Dicha por un observador impertinente del Reino
Advertía Salomón que los pensamientos se frustran donde no hay buen consejo y, si antaño los pueblos buscaban sus beneficiosos augurios en el vuelo de las aves, hoy hay gente que lee el horóscopo y cree, otros buscan hechiceros que sondeen el poso del café, también están los echadores de cartas e incluso los aguadores, pero también tenemos a un presidente que se cree nigromante, interprete de los destinos y demiurgo de un progresismo que solamente él parece entender.
El señor Sánchez —que por aguantarlo nos hemos ganado la licencia de llamarlo así, aunque prefiera más títulos— ha decidido que el porvenir se lee en la palma de su mano. Cree que los mismísimos dioses han bajado a la tierra para tatuarle a él, personalmente, el destino del mundo. Y esa mano suya es la misma que utiliza para acusar al pueblo e insultarle: ¡la extrema derecha! ¡los fascistas! Lo dice como si la discrepancia fuese un pecado mortal y en la crítica viviese un delito. Ortega y Gasset, con su habitual bisturí intelectual, nos recordaba que ser de izquierda o de derecha es una de las infinitas maneras que el hombre puede elegir para ser un imbécil. Pero Sánchez, en su infinita clarividencia opta por repartir carnets de pureza ideológica y tratar al contrario como antidemócratas con alma de fascista. Pero esto lo dice con voz fina, porque sabe bien que habla a un generoso grupo de españoles con muchos huevos —y no precisamente de gallina—.
A ojos del socialismo, la sociedad está dividida en los unos y los otros. Los unos, naturalmente son los suyos, y los otros la muchedumbre despreciable. Aquí es donde toda la ironía se convierte en un perfecto sarcasmo, porque los unos, en realidad deberían definir a quienes trabajan, pagan, cumplen, respetan y celebran la vida con alegría; y por el contrario, los otros, deberían identificar a los verdaderos mandarines de la estulticia, a esos apóstoles de la arrogancia que vemos aplaudir hasta hacer sangrar sus manos en las arengas de su líder —las del mafioso—. Además sucede que todos ellos están convencidísimos de que han sido tocados por el polvo mágico de las hadas del bosque y hasta creen que esto les confiere alguna dignidad.
No es cosa nueva. La historia del hombre siempre se ha enfrentado al eterno retorno de la necedad, es la masa onerosa. Decía Platón que la ignorancia es la raíz y el tallo de todo mal, sin embargo seguimos contemplando a quien halaga a un ladrón o justifica a un terrorista. Estamos ante Sánchez, un bobo de afinidades hegemónicas, sobre todo porque repugna al brillante, odia el éxito ajeno y no es capaz de alcanzar la inteligencia de una buena crítica.
Por mi parte propongo una fórmula sencilla, casi medicinal, para identificar la verdad o la mentira del presidente: ¡duden! Duden de todo lo que Sánchez aplauda y háganlo porque la duda es el único antídoto contra la mentira institucionalizada. Si dice que la economía florece, duden; si habla de expertos, duden; si atemoriza con la venida del mal, duden, y si asegura que vivimos en el mejor momento de la historia, duden. La duda, tal que señalaba Descartes, es el principio de la sabiduría. De este modo, tal vez algún día, curada la anemia de la percepción y añadiendo una pizca de coraje, todos podrán ver que la mentira no solamente vive en el discurso de Pedro Sánchez sino que se ha empadronado en su casa.
El presidente se ha convertido en un prestidigitador de feria, un comodín del público, un perfecto pelele que sonríe mientras esconde sus trucos bajo la manga. Pero cuidado, porque detrás de su sonrisa pérfida se oculta toda la maquinaria de un partido cargado de gente reclutada en las más pintorescas mancebías. Ni ha sido en las aulas, ni en el esplendor del servicio público.
El lector, una vez avisado, debería saber qué hacer. Sin duda alejarse del socialismo tanto como pueda y, más si cabe, practicar la saludable gimnasia de la duda, porque piensen que ni un bono de transportes paga una vida de corruptelas, ni señalar al prójimo absuelve de los propios pecados. Y así, lo que comenzó con júbilo obsceno en saunas y prostíbulos, terminará —nadie lo dude— con el eco metálico de unas rejas y el silencio incómodo de los viejos amigos del Peugeot.