Hace unos días, participé en la reunión mundial de Fab Labs, FAB25, celebrada este año en la República Checa. Un evento que, durante una semana, reúne a personas de todo el planeta que tienen algo en común: usan la fabricación digital para transformar sus ideas en objetos reales. Y no lo hacen solo por hobby. Lo hacen por necesidad, por emprendimiento, por comunidad, por impacto.
En mi charla de 10 minutos, presenté el proyecto Fabrico tus Ideas, una iniciativa que lancé con una pregunta muy concreta: ¿Hay más personas en el mundo fabricando cosas localmente, para resolver problemas locales, y usando un Fab Lab como plataforma de colaboración?
La respuesta fue un sí rotundo. No solo había personas haciendo exactamente eso. Había decenas de personas que también creen que la fabricación digital no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para fortalecer a las personas, a las pequeñas empresas y a las comunidades.
Conocí a gente que fabrica piezas innovadoras en zonas rurales de África, que produce dispositivos médicos de bajo coste para países en desarrollo, que crea soluciones de accesibilidad en barrios europeos, que monta micro fábricas móviles en Asia. También conocí a quienes están empezando, que quieren crear productos para su barrio o su ciudad, pero no saben por dónde empezar. Y ahí es donde esta red cobra todo su sentido.
Porque un Fab Lab no es solo un taller con máquinas. Es un espacio donde puedes aprender, compartir, equivocarte, rehacer y avanzar acompañado. Un lugar donde las ideas dejan de ser abstractas para convertirse en piezas, en herramientas, en objetos útiles. Y hay más de 3.000 Fab Labs en el mundo. En pueblos, en ciudades, en universidades, en centros sociales. Están ahí, esperando que alguien los use para algo real.
FAB25 ha sido una experiencia increíble no solo por las personas que conocí, sino porque me recordó algo esencial: no estamos solos fabricando. Aunque a veces parezca que somos pocos los que creemos que se puede hacer innovación desde lo pequeño, desde lo local, desde el taller compartido… la realidad es que hay una red global trabajando en lo mismo.
Y compartir ese propósito —fabricar cosas que sirvan, que tengan sentido, que aporten valor— es profundamente esperanzador.
Mientras los grandes sistemas siguen apostando por producir lejos, rápido y barato, esta red apuesta por fabricar cerca, con cuidado y con personas. Y cuando conectas todas esas experiencias, te das cuenta de que estamos construyendo una infraestructura invisible pero poderosa: una red distribuida de fabricantes del mundo.
Una red que no depende de grandes presupuestos, sino de voluntad. Que no espera a que lleguen soluciones desde fuera, sino que las crea desde dentro. Que usa lo digital para fortalecer lo físico. Que entiende que lo importante no es solo hacer, sino hacer con sentido.
Volví de FAB25 con muchas ideas, nuevos contactos y la certeza de que el futuro no lo fabricará una sola empresa, ni una sola tecnología, ni un solo país. Lo fabricaremos todos, desde nuestros rincones, si aprendemos a compartir, colaborar y seguir preguntando: ¿qué puedo hacer yo desde aquí?