La mirada del centinela

Lázaro

Todos hemos sido Lázaro alguna vez. Hemos muerto en vida, hemos suspendido la vitalidad que se nos concede al nacer, por una causa más o menos trascendental. A Betania acudió Jesús para resucitar a Lázaro. El Señor, perseguido por el pueblo judío, regresó a casa de sus amigos a riesgo de ser prendido. A su llegada, cuatro días habían transcurrido desde la muerte de Lázaro. Su hermana Marta, oyendo que llegaba Jesús, salió a su encuentro. Marta dijo al maestro: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano”. Jesús le contestó: “Yo soy la resurrección y la vida. El que crea en mí, aunque muera, vivirá”.  

Hoy es San Lázaro, el santoral cristiano festeja al Santo que Jesucristo resucitó. Su amigo descansaba en una cueva que hacía las veces de sepulcro, con una gran piedra puesta en la entrada. El señor dijo que quitaran la piedra, luego miró al cielo y agradeció al Padre que le escuchara; después gritó: “Lázaro, sal fuera”. Y el muerto salió atado de pies y manos con vendas, y envuelta la cara en un sudario.  

Así mismo nos sentimos en ocasiones, atados de pies y manos por las vendas de un sudario invisible. Sin fuerzas para continuar, a falta de fe que les sostenga, algunas personas doblan la cerviz y dejan que la fatalidad les vapulee; dejan que la vida les arrebate el sentido de su paso por ella; dejan que la tiniebla les envuelva y no son capaces de ver la luz en los ojos del prójimo. La pérdida de esperanza es la mayor de las pérdidas. Es solo cuestión de percepción. La vida, como una piedra tallada, siempre ofrece varias facetas. Se trata de saber elegir aquellas que nos conectan con los demás: familia, pareja, amigos… la luz está en todos ellos.  

El milagro de la resurrección de Lázaro precipitó el arresto de Jesús a manos de los fariseos. Nosotros somos testigos de milagros ordinarios que nos depara el día a día. Son hechos extraordinarios, aunque no lo parezcan, porque no sabemos tasar lo que de valor tiene la grandeza que significa existir. Pasamos por el mundo dejando un rastro. De nosotros depende que ese vestigio de nuestra existencia sea el eco que resuena en la eternidad o solo un acto fallido, la ilusión de un mago primerizo que no sabe sacar partido a su magia.  

Lázaro resucitó. Nosotros también resucitamos en nuestra condición de humanos que amanecen cada día. Tomemos ese acontecimiento, el despertar, como un milagro que nos ha sido concedido. Hay una luz que nos guía, una fuerza que nos sujeta, una mano que nos enjuga las lágrimas; hay un lugar llamado Betania donde espera un maestro que nos abraza con sus ojos de misericordia, un lugar donde resucita la esperanza y los milagros acallan todos los males del mundo.