte y ser habitados por la desorientación y las mentiras que nos dañan la mente y el corazón. Las naciones que proclaman la libertad, la igualdad y la fraternidad ya están viendo sin tamices las consecuencias de lo que sucede cuando los dictámenes se hacen irracionales y el mundo se hace el loco. ¿Cuánto más se puede esperar del desastre que ya vivimos casi a diario por doquier? Sin contar aquellos actos que se frustran antes de ser cometidos, pero que no se alejan de la intención de matar al prójimo. La mirada de Ulisas se empaña con tanto dolor. ¿Hasta cuándo?