Una buena novela, Silva, de Daniel Ángel que, dialogando con una biografía exhaustiva y sabia, El Corazón del poeta, escrita por Enrique Santos Molano (quien se ocultara recientemente de manera definitiva, a sus 82 años), se centra en la vida cotidiana del poeta santafereño José Asunción Silva: el día 24 de mayo de 1896.
Daniel Ángel (bogotano, 1985, autor de Mentes de María, País de colores, Rifles bajo la lluvia, En esa noche tibia de la muerte primavera, reeditada por Seix Barral, en 2019, con el título Silva, entreteje una rica relación intertextual con la sesuda e inteligente biografía de Santos Molano (también lo hace con la biografía escrita por Vallejo), quien señala:

“Cuando publiqué la biografía de Silva El Corazón del poeta (1992), con la hipótesis extraña (extraña, como la muerte misma del poeta) que contradice la versión tradicional del suicidio, recibió el rechazo unánime por los admiradores del poeta que llevaban décadas especulando acerca de las muy variadas causas que habrían motivado el suicidio.
“Sin embargo –continúa Santos Molano--, con el paso de los años, la teoría del asesinato que se sustenta en El Corazón del poeta ha ganado numerosos adeptos agudos. Daniel Ángel se ubica en el último día de la vida del autor del Nocturno. Por la mañana Silva recibe un sufragio amenazante que lamenta con anticipo su muerte, la cual habrá de ocurrir en la madrugada del día siguiente.
“Con la habilidad detectivesca de un Hércules Poirot, el novelista desenvuelve las circunstancias dolorosas de la historia de José Asunción, cansado de vivir, pero no de luchar por la vida, como buen strugleforlífero que era. La novela de Ángel, bien escrita, meditada con deseo sincero y profundo de asir la personalidad del gran poeta, prende luces nuevas en el misterio de la muerte de Silva, que ayudan a entender el por qué” (el subrayado es nuestro). Silva tenía 31 años de edad.
El sufragio, en esquela de invitación redactada supuestamente por la mano de su madre, rezaba: <<Doña Vicenta Gómez de Silva comparte su inmenso i terrible dolor al invitarlo a usted a las exequias de su amado hijo, que ha partido de este mundo a los brazos del Señor. Gran hombre, bardo ejemplar, deudor moroso i contertulio de las altas esferas políticas del país, José Asunción Silva Gómez, que descanse en la gloria i paz del Señor. Calle 14, casa 13, a la media noche>>.
El bardo “ejemplar”, “deudor moroso” y “contertulio de las altas esferas políticas del país”, se formulará en su último día tres lacónicas preguntas: ¿Quién podrá ser? ¿Quién será de nuevo? ¿Quién querrá matarme? (Silva, pp. 54.55, Seix Barral, Bogotá, 2019).
Narrador omnisciente y focalización en contra punto
Lo enuncia el autor de Silva: “…la primera creación del escritor de ficción es el narrador de la obra, ese narrador en ocasiones es manipulado por su demiurgo, el autor, el ser humano que está detrás de la pantalla o de la hoja en blanco y va moviendo los hilos” (en Un café en B. A., Pablo Di Marco).
Se trata de un narrador omnisciente, en tercera persona que, en la visión de E. Santos M. arriba citada “prende luces nuevas en el misterio de la muerte de Silva, que ayudan a entender el por qué”. Sus funciones son –como plantean las narratologías— informar (y dar forma), disponer de una estrategia narrativa (el narrador es un estratega) y establecer una axiología y / o valores de las acciones de los personajes en busca de un común Objeto de deseo.
El autor Ángel se propone enunciar un personaje desmitificado (con relación al Silva de la tradición colombiana), “desmitificar al Apolo”. Pero, ¿qué es la vida de José Asunción? Afirma Ángel: …”la vida de Silva fue trágica (la muerte de su padre, la bancarrota de su familia, la muerte inesperada de su hermana adorada, las guerras civiles colombianas, el naufragio del Amérique donde perdió gran parte de su obra, las habladurías de las que fue víctima, el menosprecio de su poesía…) pero, digámoslo, la enumeración anterior, exceptuando quizás la pérdida de una parte de su producción literaria escrita en Caracas, ocurrida a un sin número de escritores: Carpentier, Celine, etc., constituiría un drama para un individuo de clase media en Colombia; porque para que exista una tragedia (en la vida real y en la ficción), “el personaje primero debe haber disfrutado de su vida o tener un punto de comparación que permita que aquella tragedia sea trágica (SIC)”.
El narrador –en su relato y diégesis (tiempo y espacio)— nos propone una historia que oscila en contrapunto entre un conjunto de factores que podrían haber llevado a Silva al suicidio y una segunda serie de elementos que, secuenciados de manera diferente a la anterior, conducirían a la revelación de un secreto: su asesinato.
Ese contra-punto e intermitencia del relato –que conlleva todo un Arte de contar o combinar del autor Ángel, conjuga drama (suicidio) y tragedia (asesinato).
Los enunciados del drama son conocidos por los biógrafos (Santos, Orjuela, Vallejo…) y los buenos lectores de Silva, a saber, los ya enumerados arriba (muerte del padre y la hermana amados, la quiebra económica, etc.) y los siguientes expuestos en la novela de Ángel: la ciudad (actante significativo en la historia contada), lluviosa (“la lluvia es el símbolo de su muerte, p. 13), sucia, pobre, inculta, mediocre… cuyas calles contrastan con las parisinas vividas y recorridas por el poeta; su cansancio de vivir, insomnios y pesadillas; sus malestares físicos más que enfermedades: tos, dolor en el pecho, gastralgias…. debidos a su mala alimentación y dependencia del tabaco; la pérdida de un gran amor, ella, Julia Holguín, casada con un magnate, y la partida de su amante francesa; su cobardía y falta de decisiones frente al amor por Julia o bien al almacén del padre; las pocas amistades del poeta nocturno, limitadas a Julio Flórez, Baldomero Sanín Cano y otros pocos personajes; las veinte y más ejecuciones por deudas (paternas y suyas); la decepción permanente con relación a la recepción de su obra que, en ocasiones, lleva a risa y burla de un público inculto e ignorante, habitantes de la fantasiosa Atenas Suramericana, Bogotá; la pérdida inmedible de la significación e importancia de su obra escrita en Venezuela en poco tiempo (dos libros de poesía, un libro de cuentos y una novela); las guerras civiles en el país, como la de 1885; la Constitución centralista del 86 y el Concordato del 87,y las limitadas libertades de expresión decretadas por Caro…,
A su vez, los enunciados de la tragedia que sustentarían el suspenso del relato (dichos en un segundo nivel de esas enunciaciones y secuencializaciones), se revelarían sustanciosos y determinantes (quizás no suficientes, todavía): amenazas reiteradas de muerte (la última, visualizada en el hombre del sombrerero alemán): Silva se siente vigilado y perseguido: <<Siente miedo y teme la muerte, por lo que una sensación de vértigo lo invade, especialmente al pensar que alguien conocido fuese tan vil y traicionero para atacarlo, peor si es por la espalda>>, p. 62.
Así mismo la propuesta que le hiciera su primo Daniel de financiar la fábrica de baldosines con billetes falsos: <<Hasta cuentas hizo de la ganancia exuberante que tendrían, pero no aceptó, y menos lo haría si sabía que los billetes falsos los producía su propio primo>>, p. 25
Silva retomaría esta posibilidad: << ¿Qué tal si fuese Daniel el que te estuviera amenazando? ¿O si fuese la familia Rueda Vargas la que envió la amenaza? (…). ¿Tal vez podría ser Rafael o Domingo, quizás Oliverio? >>.
Silva ha recibido hasta ese día último de su vida cuatro amenazas, ésta última lo lleva a desconfiar por primera vez de su propia familia. En este contexto, las palabras del Dr. Benigno Calderón y de su querida tía Elina:
--Muchas personas de esta ciudad quieren el mal para usted y su familia.
--¿Por qué lo dice?
--Rumores –dice cortante--. En los despachos judiciales, en las notarías y, sobre todo en los cafés, se escuchan rumores sobre sus deudas y sobre posibles amenazas que ha recibido (…). He oído de gente importante, pudiente y mala que quieren hacerle daño.
--¿Quiénes?
--No puedo decirle con total certeza porque sería un delito, pero lo mejor es que se aleje de buena parte de su familia, como se lo recomienda su tía, p. 127.
Benigno y Elina le advierten:
--Hace pocos días cayó una carga con billetes falsificados, producidos por la Casa Comercial de Vicente Villa e hijos, en Medellín –dice el doctor, que hace una pausa--. No se ventiló el asunto ni resultó nadie preso, porque los mismos implicados dieron una cuantiosa cantidad de dinero a las autoridades para que callaran
--¿Si ves de lo que te hablo? –le dice su tía con tono recriminatorio.
Silva reflexiona, y al final, medita: …”además de falsificar billetes, también aquella parte de su familia sobornara a las autoridades. Todo esto le producía pena y vergüenza”.
Subrayemos a los acreedores, feroces como en el caso del viejo amigo de su padre, Guillermo Uribe, hoy, contradictorio enemigo de Silva y quien exige el pago inmediato de sus préstamos.
Silva puede detallar la lista y el lugar de residencia de sus acreedores: “En Honda le debe a H. Hallan, D. Álvarez y a J. León. En Barranquilla a los Vengoechea y Co. En Manchester a D. Midgley & Sons, a Kesler & Co., y a Steinthal & Co. En Hamburgo a Aepli & Co. En Reims a Veuve Binet y a Fols & Cie. En Londres a H. C. Bock. Y en París a Fould frère, a Dormevil Frères, a Lazaed Frères, a Guichard Potheret, a Fils & Cie, a Fourquez &, J. des Montis, a Rigaud & Cie, y a Rodolfo Samper. “No siquiera con todos estos acreedores consideró un solo instante rhacerse participe de la distribución de los billetes falsos”, pp. 130-131.
De paso, digamos que si bien Silva les entrega sus bienes contantes y sonantes, no lo hace así con su propiedad, la casa de campo Chantilly, a donde se dirige –a caballo- y se encontrará con el sombrerero alemán y otros dos sujetos que lo esperan en aquella noche cerrada.
De igual forma, sus amistades con notables personas o personalidades liberales –como el General Uribe Uribe--, quien más tarde será a su vez asesinado frente al Congreso de la República--, ideología perseguida por el régimen conservador (y más aún, el Vaticano). Y su nula creencia en la fe y religión católicas.
¿Podría añadirse la recitación --en salas santafereñas de la capital elitista y conservadora—de sus Gotas amargas, que sacuden con su ironía y crítica a esa clase social poderosa en lo económico y político? ¿Conocen acaso su poema Futura, la figura propuesta del ventripotente y bonachón Sancho Panza “y el atronador grito de 15 mil bocas, el ¡Abajo los fanáticos! ¡Abajo el culto! ¡Abajo Dios! Es un mitin de nihilistas, y en una súbita explosión de picrato de melinita, vuelan estatua y orador”… Y el poema Égalité en el que contrapuntean Juan Lanas, el mozo de la esquina y el emperador de la China; el primero, cargador de fardos, el segundo protegido por 100 dragones… pero cuando “alguna mandarina, siguiendo el instinto sexual, al potentado se avienta en el traje tradicional que tenía nuestra madre Eva”, y si a Juan “una Juana se entrega de un modo brutal y palpita la bestia humana en un solo entusiasmo sexual, Juan Lanas el mozo de la esquina, es absolutamente igual al emperador de la China: los dos el mismo animal”.
¿Tragedia (del griego antiguo tragoedia, de tragos, cabra macho, y aoidos, cantor: el canto de un macho cabrío / situación o suceso luctuoso y lamentable que afecta a personas o sociedades humanas) –el asesinato de J. A. Silva— causada por sus acreedores insatisfechos? ¿Sus familiares productores de billetes falsos, a quienes no asoció a su proyecto económico de una fábrica de baldosines? ¿Sus amistades liberales, en un régimen ultraconservador? ¿Su ironía y burlas de la élite santafereña? ¿Sus amores envidiados, en tanto Apolo, en su oculta garconière bogotana?
La enunciación de los anteriores factores (quizás uno solo de ellos; tal vez todos al unísono), podría indicarnos la causa de un posible crimen contra el incomprendido bardo bogotano. El narrador no develará ese gran secreto cuyas conjeturas deberán ser asumidas por los lectores del Silva real y ficcional.