La Real Academia de la Lengua Española admite la palabra “pijo” y lo define como: “una persona que, en su vestuario, modales, lenguaje, manifiesta gustos propios de una clase social acomodada”. Por el contrario, se denomina en el argot popular “cani”, como “la conducta y vestimenta opuesta a la del pijo, haciendo referencia a jóvenes que sus actitudes pueden resultar horteras o macarras”. Pero no es de semántica de lo que quiero reflexionar, sino de una nueva “moda” barbárica que, aunque no es nueva, sí ha entrado de nuevo con furor en el dislate nacional. El hecho consiste en que un adolescente arremeta y agreda, sin motivo ni razón, a otro adolescente, a quien no conoce de nada, pero que le “parece” que es un pijo. La “gracia” no acaba ahí. Hay que subir la hazaña, una vez consumada, a las redes sociales, y demostrar la estupidez supina que tiene el agresor que además de cometer un delito le da publicidad. ¿Indigencia intelectual? ¿Falta de valores cívicos? ¿Necesidad de autoafirmación para pertenecer a una tribu? ¿Problemas de comunicación intrafamiliar? ¿Repetición de unos modelos sociales patéticos y vacíos? ¿Ausencia de correcciones y castigos en la educación? Posiblemente todos ellos y alguno más. Según estudios de Psicología Social “el adolescente no es violento” por naturaleza, aunque su tormenta hormonal algo le predispone a ello. Dicho esto, sí sabemos que existe un sector de ese grupo social que practica conductas inadecuadas e intolerables como la “caza al pijo”. Estos adolescentes se sitúan en los dos extremos socioculturales: en el bajo y en el alto. Entre los dos grupos no llegan al 5% de la población juvenil; pero, eso sí, son muy ruidosos, y además se les presta atención. Ellos encantados, el resto preocupados. La “violencia gratuita” entre los jóvenes puede deberse a múltiples factores, uno importante es una necesidad patológica de “autoafirmación”, en la que tiene mucho que ver la “presión grupal”, ya que se exigen estas conductas para pertenecer a una banda, tribu o grupo. Estas conductas se manifiestan sobre todo entre los 15 y los 21 años, pero empiezan a cuajar años antes, entre los 12 y los 14...
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