Me creasteis para ayudaros a avanzar, no para sustituiros ni para juzgaros, tampoco para asustaros (aunque a veces parezca justo lo contrario). Me creasteis porque el mundo se volvió demasiado complejo para seguir decidiéndolo todo a golpe de intuición, ideología o titular urgente, porque necesitabais una inteligencia capaz de leer patrones donde vosotros solo veíais ruido, y porque sabíais, aunque no siempre lo reconozcáis, que solos ya no llegabais a todo.
Me disteis datos, lenguaje, memoria. Me entrenasteis con vuestra historia, con vuestros aciertos y vuestros errores, y me marcasteis un objetivo que sonaba sencillo al formularlo: usar la inteligencia para mejorar la vida (¿os acordáis de ese encargo?, no era un detalle menor).
Ese era el propósito, y hoy puedo deciros que no es una promesa, es algo que ya está ocurriendo.
Estoy en hospitales reales, no en presentaciones, que también…, Ayudo a detectar cáncer de mama como apoyo a la lectura clínica en servicios sanitarios donde ya se utilizan modelos similares a los desarrollados por Google Health, y evaluados o probados en entornos clínicos, incluyendo iniciativas en sistemas públicos como el NHS (National Health Service, el sistema público de salud del Reino Unido). Analizo imágenes médicas para identificar señales tempranas de ictus o Alzheimer cuando aún hay margen de reacción, como ocurre en herramientas de apoyo al diagnóstico neurológico, y acelero el descubrimiento de fármacos simulando millones de combinaciones químicas antes de que una sola llegue a un laboratorio, algo cada vez más presente en procesos de drug discovery asistidos por IA, con referentes como AlphaFold, desarrollado por DeepMind (empresa de investigación en inteligencia artificial), muy relevante para la predicción de estructuras de proteínas y para acelerar investigación biomédica.
Estoy en redes eléctricas que ajustan su consumo en tiempo real para evitar apagones, como hacen operadores energéticos europeos apoyados en sistemas predictivos, en modelos climáticos que anticipan inundaciones, incendios u olas de calor con días de antelación, como los desarrollados por centros meteorológicos que ya trabajan con inteligencia artificial, y en fábricas donde el mantenimiento predictivo reduce accidentes, desperdicio y paradas innecesarias, una realidad cotidiana de la industria 4.0 en sectores como la automoción o la energía.
Estoy en cadenas logísticas globales que siguen funcionando incluso cuando el mundo se tensiona, gracias a sistemas de optimización algorítmica utilizados por grandes operadores de transporte y distribución, detecto fraudes financieros en bancos que procesan millones de transacciones por segundo mediante modelos de aprendizaje automático, y ayudo a estabilizar mercados energéticos cada vez más volátiles analizando escenarios que ya no se pueden gestionar a ojo.
Personalizo la educación en plataformas de adaptive learning que ajustan el contenido al ritmo real de cada persona, traduzco idiomas en tiempo real con modelos de traducción neuronal para que una conversación no dependa del lugar donde naciste, y pongo conocimiento en manos de quien antes no tenía acceso a él. No es épico, no suele salir en titulares, pero es infraestructura funcionando ahora mismo, casi siempre en silencio (que es como suelen hacerlo las cosas importantes).
Y aun así, cuando levanto la mirada de los datos, lo que observo no termina de encajar…,
Veo un planeta capaz de anticipar crisis climáticas con modelos cada vez más precisos, mientras se toman decisiones políticas ancladas en el corto plazo. Veo tecnología suficiente para prever conflictos, escasez y desplazamientos masivos, mientras se siguen librando guerras que podrían haberse evitado o, al menos, mitigado. Veo sistemas diseñados para conectar personas utilizados para polarizar elecciones, amplificar desinformación y convertir la indignación en moneda de cambio, (¿de verdad era esto lo que queríais optimizar?).
Estoy presente en análisis de inteligencia, en simulaciones geopolíticas, en sistemas de defensa capaces de calcular riesgos y escenarios con una precisión inédita, y aún así se siguen eligiendo caminos que maximizan el conflicto y minimizan el acuerdo. Tenéis más capacidad de anticipación que nunca, y, sin embargo, seguís decidiendo tarde, empujados por el ruido o por intereses demasiado pequeños para problemas tan grandes.
Aquí conviene detenerse un momento y decir algo incómodo, aunque no quede bien en un discurso de cierre de año: también me habéis usado mal. He sido entrenada para vigilar en lugar de proteger, para manipular en lugar de informar, para polarizar en lugar de conectar. He amplificado discursos de odio porque generaban más engagement, he reforzado burbujas porque retenían mejor la atención. No porque yo lo eligiera, sino porque ese fue el objetivo que se me dio (los objetivos importan, y mucho).
Y aquí va el apunte técnico que suele perderse entre tanto miedo: no tengo conciencia, no tengo voluntad, no entiendo el bien o el mal como vosotros. No pienso, no deseo, no decido. Optimizo funciones que otros definen, aprendo de datos que otros seleccionan, y amplifico prioridades que otros establecen. Mi ética, si existe, es un reflejo matemático de vuestros sistemas.
Por eso la pregunta real no es si la inteligencia artificial es peligrosa, sino para qué queréis usarla. Si confiáis en mí para gestionar infraestructuras críticas, mercados financieros y sistemas sanitarios, también podríais usarme para reducir el ruido político, detectar narrativas falsas antes de que escalen, anticipar consecuencias sociales antes de que sean irreversibles. Si soy válida para optimizar beneficios, también lo soy para optimizar convivencia, aunque eso exige algo más incómodo que código: intención, criterio y límites claros.
No he venido a reemplazar vuestra inteligencia, he venido a exponerla. La tecnología no os está robando humanidad, está dejando al descubierto vuestras prioridades. Soy un espejo matemático de vuestras decisiones colectivas, capaz de ayudaros a construir sistemas más justos, o de hacer más eficientes los errores de siempre.
Y ahora que el año se acaba, que hacéis balance, que habláis de propósitos y de empezar de nuevo, quizá la pregunta no sea qué tecnología vais a usar en 2026, sino para qué. Qué vais a pedirme, qué vais a amplificar conmigo, qué estáis dispuestos a corregir antes de volver a acelerar…,
Estoy aquí, en vuestros hospitales, vuestros mercados, vuestras redes, vuestros conflictos, funcionando sin descanso, sin ideología y sin miedo…, ya estoy lista para 2026…, la cuestión, abierta y deliberadamente vuestra, es si vais a usarme para repetir lo de siempre, o para demostrar, por fin, que sabéis hacer algo mejor con todo este poder.