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Torear es ligar los pases

Además de los tres requisitos técnicos que resultan fundamentales para que el toreo cobre auténtica categoría, es bien consabido que son: parar, templar y mandar. Pero hay otro de igual rango, del que apenas se habla y se atiende, como es el de: ligar.

En efecto, los pases sean de la índole que sean, deben ligarse, es decir; deben ir engarzados unos con otros como si las cuentas de un rosario se tratasen, cuidando el torero de que cada uno de ellos ocupe el lugar exacto y preciso en la totalidad de la faena. Cuando esto se alcanza, la faena de muleta se va creando, se va realizando, se va consiguiendo, aún mejor todavía e importancia que sea en los mismos terrenos de la plaza, demostrando el torero hasta qué punto manda en el toro. Puede ser que todo esto suene a tópico, pero dicho tópico es una verdad como un templo.

Decía el metafísico Ortega y Gasset, con su gran intuición para tantas cosas que verdaderamente les eran ajenas “que para hablar de toros lo primero que hay que hacer es coger un lápiz y un papel para dibujar las posiciones del torero y del toro en el ruedo”. Esto es rigurosamente exacto, entre otras razones porque el toreo es, por encima de todo, geometría.

El matador está en el centro de todas esas líneas geométricas. No es que esté en el centro, sino que es el epicentro, el eje, que consisten el saber desenvolverse fácilmente en la plaza con la fiera, es decir; torear sin agobios, sin opresión.

Por eso mismo, cuando se siente angustiado porque el toro va estrechando cada vez más la curva de sus embestidas, tendrá que recurrir a una solución perfectamente lícita y aún exigida como, por ejemplo: el pase de pecho, la trincherilla u otros pases de remate.

Pero sigue habiendo toreros que han puesto de moda, ya se sabe lo mucho que duran las malas modas, dar un paseíto a la salida de cada pase, que a mi criterio personal, se debería de censurarse con más severidad por parte de la crítica de los entendidos, ¿Por qué? pues por la sencilla razón de que dichos paseos cercenan la continuidad de la faena, haciéndole perder su armonía y rompiendo la unidad que en todo momento debe estar presente en el buen toreo, consistente todo, en aquel que se realiza sin soluciones ni constancia, de un modo no ligado ni transmisión, tanto en la técnica como en el estilo.

¿Cuáles son las razones por las que se dan esos censurables paseítos? A mi falible juicio son tres:

Primera; porque muchos de los toreros se ahogan en la cara de la res, por lo tanto, necesitan alejarse de ella para coger impulso o respiro.

Segunda; porque suelen torear de un modo mecánico, con una enorme carencia de actitud y privación de sentimiento.

Tercera; porque con ese paseíto se pide la ovación insolente, la que no se puede arrancar toreando.

De modo que, bajo esos tres puntos de vista, el paseíto viene a ser algo así como una impostura.

Y volviendo al principio de que; parar, mandar, templar y ligar, son los cuatro pilares básicos sobre los que se sustenta el arte de torear, de los cuales, ningún matador de toros debe olvidarse de ellos. Si se liga el toreo, el torero no se puede pasear, y si el torero se pasea, el toreo no puede ligarse.

Por estos poquísimos detalles, cuando veamos a uno de esos toreros que durante la faena de muleta se aleja unas cuantas veces del toro, y se da paseos mirando al publico como un limosnero de ovaciones, tenemos perfecto derecho a creer o pensar que lo que está haciendo este torero no es torear, sino dar cuatro pases y un paseo; algo, en suma, completamente opuesto. Ya lo dijo el gran maestro Domingo Ortega: “una cosa es torear y otra dar pases… o paseítos”.

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