Crónicas de nuestro tiempo

El faraón de Galicia

Parece ser que Alberto Núñez Feijóo ha querido ilustrar su “doctrina de la paciencia” con una ocurrencia prestada. Al parecer, Javier Arenas -ese eterno superviviente del Pp-  le recordó un dicho de Curro Romero que le pareció luminoso: «Qué difícil es comer despacio cuando se tiene prisa».
Y ahí, entre la ocurrencia y la analogía taurina, el gallego se sintió inspirado. Adoptó aquella frase como un lema de gobierno, como si el país entero tuviera que esperarle mientras él mastica ideas sin tragar ninguna.

Esa es, en realidad, la receta del autoproclamado “Faraón de Galicia”: prudencia, templanza y una lentitud que, más que reflexión, parece miedo. Y lo peor es que lo dice convencido, con la serenidad de quien cree haber descubierto una filosofía de Estado en una frase de un torero de leyenda que, por cierto, también sabía correr cuando el toro embestía. Porque si algo compartieron Curro Romero y Feijóo, es ese arte singular de la retirada elegante.

Feijóo, alias el pusilánime, se nos presenta como el Curro Romero del Pp: da un pase de muleta de vez en cuando, levanta tímidamente a sus “Cayetanos” del tendido -en uso peyorativo, claro está-, y vuelve a su burladero a esperar que el toro se canse. Su faena no emociona, pero se justifica con solemnidad. Su lentitud se vende como virtud.
Y mientras él “come despacio”, Sánchez se da un festín: aprueba leyes, reescribe la Constitución moral de España, negocia con delincuentes y construye su nación de naciones a toda prisa.

Feijóo no es lento porque tenga prisa. Es lento porque teme moverse. Porque cada paso puede molestar a alguien, o peor aún, a Sánchez, su verdadero referente político.

En el fondo, sueña con que un día el presidente le mire con ternura y le diga: “Feijóo, tú también eres de los nuestros.” Y él, emocionado, respondería que sí, que también es socialista “a su manera”, y que su anhelo no es derrotar a Sánchez, sino sucederle con su bendición, aunque sea como presidente de una imaginaria República Gallega.

Los hechos lo confirman: el Faraón del Pp prefiere pactar con su verdugo antes que con Isabel Díaz Ayuso, esa mujer que encarna todo lo que él no puede soportar: determinación, coraje y una voz propia. Todos los que han osado hacerle sombra han terminado apartados o difamados. Él sabe que, si entrega la cabeza de Ayuso, Sánchez le dejará caminar un metro por detrás, y eso -piensa Feijóo- ya es un triunfo personal.

El problema no es sólo su cobardía, sino su ingenuidad. Su famosa pregunta en el Congreso -“¿Desde que es secretario general, se ha financiado su partido ilegalmente, sí o no?”- fue el ejemplo más puro del candor político. Es como si alguien hubiera preguntado a Rajoy si el PP se financió alguna vez ilegalmente, esperando que respondiera “sí” con honestidad. Eso no es estrategia: es torpeza con corbata. Es hablar sin speechwriter y sin instinto de poder.

El gallego ha confundido la oposición con una tertulia de sobremesa. No combate, no incomoda, no provoca miedo en nadie. Su misión parece ser fingir que lidera mientras Sánchez gobierna.

Y así, la derecha se adormece al compás del toreo lento del Faraón, soñando con elecciones que nunca llegarán. Porque ni Feijóo cree que habrá adelanto, ni mucho menos lo desea.

Nada teme más que el toro de la responsabilidad embistiendo de frente, con 500 kilos de soberanía y patriotismo moviendo la cabeza.
Feijóo dice, pero no hace. Hace, pero a medias. Y cuando calla, Sánchez avanza.
Lo peor es que sus verdaderos enemigos no son los socialistas ni los separatistas, sino los patriotas; los conservadores sinceros; los españoles que aún creen que España debe gobernarse sin miedo.
Y mientras él divaga entre frases de toreros y guiños de Arenas, el país se desangra al compás de su prudencia.

Prepárense, porque antes de un año vendrá la gran maniobra: la excusa perfecta para aplazar elecciones, la tormenta que lo justificará todo. Y entonces, cuando todo caiga en cascada, Feijóo seguirá comiendo despacio… aunque ya no quede nada sobre la mesa.