Confieso una extraña querencia hacia la literatura tabernaria. En ocasiones voy a comer al garito más cutre de la ciudad, y de paso tomo notas sin llamar la atención en mi libreta de apuntes. Los vahos a fritanga y maría se advierten desde la calle. No tiene pérdida. Por diez euros te metes en el cuerpo un almuerzo cuartelero rodeado de ex convictos y sospechosos a perpetuidad, con redada asegurada. La clientela suele ser casi siempre la misma: buscavidas, soplones, camellos de esquina, trileros, yonkis, proscritos, hampones, trotamundos y otros especímenes portuarios de tierras adentro.
También hay parroquianos con pinta honesta que quizás no estén pasando por sus mejores momentos. Se nota en sus miradas ausentes y en ese andar tardo de quien arrastra las penas del desarraigo o la desdicha. Con todo, a la mayoría de fieles no conviene darles la espalda ni motivos para la controversia.
La última vez que estuve allí, no hace mucho, aparecieron dos patrullas de la nacional ¡Desbandada por la puerta lateral! Los que decidieron quedarse sacaron el DNI instintivamente. Yo guardé la libreta en el bolsillo y puse el mío encima de la mesa, por si acaso. En el paseíllo triunfal, el agente que lucía más dorados en la hombrera me guiñó el ojo sin detenerse. Había un tipo reclamado y los polis se lo llevaron del brazo. Al cabo, la camarera se enzarzó con un fulano bebido que le quería escamotear la cuenta. La paz llegó al bar cuando el encargado pegó tres bufidos que sonaron a ultimátum.
Cerca del local de fritanga y derrota, donde almuerzan los que no caben en las novelas negras, hay restaurantes pulcros para comer sin problema un menú decente por 20 euros, incluido un poleo menta, mi preferido. Te atienden camareros amables y puedes dejar colgada la chaqueta en el perchero. Pese a ello, cuando vuelvo a ese barrio sigo entrando en el que probablemente sea el garito más cutre y deprimente de toda la ciudad. Sentir el infortunio ajeno es un ejercicio conveniente para tener los pies en el suelo. No hay árbol que el viento no haya sacudido. La vida.