La reciente conmemoración del aniversario de la Constitución española de 1978 ha despertado en mí una mezcla de añoranza y de recuerdos. En mi larga vida como profesional del periodismo, la transición de un sistema dictatorial a uno democrático, que asombró en todo el mundo, la viví en mis carnes. No puedo ni debo ignorar la Ley para la reforma política, como antesala de un parlamento democrático que se lanzó a la difícil y hermosa aventura de crear una Constitución abierta y generosa, de todos y para todos, salvando enormes dificultades, que asombró al mundo para lograr una Carta Magna que pudiera durar y perdurar, como fruto de un consenso que en principio parecía imposible. Me viene a la memoria una frase de Jean Cocteau que tengo siempre presente: “No sabía que era imposible, así pues lo hizo” Los políticos de la época no se pararon a pensar si era o no posible, y por ello lo hicieron”.
Tuve el honor y la responsabilidad de informar de los debates, tanto de la Ley para la Reforma Política, como de la Constitución para los tres telediarios, a las tres de la tarde, a las nueve de la noche y el de la noche en la única televisión que había entonces, Televisión Española. Aquello sí era una misión imposible: resumir en unos pocos minutos horas de debate. Lo más importante era dar a conocer el texto aprobado. Además de ello, a las siete de la tarde uno de los siete ponentes me informaba de los acuerdos adoptados. Si en la Ley para la Reforma Política a los nombres de Fernando Suárez y de Cruz Martínez Esteruelas como oradores de lujo, habría que añadir el de Miguel Primo De Rivera en la sombra. Y, por encima de todos, como Presidente de las Cortes, la figura fundamental de Torcuato Fernández Miranda, que consiguió pasar “de la Ley a la Ley”. Con Su Majestad el Rey Juan Carlos, y con la presencia imprescindible de Adolfo Suárez, se formó un trío que logró pasar de imposible a posible. Así entraron en la historia de España, aunque más adelante el Rey cayera en una actitud irresponsable, cayendo en un problema muy borbónico, que tiene relación con la bragueta. Debo confesar que yo era pesimista que los esfuerzos para un cambio de régimen de forma ordenada y pacífica fuera posible. No tuve en cuenta la capacidad de sacrificio de los políticos de entonces, su renuncia de muchos principios para llegar a un consenso y conseguir una Constitución de todos y para todos. Hay que destacar el trabajo dialogante de los siete ponentes. Hoy sólo quedan vivos Miguel Roca Herrero de Miñón. Pero no puedo olvidar a los demás, y recuerdo como a las siete de la tarde, en el Congreso, un Ponente se encargaba de informarnos sobre el resultado de las deliberaciones. Enrique Tierno Galván, que no pudo ser Ponente, fue encargado de redactar el prólogo a la Constitución, donde pudo demostrar la altura de sus conocimientos.
Gracias a la Constitución de 1978, España ha podido vivir un largo y fructífero período de paz y progreso. Pero parece que ahora volvemos a las andadas, al enfrentamiento y la división, a poner todo en entredicho. Los padres de la Constitución que sobreviven, de derechas y de izquierdas, advierten del riesgo de desandar el camino emprendido durante más de cuarenta años. Esto me preocupa. Hay una palabra que se quiere desterrar de la vida española: la palabra patriotismo. Hay grupos y partidos que no creen en España, más aún, que odian a España. Yo, modestamente, estoy con Miguel de Cervantes, en sus palabras de hace unos siglos, que para mí son ahora de rabiosa actualidad: “Irremediablemente no dormido, late mi corazón a cada instante. Y España, España, España, es su latido.”