Disquisiciones

Río de la Serpiente

Una brisa fuerte sopla en la selva verde y llega a los ríos sagrados, donde el concierto de bandadas cruza un telar plomizo después de media tarde, mientras el sol triste se apaga entre nubes negras que se desplazan con fuerza entre gritos de tormenta.

En esa maraña delirante el astro se filtra entre los árboles, y las aves  llegan al lienzo que envuelve un vapor de naturaleza fresca. En los días marcados por cachetes grises, los araguatos con su caja de resonancia que llevan en la garganta, sirve a los pájaros que la interpretan como un llamado a su refugio, ante la lluvia que viene con ráfagas de viento.

Los árboles gigantes acariciados por la brisa, forman cuevas donde los pajarracos posan, y despiertan el letargo de esas ramas que se agitan con la música de trinos, mientras que las fieras se esconden entre los ruidos misteriosos del fondo de la selva. 

Con los relámpagos se agita el aire que opaca el olor a ebriedad desordenada, llega una estampida de truenos con borrascas torrenciales, y de noche las estrellas parecen húmedas como si la lluvia hubiera inundado el espacio infinito. En el amanecer la niebla baja, el río de la serpiente recibe la melodía que dejó la lluvia escondida en el inmenso verde, únicamente perturbado por fangales, vegetación farragosa y domos circundantes.

Después, luces fulgurantes iluminan el entorno, el sol renace en el celeste y las crestas verdes tocan el mismo cielo, hasta que el final de la tarde vuelve y oscurece esa espesura grande del principio de los tiempos, sus ramales y cañadas que salen, vuelven y se encuentran sobre el río que se tuerce como una serpiente, hasta que la eclosión del nuevo día, deja desnuda una cadena de arenisca y cerros centinelas que resultan solitarios y serenos.

En aquellos parajes no se diferencia el verde del azul, la bóveda de la floresta virgen es cúpula de la selva, un lugar donde las tribus milenarias con sus mitos ancestrales encuentran en el yagé las respuestas que forman su destino. Los nativos en las pisadas levantan surtidores de agua que brillan como fragmentos luminosos de un espejo regados en el sendero, hasta que encuentran un risco de piedra parcialmente cubierto por la vegetación, que tiene visualmente la forma de un rostro masculino en el saliente de una roca que se eleva sobre una cascada. Esa imagen que idolatran, se debe a la pareidolia, por las coincidencias de la formación geológica con rasgos faciales aparentemente humanos, entre líquenes y plantas que cubren la figura.  

Así es la selva que atrapa, seduce, encanta y hechiza. Una creación cargada de misterios donde lo inimaginable es realidad y la certeza se pierde entre nidos de la imaginación…

Ese entramado selvático, permite que unos ríos de agua atmosférica transporten el polvo mágico de gotas de lluvia a miles de kilómetros, mientras que el hombre que se cree civilizado, arrasa el maravilloso pulmón de nuestro mundo.