Cuando hablamos de ciberataques solemos imaginar a un hacker encapuchado robando información por puro desafío técnico. Pero la realidad es mucho más incómoda: los datos se roban porque alguien los compra, y muchos otros se obtienen sin necesidad de robarlos.
Detrás de cada filtración masiva existe un mercado estructurado, con precios, intermediarios y objetivos claros. Un mercado donde conviven actores ilícitos, empresas que operan en zonas grises, intereses geopolíticos… y decisiones cotidianas que tomamos sin ser conscientes de su impacto.
El mercado negro de los datos: una economía paralela
Los datos personales y corporativos se han convertido en una materia prima. Cuanto más completos, actuales y verificables, mayor es su valor. No todos los compradores buscan lo mismo, pero todos buscan ventaja.
1. Ciberdelincuentes operativos
Utilizan los datos para ejecutar delitos directos:
- fraudes bancarios,
- suplantación de identidad,
- estafas personalizadas,
- acceso a cuentas corporativas.
Un simple correo electrónico tiene poco valor. Pero si viene acompañado de nombre completo, documento de identidad, teléfono, cargo profesional o hábitos de consumo, se convierte en una herramienta de precisión.
2. Redes de extorsión y ransomware
Aquí el dato es arma y amenaza. Antes de cifrar sistemas, muchas bandas analizan la información robada para decidir:
- qué documentos filtrar,
- a quién presionar,
- dónde duele más.
La extorsión moderna ya no es solo técnica; es psicológica y reputacional.
3. Compradores “grises” y empresas intermediarias
No todos los datos circulan en foros clandestinos. Existen compañías que, mediante capas de intermediación, adquieren información para:
- perfilar comportamientos,
- entrenar modelos predictivos,
- anticipar decisiones de consumo o riesgo.
Aunque no siempre conozcan el origen exacto de los datos, participan en un ecosistema donde la trazabilidad y la ética se diluyen.
4. Estados y actores geopolíticos
En el ámbito de la inteligencia y la seguridad nacional, los datos son poder. Perfiles de altos cargos, infraestructuras críticas o hábitos de personal sensible tienen un valor estratégico enorme. A menudo no se obtienen directamente, sino que se reutilizan datos previamente robados o filtrados.
5. La reutilización infinita
Un dato no desaparece tras una filtración. Se revende, se cruza con nuevas bases, se actualiza con información pública y se enriquece con inteligencia artificial. Por eso, una brecha antigua puede seguir teniendo consecuencias hoy.
El otro mercado: los datos que entregamos voluntariamente
Hay una parte del sistema que rara vez cuestionamos: los datos que no nos roban, sino los que cedemos.
Aceptamos cookies sin leer.
Conectamos aplicaciones entre sí.
Damos permisos “solo por un momento”.
Y esos datos —legales, consentidos, perfectamente empaquetados— también se compran, se venden y se explotan. No en la dark web, sino en acuerdos empresariales, marketplaces de datos y contratos invisibles para el usuario.
La diferencia no es el uso final del dato, sino el envoltorio jurídico.
Cuando el consentimiento no es comprensión
¿Sabemos realmente:
quién almacena nuestros datos,
durante cuánto tiempo,
con qué terceros se comparten,
qué decisiones automatizadas se toman con ellos?
La mayoría no. Y cuando una base de datos “legal” se filtra o se hackea, el daño es exactamente el mismo. El atacante no distingue si el dato fue robado o cedido con un clic hace años.
El factor humano: el verdadero objetivo
Más allá de la tecnología, los datos sirven para entender y anticipar comportamientos humanos.
Saber cuándo confiamos, cuándo estamos cansados, cuándo bajamos la guardia.
La ciberseguridad ya no va solo de sistemas, firewalls o cifrado. Va de personas, decisiones y responsabilidad.
La pregunta incómoda
No es solo quién compra los datos robados.
Es cuántos de los datos que mañana se venderán ya los hemos entregado hoy.
Porque en la era digital, el dato no es el nuevo petróleo.
Es la huella humana que dejamos al movernos.
Y cada huella, tarde o temprano, alguien aprende a seguirla.