En España, donde la tradición pesa tanto como una buena farmacopea, algunos nombres de botica han sobrevivido en la memoria popular, aunque jamás hayan figurado en un rótulo oficial. Uno de esos nombres es “la farmacia del Obispo”. ¿Existían? Bueno… más que propiedad directa del prelado, lo que hubo a veces fueron boticas muy cerca del obispado, o promovidas por éste. Y claro, la gente les ponía mote: “La botica del Obispo”. De toda la vida hemos sido muy amigos de apodos, que es llamar las cosas por lo que parecen.
En León tenemos un buen ejemplo de esa tradición: la botica del Hospital Catedralicio de Astorga, una joya barroca del siglo XVIII nacida al amparo de un obispo empeñado en cuidar la salud de su gente además de sus almas. No figuraba así en los papeles, pero cualquiera sabía quién había pagado la estantería, los tarros y el buen hacer de aquel lugar que ahora se conserva en el Museo de la Farmacia Hispana.
Pero la historia es caprichosa y, buscando farmacias del Obispo, nos topamos con una que merece capítulo aparte, porque allí lo que hubo fue alguien que sería obispo. Sí, un boticario de profesión que acabaría llevando mitra y cruz pectoral. Se llamaba Pedro José Sánchez Carrascosa y Carrión, aunque eso era mucho nombre para su pueblo de Manzanares, donde todo el mundo le decía “Perico el boticario”, con cariño manchego y sin imaginar el destino que le esperaba.
Perico estudió Farmacia, regentó una botica en Madrid junto a la Gran Vía, en la calle Jacometrezo, y se ganó la vida muy bien, estudiando de noche, analizando aguas medicinales y haciendo planes de sabio inquieto. Su familia pensaba que acabaría casándose con una buena dote y dejando una excelente herencia. Pero él, de repente, anunció que se hacía sacerdote. Y cuando aún se estaban recuperando del susto, añadió que también vendía la farmacia. Eso sí que fue dolor para la familia, más que una sanguijuela mal aplicada.
Tras ordenarse, predicó, ayudó en epidemias, dirigió hospitales improvisados y, casi sin querer, fue llamado a misiones mayores. Tanto, que un buen día llegó la noticia a Manzanares como un trueno: Perico, el de la rebotica, había sido nombrado obispo de Ávila. La sorpresa fue mayúscula, aunque no tanto como cuando, obedeciendo órdenes superiores, tuvo que presentarse a senador y participar en la elaboración de la Constitución de 1876 para defender la fe católica en España. No todos los obispos pueden decir que antes de la mitra tuvieron su propia farmacia y luego un escaño en las Cortes.
Así que, aunque quizá nunca nadie haya visto un cartel luminoso que diga “Farmacia del Obispo”, sí hubo una farmacia cuyo farmacéutico llegó a obispo. Y hasta hay quien juraría que el mote de “Perico el boticario” llegó a sonar en los pasillos del Senado.