Fabricando el mundo

La velocidad del mundo (y la lentitud de las cosas)

Vivimos una época acelerada. Cada semana aparece una nueva herramienta, un nuevo lenguaje, un nuevo modelo de inteligencia artificial que promete cambiarlo todo. La tecnología avanza tan deprisa que, muchas veces, sentimos que no llegamos. Todo parece inmediato, mejorable, desarollable.

Pero nosotros no somos inmediatos.

Somos humanos. Y el cuerpo —el cerebro, las emociones, los procesos de aprendizaje— no evolucionan a la velocidad de un algoritmo.

La nueva generación ha crecido en un entorno donde todo ocurre al instante: las fotos se revelan solas (revelar fotos, dios mio, como se nota mi edad jeje), los mensajes llegan antes de que terminemos de escribirlos (ya se encarga nuestro teléfono de rellenar eso que queremos escribir), las películas se reproducen sin esperar a que descarguen (como en el eMule), las ideas se generan en segundos (gracias a la IA)...

Y eso crea una expectativa peligrosa: que todo en la vida debería funcionar igual de rápido.

Sin embargo, el mundo físico no obedece a esas reglas.

La materia tiene su propio ritmo.

y mucho más largo.

En la fabricación —ya sea digital o manual— hay procesos que no se pueden acelerar. La madera necesita cortarse y laminarse para poder trabajar con ella. El filamento de la impresora 3D necesita enfriarse cuando sale del extrusor. El láser necesita cortar a una velocidad que a veces nos parece lenta. 

Los materiales tienen límites, los prototipos requieren prueba y error, y el aprendizaje lleva tiempo. Fabricar algo real sigue siendo un acto de paciencia.

Esa lentitud no es un defecto. Es parte del proceso.

Cuando fabricas, no solo estás produciendo un objeto: entras en diálogo con la realidad. Aprendes cómo reacciona el material, cómo falla, cómo mejora. Te adaptas. Reflexionas. Ese tiempo de espera —que el mundo actual intenta eliminar— es el que nos conecta con el acto más humano de todos: comprender.

La velocidad con la que vivimos nos hace creer que ir más rápido es avanzar más. Pero a veces, lo que perdemos por el camino es comprensión, profundidad, contexto. Podemos generar diez ideas en un minuto con una IA, pero sólo la entendemos realmente cuando la construimos, la probamos, la tocamos.

El mundo digital nos ha acostumbrado a apretar un botón y obtener resultados. El mundo físico, en cambio, nos enseña que las cosas que valen la pena se fabrican con tiempo. Que no todo lo que tarda es ineficiente. Que la lentitud puede ser también una forma de precisión, de cuidado, de amor por lo que hacemos.

Quizá lo que nos toca ahora no sea correr más, sino recordar cómo se camina.

Volver a reconciliar la velocidad del pensamiento con el ritmo de las manos.

Dejar que lo digital nos inspire, pero que lo material nos centre.

Porque fabricar sigue siendo, ante todo, una conversación con el tiempo.