Disquisiciones

Mirada otoñal

El ser humano entre destellos de colores que devora el faro de los días, anhela un amor eterno, incondicional y desinteresado, que termina en una idealización de los sentimientos.

El amor que tiene el poder de conceder la felicidad, en la época juvenil llega por los ojos para quedarse en el corazón. Pero, ese periodo de apacible ensoñación, mansa nostalgia, inofensivo extrañamiento, es temporal porque nadie ama para siempre.

Con el paso de los amores, la creencia es que si la emoción acaba, el amor nunca existió y fue en cambio una alteración impostora de cariño. El amor incondicional es una fantasía. Realmente, el amor genuino no depende de nada, basta sentir que proporcione un polo a tierra a su existencia. Si esa sensación acaba, muere el amor.

Cada quien explora y busca, pero la mujer con sus virtudes escondidas en atributos de las curvas de sus pensamientos, reclama muchas veces  ilusiones perdidas que guarda en el corazón, y con la sensualidad de sus  poros lleva a caminos reservados que como remolinos se incendian con el tacto en la pasión.

Sin embargo, la verdadera armonía en el corazón está en el secreto de “encontrar una persona que sepa sin ti, pero prefiera estar contigo”, que entre recuerdos, pasajes y memoria, la presencia mágica de una grata compañía registre el sabor del alma y mantenga vivo el corazón. Así es el amor, que se reconoce en el olor del perfume en la piel de la enamorada, en los gestos y miradas que baña de ternura arrasadora al navegante de la vida, y termina encontrando sentido al brillo del sol entre una leve brisa, mientras que un ave de color cobrizo tornasolado con el pico manchado de naranja pasa solitaria hacia el verde que guarda la esperanza.  

Cuando se está cerca a la otra orilla de la vida, naufragamos entre suspiros, y aparecen imágenes con hermosas praderas que se mueven al compás del viento, ese momento del cual el profesor Hernán Alejandro Olano García, dice “estamos y respiramos, pero no vivimos, sin saber en qué momento, la longevidad permanezca o se desvanezca como el fuego de una cerilla hasta dejarnos en un profundo y eterno sueño” (prólogo de “Memorias del amor en Otoño”), y el académico nos recuerda, de esos años otoñales en el escrito “Jardín de invierno” de Pablo Neruda “…Creció el rumor del mundo en el follaje,/ardió después el trigo constelado/por flores rojas como quemaduras,/luego llegó el otoño a establecer/la escritura del vino:/todo pasó, fue cielo pasajero/la copa del estío,/ y se apagó la nube navegante…”    

El músico busca la nota en su melodía con alas para volar todos. El escultor con su cincel va dejando con su paciencia en la roca la figura que retiene su memoria. El poeta construye sueños y recorre el puente del amor para atar con letras la dicha de momentos y el aroma de los recuerdos.

Es cierto, cuando el amor se tiene cerca no envejecen los sueños…