Tras los bastidores

Petro, Sudáfrica y la ONU contra Israel

El 15 de julio de 2025, Bogotá se transformó en un teatro diplomático de tercera categoría. La llamada “Conferencia Ministerial de Emergencia sobre Palestina”, convocada con bombos y platillos por Gustavo Petro y el gobierno de Sudáfrica, prometía ser un faro de la moral universal. Lo que ofreció fue un sainete a la moral; un espectáculo grotesco de hipocresía, ignorancia geopolítica y antisemitismo con traje de gala.

Sudáfrica, que todavía no logra resolver su propio colapso interno, se subió al podio con su clásico libreto de victimismo post-apartheid. Petro, por su parte, se comportó más como agitador de esquina que como jefe de Estado: megáfono en mano, arengó contra Israel, la OTAN, y hasta propuso un ejército latinoamericano “de la luz”, como si estuviera improvisando desde un cafetín bolivariano. El resultado: un evento plagado de eslóganes vacíos, retórica inflamada y realismo mágico diplomático.

La estrella del show fue Francesca Albanese, relatora especial de la ONU para los derechos humanos en Palestina, recientemente sancionada por Estados Unidos por su abierta parcialidad, acusaciones de antisemitismo y vínculos con movimientos que glorifican el terrorismo. Con su visa revocada y sus activos congelados por orden del Departamento de Estado, Albanese fue tratada como heroína internacional por los organizadores. Nada como convertir en mártir a quien ni siquiera puede ingresar a Nueva York.

Desde el podio, Albanese desató su discurso apocalíptico: acusó a Israel de genocidio, apartheid, limpieza étnica y crímenes de lesa humanidad. Todo mientras pasaba de largo el verdadero genocidio del 7 de octubre de 2023 que perpetró Hamas. Al igual que los rehenes aún desaparecidos y los túneles construidos bajo jardines de infancia y hospitales por Hamás. En su mundo, la violencia solo tiene un autor, y jamás lleva turbante. El remate fue comparar las sanciones en su contra con tácticas mafiosas —porque para ciertos diplomáticos, todo lo que no se les aplaude es “censura imperial”.

Petro no se quedó atrás. Aprovechó el evento para denunciar a la OTAN, acusar a Europa de cómplice y exigir el desmantelamiento de Israel como “Estado sionista genocida”. 

¿Y qué lograron los más de 30 países convocados? Nada sustancial. Apenas 12 firmaron compromisos simbólicos para revisar contratos públicos y limitar transferencias de armas a Israel. Una tímida colección de gestos sin aplicación práctica, ni respaldo jurídico serio. En el mejor de los casos, un manifiesto para aplacar conciencias en cócteles diplomáticos. En el peor, propaganda disfrazada de diplomacia.

El evento dejó claro que la defensa de los derechos humanos es, para muchos, selectiva y oportunista. Cuando se trata de Israel, cualquier figura sancionada, cualquier narrativa distorsionada, cualquier silencio sobre el terrorismo, parece aceptable. Lo importante es alimentar la narrativa: queriendo tergiversar la historia de David contra Goliat, aunque sin poder hacerlo, por qué el verdadero David es Israel, que tiene elecciones libres, respeto por las minorías y es la única democracia plena del Medio Oriente.

Desde la perspectiva israelí, lo de Bogotá fue una parodia trágica. Una conferencia donde se condena a Israel con tono mesiánico, se exalta a una relatora vetada por parcialidad extrema, y se omiten sistemáticamente las agresiones contra civiles israelíes. Todo mientras los organizadores comercian con el supuesto enemigo y repiten discursos sin correlato con la realidad. Eso no es justicia internacional. Es un carnaval ideológico.

La conclusión es dura pero inevitable: la conferencia de Bogotá fue menos una cumbre de emergencia y más una puesta en escena para reafirmar prejuicios y levantar la voz contra un solo país, sin matices ni contexto. Petro, Sudáfrica y su séquito no construyen paz ni soluciones: edifican mitologías modernas donde Israel es el demonio eterno, y cualquier crítica al terrorismo palestino es vista como complicidad con el “imperio”.

El mundo necesita soluciones reales, no cónclaves de egos inflamados y diplomáticos sancionados. Pero eso parece pedir demasiado a quienes prefieren la pirotecnia moral a la coherencia política. Israel, mientras tanto, seguirá siendo lo que es: una democracia cercada, imperfecta pero viva, acosada por quienes predican derechos humanos mientras excusan la barbarie. Por el contrario, Colombia, que cada día se aleja más de la libertad, la democracia y la moral, así en la W se diga lo contrario.

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