No hace mucho (28/08/2025) nuestros amigos de El Debate informaban (1) que un tal Jordi Graupera García-Milà, independentista catalán, imparte doctrina desde Princeton en el tiempo libre que le dejan las colaboraciones en Catalunya Ràdio, El Mundo, La Vanguardia, Público, RAC 1, SER, ARA, El Nacional y El Periódico ¿Qué doctrina imparte el menda? Pues que “El español es una lengua genocida. Posiblemente la que más lenguas ha destruido a su paso: con muertos y represión”. Y patatín patatán. El susodicho fundó con la independentista fugada Clara Ponsatí el partido Alhora, se presentaron a las elecciones autonómicas (2024) cosechando el 0,44% de votos (ningún parlamentario). Asimismo, el articulista de El Debate enlaza el caso de Graupera con el de Xavier Sala i Martin que entre sus grandes logros está haber afirmado que “la independencia (de Cataluña) se consigue a hostias” aunque él las evita (recibirlas, porque darlas ni en sueños) acogiéndose a sagrado bajo las faldas de la nacionalidad estadounidense y su residencia en Columbia.
Dejo para próxima pieza comentar con despacio la doctrina del menda Graupera, ciñéndome aquí a resaltar otra faceta del independentismo catalán que ya en su momento señaló Félix Ovejero: la importancia de las facultades catalanas de economía en tanto bastiones independentistas y fábricas de haters antiespañoles. Esto lo consiguieron, en parte, becando en universidades estadounidenses, en aras de prestigiarse y diferenciarse de los subdesarrollados españoles, a los estudiantes más maleables políticamente, ansiosos de empoderamiento y débiles psíquica y moralmente hasta la compensarlo con ego supremacista. O sea, hornadas de poligoneros middle class criados en el culto atávico al caganer, apestando a malas digestiones de fuet de Vic y purines de cerdos cebados en las granjas holandesas de Tractoria. Puro revolcón en el fango. Fangoria. Con menos cerebro que los grillos, por otra parte, incapaces de suministrar resultados propios de la buena ciencia, sólo aptos a parir “suntuosas burradas” –que decía Ortega- como la Teoría de Juegos. Grupos de presión político-intelectuales, independentistas, que se apoyan recibiendo y otorgando favores, citándose recíprocamente en sus publicaciones, votándose descaradamente entre ellos para la obtención de premios y, en general, practicando entrismo y cooptación en todas las instituciones españolas que sirvan a sus fines. Tan ingenuos somos los españoles, esa es la verdad ¿Si pueden explotar y vampirizar las plataformas españolas en privativo beneficio por qué no habrían de hacerlo? A esa táctica Artur Mas le llamaba astucia. Así, una manada de mediocres absolutos se consideran muy astutos, muy por encima de los españoles, tan lerdos. Y no es de extrañar, ahí tienen a Illa –correveidile del Gran Cabrón- dándoles la razón. Y el dinero. Y el poder. Y la traición. Y la venganza. A los independentistas. Astucia.
Todo empezó, más o menos, con Joan Hortalà, próximo al Opus Dei durante el franquismo lo que le permitió conseguir la cátedra de economía (1965) con el enchufe de Laureano Lopez Rodó y Fabián Estapé. Astucia. Cuando llegó la democracia el dinero se pastoreaba en otros prados y allí se fue Hortalà (ya Consejero de Industria) hasta llegar a secretario de ERC, cambiando de chaqueta, y presidente de la Bolsa de Barcelona. Un carrerón. Otro carrerón de otro chaquetero fue el de Andreu Mas-Colell que con el marchamo de izquierdista perseguido en Barcelona, se licenció en Valladolid (1966), fue becario en Minnesota antes de escalar a Harvard gracias a los demócratas que vieron en el hispanic rebelde, reconvertido a la economía de mercado, el arquetipo idealizado del sueño americano progresista, avalado de consuno por su feliz matrimonio con Esther Silberstein y su amistad con Hugo Sonnenschein de quien heredó la edición de Econometrica. Un caganer de manual que ha sabido hacer amigos. Retornado a Cataluña (1995), Mas-Colell, independentista encumbrado por El País, jugó un papel relevante durante el Procès. Jordi Galí, Sala i Martin, Clara Ponsatí, etc., son algunos de los protegidos de Mas-Colell favorecidos, como él mismo, por cargos y premios bien remunerados, verbigracia, Premio Rey Juan Carlos I de Economía, Premio Rei Jaume I, Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, etc. ¿Creen ustedes que han tenido la dignidad de renunciar a los premios, y al dinero, una vez implicados en el Procès? Ni de broma, la pela es la pela.
Sabedores los independentistas que España se mantiene unida, a duras penas, gracias al fútbol y a la lotería no cejan en exigir una selección nacional propia que pueda, llegado el caso, jugar contra España. Y a su pupila Elsa Artadi, otra eminencia de Harvard, ordenó Mas-Colell (que a día de hoy sigue siendo miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas) crear La Grossa para competir con el premio Gordo de Navidad tan profundamente anclado, como el turrón, en la compartida tradición española. Fracaso total.
El caso de Clara Ponsatí es más descarado si cabe. Especialista en Teoría de Juegos –insustancial culto a la trivialidad matemática- fue parachutada por Mas-Colell a la Prince of Asturias Chair, en Georgetown University, desde donde hacía, pisándose el morro, propaganda independentista cobrando de España. Finalmente, García-Margallo decidió no renovarle el contrato por actividades anticonstitucionales, lo que permitió a la del morro arrastrar su rencor por las aceras a grito pelado en tanto víctima del fascismo españolista. Poco antes, Ponsatí había publicado en La Vanguardia una pieza -"Beneficios, costes y teoría de juegos" (23/11/2012)- en la que desarrollaba una argumentación que muestra a las claras el cacao mental del que hacen gala quienes aplican la TdeJ sin discernimiento. Según Ponsatí, la mayoría de los catalanes preferían la independencia para no sufrir el expolio fiscal que les imponía el Estado español. Ahora bien, les preocupaba quedar fuera de la UE por un veto de España; llegado el caso, la independencia unilateral, no negociada, no les interesaba. Ponsatí proponía analizar la situación con la lógica de las interacciones estratégicas que proporciona la Teoría de Juegos. La conclusión a la que llegaba era que como para España también sería costoso que Cataluña permaneciera fuera de la UE, la decisión lógicamente coherente de Madrid -ante el hecho consumado de la independencia- utilizando la racionalidad de la Teoría de Juegos sería no oponerse al ingreso de Cataluña en la UE. En resumidas cuentas, los catalanes debían votar por la independencia toda vez que la amenaza de España no era creíble. Ya ven ustedes las suntuosas burradas que ampara la TdeJ. Sin embargo, el dislate de Ponsatí tuvo mucho éxito entre los independentistas -siempre agarrándose a clavos ardiendo- y poco después Jordi Galí se descolgó con un artículo en El País en el que daba por hecho que Cataluña independizada seguiría en el euro bajo el paraguas protector del BCE. Galí, otro protegido de Mas-Colell, hizo su tesis con Olivier Blanchard, profesor en el MIT y director del servicio de estudios del FMI. Ambas lumbreras –en las quinielas del Nobel- fueron incapaces de anticipar la crisis de las subprimes a pesar de los miles de ecuaciones estocásticas en derivadas parciales de los modelos del FMI. Pura chatarra.
Y así transitó Cataluña –quién lo hubiera dicho- de Tractoria a Fangoria pasando por Harvard.