Candela

Todito te lo consiento menos faltarle a mi madre

Hoy, también, Andalucía, España y todas las regiones (en mala hora rebautizadas como Comunidades Autónomas), con sus variopintas y singulares tradiciones, se hacen presentes en esta columna para reivindicar aquello que fue, que tuvimos y que estamos percibiendo cómo, trágica y desgraciadamente, se nos escapa de las manos —cual agua en cesto de mimbre—  a cada minuto que pasa.

Y viene a cuento la mención de Andalucía o, con más precisión, a la conocida coplilla que da título a esta nueva opinión sabatina, y que fue interpretada por grandes maestros del cante como Pepe Pinto, Rafael Farina o Juanito Valderrama, porque la letra reivindica —con ese particular deje cantarín, andaluz y sureño— el amor y respeto a la madre. Sí, amigos, a la madre que nos parió y a la que hay que estar agradecido por ser, por estar, por vivir y por haberlo recibido todo de ella.

Pero aquí, ahora, —permítanme el símil— hay otra madre, que es España, a quién no se está respetando por parte de un sector de conciudadanos a los que, voluntaria y despreciativamente, ni puedo ni quiero llamar españoles. Me explico.

Sabido es que el hecho de nacer en un determinado territorio le concede a cualquiera, automáticamente, el derecho a gozar de una nacionalidad; y así se contempla en las legislaciones de todos los países del mundo. De ello se infiere que cada persona, además del derecho de sangre, como hijo de su padre y madre, tiene también el derecho de «suelo» por haber nacido en un determinado territorio. Es decir, si madre es la que nos parió, hay otra, a la que también se debe amor o respeto —como mínimo—, y que lo es en función del lugar donde nos nacieron.

Bien, pues algo que acontece casi a diario —y más en estos tiempos donde todo es televisable— es cuando, en eventos deportivos de carácter internacional, al sonar los compases del himno nacional correspondiente, el público presente se incorpora de sus asientos e interpreta o acompaña, con ardor y emoción, o en silencio según el caso, los compases de aquella música y estrofas que amalgama y une, en fervores patrios, a los ciudadanos representados por el cántico en cuestión.

Bueno, pues aquí, en España —esta España a la  que ya no conoce ni la madre que la parió y de la que ya algo nos vaticinó Cecilia en su canción—, nos estamos encontrando con turbas de sujetos —desconozco si fue algún alimento que les haya caído mal lo que ha podido provocar tal actuar, o en qué retorcidos y aviesos valores han sido educados  (supongo que en base a historias mal contadas, mentiras y resentimientos tan ilógicos como viejunos)—, que optan por denostar, silbar, ensuciar y mancillar ese himno, esa bandera y cuanto suponga la referencia a la nación de la que son parte, España. Y no cito el término Patria —así con mayúscula— porque, dicha por un servidor, resultaría fachoso y carca. Claro, que no lo es cuando la mencionan otros para referirse a su Patria Vasca o a los Països  Catalans.

¡Absurdo, arbitrario y ridículo!

Y ahí aparecen, al otro lado de la razón, de la mano y en comandita, todo un ejército formado por nacionalistas, comunistas putinescos, socialistas, sanchistas (ya iguales que los anteriores), ácratas de nuevo cuño —estoy seguro ni saben quien fue Bakunin, Durruti, Ascaso o Diego Abad de Santillán—, más todos los movimientos pro y contra algo.  Pero, por si estos no fueran suficientes, en esa amalgama variopinta se incluye, además, todo un enjambre poliédrico que va desde los okupas a los palestinos, pasando por los amigos de Irán,  bolivarianos, resentidos de diversas raleas, el sindicalismo de trinchera o, mejor dicho, de gamba y langostino, el verdismo falso y sectario de «Greta y sus Thunberg», hasta llegar, incluso, a la cosa trans con todo el popurri de siglas que empiezan por las siglas LGTB… y terminan en un arco iris —muy bonito— de colorines, ubicado en un supuesto paraíso donde reina la estupidez, la necedad y la farlopa —fundamentalmente—, de la que se nutren, grosera y pantagruélicamente, estas gentes desubicadas.

Ahora bien, el problema en estos momentos, amigos lectores, es que gente rara, vagos de profesión y radicales contra todo lo que se moviera…, los hubo toda la vida. Se trataba de  actitudes desvariadas, pero en colectivos de carácter marginal. El grave y trágico asunto es que ahora, ese papel de promocionar lo negativo, antisistema y de permanente ataque a la primera institución española, que no es otra que la propia España, como concepto, como nación y en lo que representa de unión y patria de los españoles, está siendo agitado y promovido por el propio gobierno de la Nación. Es decir y por poner los puntos sobre las íes, Sanchez, Pumpido y una serie de perritos falderos sin principios, conciencia ni moral, que ladran o saltan —según convenga—, a la voz de su amo pero eso sí, siempre, viviendo de nuestros impuestos.

Sí, ya sé que resulta difícil de explicar y complejo de asumir, pero el hecho está ahí, las evidencias no faltan y solo tenemos que mirar a nuestro alrededor para ver la desmotivación de los ciudadanos y los aconteceres diarios en que, nos desayunamos con un escándalo, comemos con una corrupción y nos acostamos —casta e inocente expresión, no se me disipen—, con lo de alguna sobrina de lo horizontal.

Y miren, uno, siempre constructivo y pedagógico —enseñar al que no sabe es una cristiana Bienaventuranza— voy a regalar a «esta banda» una solución desinteresada a sus problemas.

Dado que España no les gusta, les sugiero dos actuaciones: la primera, que renuncien a la nacionalidad; y la segunda, que se larguen de esta asquerosa España y se vayan de inmediato y con viento fresco a vivir a esos paraísos que para ellos son modelo, ejemplo de democracia y respeto a los derechos de los ciudadanos: Cuba, China, Rusia, Palestina, Gaza, Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte o Irán, por citar algunos.

Ah…, y por lo pronto, ¡aviso!, que las mujeres se vayan comprando el burka, y los gays, ambivalentes o similares… aléjense de las grúas.

Luego me cuentan.