Crónicas de nuestro tiempo

Nerón en Moncloa

En el año 68 d.C., el Senado de Roma declaró a Nerón enemigo público. Las legiones se alzaron en Hispania, su guardia pretoriana lo abandonó y el emperador, acorralado, huyó disfrazado hasta la villa de su liberto Faón, como una rata acorralada convencido de la ingratitud de quiénes no le supieron valorar. Allí, solo y tembloroso, cavó su propia tumba y, ayudado por su secretario, se quitó la vida antes de ser capturado.

Roma, que había ardido bajo su reinado -al igual que lo ha hecho una gran parte de España- respiró, pero quedó sumida en un año de caos.

Veinte siglos después, la historia parece escribir una grotesca secuela en clave española. Pedro Sánchez (nuestro Nerón) que empezó su gobierno prometiendo regeneración, ha convertido el Estado en su propio escenario. Colonizó el Poder Judicial, se apropió del TC, usó el CIS como orquesta y redactó leyes a la medida de sus socios. Pactó con quienes juraban romper el país, indultó a condenados, concedió amnistías, dinamitó la división de poderes y contribuyó para que su mujer, su hermano y algunos familiares, se beneficiasen de forma supuestamente corrupta. Como Nerón, pensó que el pueblo sería su claque eterna.

Pero el poder absoluto es una trampa: tarde o temprano, los aliados se cansan del titiritero. ERC y Junts exigen cada vez más, Bildu le recuerda que la factura está pendiente, Sumar amenaza con bajarse del escenario. Europa empieza a levantar la ceja, y hasta en el obsoleto PSOE se escuchan rumores de descontento.

En este libreto moderno, el tercer acto se aproxima. Imaginemos la escena final: las instituciones, hartas de ser pisoteadas, inician un cerco político y judicial; el Parlamento ya no le garantiza mayorías; el Tribunal Supremo empieza a investigar su entramado de favores; Europa le exige explicaciones sobre corrupción y amnistías.

Sánchez, acorralado en Moncloa, convoca a su círculo más íntimo de corruptos inmorales. Los barones socialistas guardan silencio para no perder las alforjas. La calle se llena de protestas. Los ministros, comprados con dinero, silenciando sus debilidades, con miedo al dictador y mamando prebendas, buscan salvar su futuro manteniendo al reyezuelo Sánchez como si fuese la última batalla de Cid Campeador, con Robles y  Marlasca haciéndole honores y aclamaciones sin tampoco dejarle salir del armario.

Moncloa se convierte en una Domus Aurea del siglo XXI, aislada, con las persianas bajadas y las redes sociales ardiendo.

Entonces llega la última escena: los aviones oficiales despegan en la madrugada rumbo a República Dominicana, refugio tropical del dinero defraudado y de tantos políticos caídos. No hay dimisión solemne ni despedida de Estado, solo un comunicado leído por un portavoz balbuceante: “el presidente ha decidido tomarse un tiempo para reflexionar”.

Lo que deja atrás es un país fracturado y en llamas. Las calles se convierten en campo de batalla: por un lado; colectivos radicales, okupas, inmigrantes ilegales robando e incendiando, y clientelas subvencionadas defendiendo el legado del “líder ausente”. Por el otro, el pueblo llano, hastiado, reclamando orden, justicia y elecciones. Los antidisturbios dando leña, deteniendo gente y algún muerto que justifique un levantamiento de las derechas. Una especie de guerra civil de baja intensidad, con ayuntamientos sitiados, carreteras cortadas, boicots, y una nación exhausta temiendo que nuevamente las izquierdas provoquen otro 36.

Como Roma después de Nerón, España tardará años en recomponerse. Pero quizás de esa crisis surja una regeneración, un nuevo pacto nacional que devuelva la dignidad a las instituciones y el respeto al Estado de derecho, dejando atrás el movimiento Woke, la carroza del orgullo, el lenguaje no inclusivo binario y toda la infecta degenerada de vagos y maleantes que hoy padecemos de la mano de la UE.

Suetonio cuenta que Nerón exclamó: “¡Qué artista muere conmigo!”. Si algún día cae el telón de este gobierno, quizá escuchemos una frase parecida, transformada en propaganda:

“¡Qué progresismo muere conmigo!”

Pero la historia es implacable. Ni los artistas ni los políticos son eternos. Lo que queda, cuando se apaga el ruido de los coros y de la propaganda, es el país. Y España merece mucho más que vivir eternamente en la tragicomedia de un Nerón contemporáneo. Además, España ha pasado por invasiones que siempre ha superado con el ardor patriótico del hartazgo.

Éste contemporáneo Nerón, no morirá matando ni se suicidará. Hostigará a qué el pueblo se enfrente luchando por una quimera imposible nacida de la cabeza podrida de un Zapatero cuyo reflejo satánico lo vimos en su encuentro familiar y gótico con Obama.

Es evidente, que nos queda la transición dolosa de un individuo cuyo propósito es aplicar el 155 en Madrid, y hacer todo el daño que pueda antes y después de sacarnos de la OTAN y posiblemente de la corrupta UE.