La aurora nace cuando se abre el telón del nuevo día, entre el aroma fresco de la vegetación, y las aves interpretan un concierto que atraviesa el horizonte que une azul y verde. Luego, el faro de sol se extiende con la brisa ardiente por la llanura, las nubes se desvanecen entre palmeras que se baten como flecos de pinceles, hasta que los rayos en el crepúsculo acarician una huella de sangre que muere con la silueta de matas de monte y el espejismo que parece formar ciudades fantásticas. Finalmente, con pinchazos de estrellas y luceros, el desierto oscuro iluminado por el pan de plata, guarda el silencio donde descansa Dios.
Esa parte del “Mar Verde al otro lado del Sol” permite conocer porque allí se respira como canta y baila, mantiene la llama de la libertad que abraza y también devora, recuerda hombres gallardos de mirada horizontal y de trabajo recio que pintaron las praderas de verde, hasta que sus almas se fueron para siempre a las sabanas del cielo.
Aquel escenario con sonidos y luces misteriosas, deja contemplar un paradisíaco marco de sabana con su paleta de maravillosos atardeceres de colores, donde en verano se pierde la mirada, y en invierno, parece que todo flotara entre nubes misteriosas que devoran el ocaso de noches con culebrillas de destellos cargadas por relámpagos de fuego.
Entre ese verde, Wisirare Lodge, es un idílico paraíso de esplendorosos paisajes y la semblanza inigualable de los refugios llaneros, al vaivén de las hamacas guindadas entre columnas de hermosos “matapalos” donde se enredan una suma de momentos para guardar en la memoria lo realmente vivido.
Lugar ideal para disfrutar plenamente, repasar el tiempo, hilvanar pensamientos, descansar plácidamente frente a las aguas, o desde la estructura de unos árboles con su nido de escalones encontrar anillos con ciclos de vida, tener una visión ecológica desde balcones formados con varas y ramajes, gozar la brisa apacible, la voz del silencio, el avistamiento de aves y la contemplación maravillosa del color que tiene la vida.
Realidad, sueño, encanto o fantasía, lo cierto es que los ojos terminan atrapados al final de la tarde en el mágico escenario de un garcero, cuando un árbol en el lago resulta vestido de velas blancas adornadas por corocoras que con su escarlata agitan muchas alas, mientras que el sol con su ropaje se refleja entre las ondas y crea un especial registro del lugar, cercado por senderos tranquilos con rayos luminosos que se filtran por la malla vegetal donde se alimentan ideas, con la melodía encantadora de los pajarracos en su regreso al refugio nocturnal, y donde más tarde, la presencia del ave fantasma devora la imaginación, su búsqueda y ubicación ante ese sonido tétrico que cala y buscan los más atrevidos, o donde otros, con una hermosa “luz de hamaca”, detienen su mirada en renglones sobre el Orinoco donde “Crisóstomo” con su odisea entre raudales y peligros se convierte en un maravilloso mito.