Candela

Nuestra desviada política internacional

Se dice, se lee, se escucha y se escribe por muchos opinadores de la cosa política, que los pasos que está dando el gobierno Sánchez se enfilan clara y abiertamente hacia las líneas trazadas por regímenes autoritarios o, al decir de algunos más vehementes e iracundos, dictatoriales.

Y es posible que no falte razón a quienes así juzgan la compleja realidad que los tiempos están determinando en «esta España mía, esta España nuestra», que decía Cecilia en su recordada canción. De hecho, hay circunstancias que corroboran esta línea opinativa a la vista de aconteceres y sobre los que vamos a intentar poner luz, a medio de esta Candela.

Aquí llegó, no ha mucho, uno con coleta a insuflar modernismo, valores, éticas, hablando a la gente desde el lenguaje de la gente, pero con una línea política alentada por Venezuela y que, en el fondo, no era otra cosa que la línea cubana de Castro que, a su vez y subrepticiamente, respondía a la línea marcada por el Kremlin afín a los intereses de Pútin. Vamos, y para poner apellido a tanta derivada, Pablo Galapagares –el tiempo es sabio en aclarar cosas– llegó de la mano del comunismo, aunque, por la rudeza del término y encajarlo con algo que lo hiciera más digerible, lo bautizaron con  aquello de Unidos, Unidas o Unides Podemos –un batiburrillo, con tanta vocal por allí dando vueltas–.

Pero lo cierto es que, de una forma u otra, aquí, con la falsedad de una «nueva política», se votó –llegaron a tener hasta 69 escaños– a un comunismo disfrazado y que, en realidad, no era otra cosa que la política marxista leninista de 1917, o antes, si tenemos en cuenta que las fuentes en que bebieron aquellos revolucionarios rusos eran las de Marx y Engels, los cuales vivieron en el siglo XIX. Luego, por ahí comenzó el engaño. Ni era nueva esa política…, ¡ni Cristo que lo fundó!, que dice mi amigo Juncal.

¿Y por qué creen ustedes que esa línea se ha ido vaciando y diluyendo como un azucarillo hasta quedarse en la nada que es hoy, amén de los líos entre los morados y el conglomerado Sumar que, en realidad, es un restar constante e imparable?

Pues por la sencilla razón de que el PSOE –con mucha más astucia, cuando no maldad y retorcimiento– ha adoptado y asumido íntegramente las políticas de éstos. Algo que, en principio, era patrimonio de la izquierda radical. Por cierto, otra forma eufemística de llamar a los comunistas porque, desde Julio Anguita, aprendieron que el mensaje podía ser acertado, pero con ese envoltorio –entiéndase aquí lo del nombre del partido– no superaban la decena de diputados en el mejor de los casos.

Así todo, la aspiración totalitaria ha sido una constante en el socialismo histórico pues, salvo el inicial periodo de Felipe González, la trayectoria del PSOE español siempre había sido –con Largo Caballero a la cabeza más todos los que le siguieron en su locura–, de un radicalismo guerracivilista altamente peligroso–. Pero el drama es que ahora, esa arriesgada deriva de frentes, muros y murallas, ha sido retomada por el malhadado e infausto gobierno de Pedro Sánchez.

Que la mano de Rusia y sus satélites, es decir, China, Cuba, Irán, Venezuela, Corea, Bielorrusia, etc. están creciendo y actuando, es innegable. Ya hay documentación suficientemente acreditada que ha evidenciado que la guerra híbrida es algo real desde hace años y cómo, a través de un ejército de hackers, sofisticados soportes informáticos infectando redes con noticias interesadas, importantes medios de comunicación actuando, más una progresiva infiltración en el corazón, inteligencia y centros neurálgicos de los Estados, estos regímenes están influyendo en países occidentales con el único propósito de, reforzando a minorías radicales, a sectores ultranacionalistas o a grupos extremistas –tanto de derecha como de izquierda, por increíble que pueda resultarnos–, buscan provocar caos social, crisis y desconfianzas, desgobiernos generalizados, quiebra de valores para poder, en ese río revuelto, debilitar a un continente como es Europa que, si unido es fuerte, desunido, simplemente una serie de países desnortados y ocupables, en cuanto el oso soviético se lo proponga, como ya está haciendo con Ucrania.

Sirva, a modo de ejemplo, cómo recientemente en Rumanía la máxima autoridad electoral se ha visto obligada a suspender el proceso electoral, pues se evidenció la injerencia rusa en las recientes elecciones presidenciales. Por cierto, apoyando a un partido de extrema derecha, en principio, odiador del comunismo. ¿Esto les dice algo..?

Nosotros, aquí, ya sabíamos de la entrada y salida de agentes de la inteligencia rusa en la Generalitat en fechas previas al golpe de estado de Puigdemont, así como el hecho de que Pútin llegara a ofrecer un ejército de diez mil hombres  –se trataba del grupo Wagner, del fallecido por Putin, Prigozhin– para defender el mentado golpe de estado y la declaración de independencia.

A todo esto, además, ahí está Bielorrusia, con su presidente–dictador Lukashenko, que se ha convertido en un fiel e incondicional apoyo de Putin en sus políticas expansionistas, al igual que Orban, desde Hungría –país que forma parte de la Unión Europea desde 2004– y, ahora, también, Eslovaquia ha iniciado un proceso de acercamiento, cuando no sumisión, al régimen ruso.

Bueno, pues en este complejo caldo de crecimiento del comunismo, ahí tenemos a nuestro presidente Sánchez, en un más difícil todavía, dando un triple salto mortal, sin red, visitando y rindiendo pleitesía a líderes de Vietnam y China, dos regímenes comunistas, criminales y dictatoriales donde no se respetan los derechos humanos, en un momento donde, nuestro aliado natural, como es EE.UU –con todas las sombras actualmente existentes–, mantiene una importante disputa comercial.

Por increíble y paradójico que parezca, Sánchez ha viajado tres veces a China en los últimos dos años, mientras que a Valencia –que queda bastante más cerca–, lo ha hecho una sola vez, en clara demostración de cuál es su línea ideológica, actitud, simpatías y tendencias.

Y es que, si a veces la visión política es compleja y no fácil de escudriñar, la prueba del algodón, en cuanto a ver la orientación de un gobierno, viene determinada por su alineamiento internacional.

Y el nuestro, a través de Sánchez, en estos momentos, ha sido claramente de –con el falso discurso de un pacifismo irreal–, ser quien menos ha ayudado a Ucrania en su defensa frente al monstruo criminal ruso, quien menos inversiones ha hecho a la OTAN, quien ha mostrado una tibieza absurda en cuanto calificar la necesidad de rearme ante el peligro ruso –se inventó la patraña de «salto tecnológico»–. Y, para rizar el rizo del disparate, ahora, sin que venga a cuento y en el momento más inoportuno, visita, alaba y se deshace en parabienes, con el régimen comunista Chino. Sin duda, un gesto que los americanos no olvidarán, cómo no olvidaron aquello del desfile, el asiento y la bandera y que, una vez nos han tomado la matrícula, habremos de pagar caro.

Se imaginan que aprovechando algún momento de debilidad, el actual rey de Marruecos –como hizo su padre con la marcha verde en noviembre de 1975–, le diera por avanzar con su potente ejército y ocupar Ceuta y Melilla? ¿Vendría China a ayudarnos?

Y, ya puesto a echar a volar la imaginación –o no tanto–, me pregunto ¿qué harían en ese escenario los de las pateras, menas, casas refugio, mezquitas, ayudas sociales, comedores y transportes gratuitos que hemos acogido por millones y tenemos aquí dentro a modo de quintacolumnistas?

¡Pues que Dios nos pille confesados!