Alcazaba

Viñetas del mar

Recientemente, mi hija me hizo dos preguntas bastante poéticas, y traté de resolverlas, de acuerdo a los registros de la memoria, de los cuales uno espera fidelidad. Quiso saber cuáles son los barcos que más recuerdo; cómo eran, en qué circunstancia los vi. También, cuáles, creo, son los colores favoritos de su abuela.

“El primer barco grande que conocí fue el “Granada”, arrendado por la Flota Mercante Grancolombiana. Ahí, el hermano de mi padre, Rubén Arias Salinas, era camarero. Un día habló con el capitán y me invitó a almorzar a bordo en compañía de mi padre. Experiencia maravillosa. Mi tío llegó con su chaqueta abotonada hasta el cuello; traía dos platos enormes con pollo horneado y puré. Fue la primera vez que almorcé sobre las olas -el barco estaba amarrado al muelle de Buenaventura- con mi tío ausente, atareado en su trabajo. Luego fue mayordomo de la Flota y era placer para nosotros salir por los pasillos del barco tocando una campana que llamaba al comedor. 

Una noche, mi padre nos llevó a conocer un barco enorme que llegó al puerto, el más grande, decían, que había atracado ahí. Era muy moderno para su época –fines de los 60- y tenía grúas eléctricas, una especie de ascensores que izaban la carga y la tripulación. Veíamos aquel barco, como se observa un parque de atracciones. 

En una tarde de domingo, estaba acodado en el La Rambla, el muelle de lanchas, viendo llegar turistas. Debía tener catorce o quince años; de pronto, observé cómo se alejaba un barco viejo, escorado; avanzaba trabajosamente y echaba humo negro. Un lanchero dijo que era el “Nehatí”, o “Neatí”, un barco ruso. Lo he buscado en Internet, pero no aparece. Quizá sucumbió años después. Se veía oxidado, de muerte.

Al puerto llegaban barcos ingleses como el “Oak bank”, con tripulación india. Me volaba del colegio para ir a practicar inglés con navegantes que siempre tenían problemas en las calles. Hacían sus propios cigarrillos con picadura “Prince Albert´s”, la que envolvían en un papel especial que llamaba a confusión. Estos marinos de India dejaban té en la cocina de mi casa. Venían de un mundo tan limitado que ofrecerles una Coca Cola era como una ofensa. “Is very expensive” (es muy caro), decían, y finalmente la aceptaban como un grandísimo honor. 

Una mañana, también en el muelle de lanchas, hice un descubrimiento musical; de una falúa bajó un joven marinero, no sé si inglés, con una camiseta que decía “The Beatles”, encima de cuatro cabezas, como trapeadores. Más tarde sabría que se trataba del grupo inglés que tenía al mundo bocabajo.

En otra tarde vi a la distancia, desde un puente, al “Norway”, uno de los barcos más grandes del mundo, amarrado en un muelle de Miami. Lo tenían, creo, en viajes turísticos por el Caribe.

Un barco que me hubiera gustado conocer: el “Princess of Asia”, en el que llegó el abuelo chino de quien fuera mi mujer; arribó al muelle de Vancouver en 1912. Tenía 12 años; en esa época los chinos que llegaban a Canadá, debían pagar un impuesto de 500 dólares al “Dominium of Canada”, con lealtad a la corona inglesa. Tengo copia de su certificado de entrada a América. Aparece ahí con un corbatín. Imagínate, un niño de doce años que cruza el Mar de China en busca de un lugar del mundo, sin familia, solo. ¡Inimaginable! 

“A tu abuelita le encantan las rosas, dije a mi hija; de hecho tiene un rosal aquí en la ventana, que hace cortar cada mes, en luna, y al que le entierra ajos en las raíces, para que el color de las rosas sea más brillante. Siempre le gustaron los canarios; unos amarillos vienen a visitarla en el balcón. Se llaman canarios de montaña. A ella le gustan los colores terrosos y también algunos muy alegres, pero combinados en algún diseño. Por ejemplo, el rojo solo, no le va; tampoco el azul o el verde.

Espero que esta respuesta resuelva tus interrogantes”.