Crónicas de nuestro tiempo

El Papa Alejandro VI

MATEO, 18: 19,20.- 19 Además os digo, que si dos de vosotros se ponen de acuerdo sobre cualquier cosa que pidan aquí en la tierra, les será hecho por mi Padre que está en los cielos. 20 Porque donde están dos o tres congregados en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos. 

No olvide esta cita bíblica, donde Jesús en el versículo 19 está advirtiendo a sus apóstoles que cualquier cosa que se pidan en la tierra les será concedida. El capítulo de Mateo continúa en el versículo  20, añadiendo, que donde estén dos o tres congregados pidiendo algo, allí estará él para que el Padre se lo conceda.

Lo que vamos a leer a continuación, quizá, y solo quizá, explique, por qué, sorprendentemente, cuando los obispos del mundo entero y el Papa, como representante de Dios en la tierra, suplican a Dios que se paren las guerras; que no siga la peste matando inocentes; que pare la pandemia; que pare el hambre y la miseria, etc., algunas personas nos preguntamos si tendrá algo que ver con el comportamiento guerrero, soberbio y vanidoso, que muchos Papas han mantenido con la arrogancia y el poder egocéntrico del mando, la codicia y las posesiones, utilizando la excomunión como amenaza de condena eterna. Se supone que Jesucristo advirtió una condescendencia divina del Padre ante una súplica hecha con Fe.

EMPECEMOS:

Pocas figuras como la del valenciano Rodrigo Borja (1431-1503), que fue papa durante once años bajo el nombre de Alejandro VI, elegido por el cónclave, en 1492 a quien gustaba llevar una rutina más lejos de Dios que cerca del diablo, siempre rodeado de escándalos y conductas depravadas cuya vida llena de excesos, fiestas y orgias fue notable y vergonzosa para la Iglesia.

Había nacido en el seno de una familia valenciana poderosa y sin escrúpulos, la de los Borja, apellido que fue italianizado como Borgia. Su tío Alfonso, ayudado por un juego de oscuros intereses, fue elegido Papa en 1455 con el nombre de Calixto III

Rodrigo se convirtió en cardenal con 25 años de edad. Tras la muerte de su tío, cuyo pontificado apenas duró tres años, regresó a España para convertirse en obispo de Barcelona y arzobispo de Valencia. Inevitablemente las intrigas en Roma siguieron su curso, y, a la muerte de Inocencio VIII, los mismos intereses que habían promovido a Calixto –con ayuda de la compra de numerosos votos cardenalicios– consiguieron sentar en la silla de Pedro a su sobrino Rodrigo Borgia con el nombre de Alejandro VI.

Corría el mes de agosto de 1492 y estalló el escándalo, porque el nuevo papa no era precisamente un dechado de virtudes morales. Siendo cardenal había tenido cinco hijos con Vanozza Catanei, que a su vez era hija de una antigua amante. De los vástagos, cuatro eran varones –Luis, Juan, César y Jofre–, y sólo una –Lucrecia–, mujer. Se decía que ésta mantenía relaciones incestuosas con sus hermanos y con su propio padre, el Papa.

Alejandro VI manejaba el pontificado como una empresa personal, pero además se permitía el lujo de mantener una política matrimonial con sus hijos. Nombró a Juan duque de Gandía, a Jofre lo casó con la nieta del rey de Nápoles y a Lucrecia la hizo casar tres veces sucesivamente. Para actuar con más libertad, su hijo César renunció al cardenalato y se casó con Carlota d’Albret a fin de estrechar las relaciones de su santo padre con el rey de Francia. 

Eso le valió el control de todo el norte de Italia y la admiración de Nicolás Maquiavelo, quien escogió a César Borgia como modelo de príncipe. Los procedimientos de los Borgia eran, ciertamente, un espejo del aforismo maquiavélico “el fin justifica los medios”.

Pocos Papas han merecido una condena tan unánime por los historiadores de todos los tiempos, ganada merecidamente por su sacrílega vida marcada por el libertinaje y la lujuria.

Su gobierno papal estuvo caracterizado por la ambición política y la falta de escrúpulos. La figura de Alejandro VI ha sido objeto de numerosas obras literarias y cinematográficas, cuyo legado sigue siendo objeto de debate y controversia en la actualidad.

El episodio más conocido de este Papa, golfo y degenerado como tantos otros que le predecedieron y sucedieron, fue la famosa fiesta, conocida como "El banquete de las castañas" o "El banquete de las cortesanas", fue una muestra más del lujo y la decadencia que caracterizaban a la corte papal de la época.

César Borgia, por su parte, era el hijo ilegítimo de Alejandro VI y una de las figuras más controvertidas de la época. Conocido por su ambición y su crueldad, había sido nombrado capitán general de la Iglesia y había llevado a cabo una serie de campañas militares para expandir el poder de los Borgia.

La fiesta del 30 de octubre fue una muestra más de la influencia que César Borgia tenía en la corte papal.

Según los relatos de la época, las cortesanas que participaron en el banquete eran las más bellas y famosas de Roma, y habían sido cuidadosamente seleccionadas por el propio César.

El espectáculo que se llevó a cabo tras la cena fue una muestra más de la lascivia y el libertinaje que reinaba en la corte papal. Las cortesanas, que habían sido despojadas de sus ropas y atadas de manos, fueron obligadas a recoger castañas del suelo con la boca, adoptando posturas que despertaban el deseo y la voluptuosidad lujuriosa de los allí presentes.

El Papa, que había estado observando el espectáculo con deleite, anunció entonces que habría premios para aquellos que fueran capaces de mantener el mayor número posible de relaciones sexuales con las cortesanas. La orgía que siguió fue descrita por los cronistas de la época como algo jamás visto en el Vaticano. Pasando a denominarse por algunos el Templo de Satanás y sus demonios.

Al día siguiente, muchos de los asistentes a la fiesta no pudieron acudir a las ceremonias religiosas del Día de Todos los Santos, lo que generó un gran escándalo en la ciudad.

La noticia del banquete de las castañas se extendió rápidamente por toda Europa, y fue una muestra más de la corrupción y el descrédito en el que había caído la Iglesia católica.

A pesar de los escándalos y las críticas, Alejandro VI y César Borgia continuaron ejerciendo su poder festivo y libidinoso en la corte papal del Vaticano durante varios años más. No fue hasta la muerte de Alejandro VI en 1503 y la caída en desgracia de César Borgia poco después cuando la Iglesia católica comenzó a recuperarse de los excesos y la decadencia que protagonizó durante demasiadas décadas.

El recurso al veneno era tan frecuente que el vino de los Borgia se hizo proverbial en toda Italia. De hecho, cuando Alejandro murió, se dijo que había sido consecuencia del error de un criado que le sirvió equivocadamente una copa del vino que llevaba preparado para obsequiar a ciertos comensales incómodos.

Como la conducta papal de Alejandro VI, ha habido otras de distintas naturalezas, todas ellas dentro de un marcó de desfachatez, insolencia, agresividad y muchos más calificativos despreciables en nombre de Dios, lo que a los cristianos deja en una posición incierta el pontificado del Pastor de la Iglesia universal en la tierra (.!.) que teóricamente como sucesor del Apóstol Pedro, debería tener, la virtud y función de  potestad suprema, plena, inmediata y universal en la Iglesia.