Todos los fenómenos del universo, y por ende de este minúsculo planeta en el que habitamos, están regidos por las leyes de la física, y todas ellas se describen mediante fórmulas matemáticas. ¡Qué pereza de física y matemáticas! Lo de menos es que el Universo se haya creado mediante unas fórmulas matemáticas o que éstas sirvan para describir lo ya creado: el caso es que lo hacen. Tiene toda la lógica del mundo pensar que, una vez existente el Universo, todos sus integrantes estarán regidos por las mismas leyes, que son las que le dotan de orden y armonía. Por tanto, la capacidad pensante de los seres humanos (admitiendo que unos piensan más que otros y algunos nada) necesariamente obedecerá a esas leyes. Y entre éstas se encuentra la capacidad de idear edificios matemáticos que las describan, es decir, que el propio universo nos dota de instrumentos para poder entenderlo, y esos instrumentos son los pesados y agobiantes modelos matemáticos, modelos que todos sabemos que no fallan nunca y que son exactos, salvo cuando te ponen una trampa por medio de una aparente paradoja, y te lleva a la ignorancia. Para cubrir todo el espectro de realidades con que nos encontramos, hemos descubierto los números naturales, los enteros, los reales y los complejos, cuya denominación no proviene de su complejidad, aunque lo sean, ya que ¡complicados eran un rato! Ni que decir tiene que la estadística es la rama que más posibilidades de manipulación tiene. Y por último, nadie dudará que para ir a la Luna hay que hacer unas cuantas cuentas, pero yo, prefiero quedarme en la Tierra, y con mis letras.
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