Hay palabras que, juntas, producen escalofríos: “medicamentos recreativos” es una de ellas. Parecen una contradicción, pues los medicamentos, por su naturaleza, nacen para curar, aliviar o prevenir, mientras que lo recreativo evoca ocio, placer, diversión. Sin embargo, en los recovecos de la sociedad moderna, donde la rapidez y el deseo de sentirlo todo han tomado el mando, muchas personas se asoman al peligroso abismo de consumir fármacos no para tratar dolencias, sino para experimentar sensaciones. Como escribió Shakespeare: “Ni nada tan bueno que, desviado de su recto uso, no se convierta en mal por abuso.”
Un ejemplo singular es el cannabis, planta milenaria que ha habitado tanto en boticas como en rincones más oscuros de la sociedad. En medicina, sus derivados —especialmente algunos cannabinoides como el THC y el CBD— se utilizan para tratar síntomas como el dolor crónico, las náuseas en quimioterapia, los espasmos en esclerosis múltiple o ciertos tipos de epilepsia resistentes. Se administra de forma controlada, en dosis estandarizadas, bajo supervisión médica. Y hay pacientes para quienes estos tratamientos marcan una diferencia real en su calidad de vida.
Sin embargo, fuera de las farmacias, el cannabis ha ocupado desde hace décadas un lugar protagonista en el mundo recreativo. Su consumo para “colocarse”, relajarse o potenciar la sociabilidad está ampliamente extendido. No es raro escuchar que es una sustancia “natural” y, por tanto, inocua. Pero natural no siempre significa seguro. En dosis elevadas o con un uso constante, puede generar problemas de memoria, afectar la motivación o inducir trastornos de ansiedad y, en algunos casos, desencadenar brotes psicóticos, sobre todo en personas predispuestas.
El cannabis se encuentra, pues, en esa difusa frontera entre medicamento y sustancia recreativa, encarnando el dilema esencial que expresó Séneca: “Ninguna cosa es mala por naturaleza, sino por el mal uso que se hace de ella.” Lo que en dosis y contextos médicos puede aliviar sufrimientos, en otros escenarios puede volverse un riesgo para la salud física y mental.
El impacto sobre la salud mental es, quizá, uno de los aspectos más preocupantes del uso recreativo de medicamentos o sustancias como el cannabis. Muchas personas que inician este consumo lo hacen para calmar la ansiedad, la tristeza o el estrés, sin saber que, a largo plazo, pueden empeorar estos mismos síntomas. Es lo que se conoce como “patología dual,” una situación en la que conviven un trastorno mental —como la depresión, la esquizofrenia o los trastornos de ansiedad— y un problema de adicción. El uso recreativo de medicamentos, lejos de ser una vía de escape, suele agravar las enfermedades mentales preexistentes o incluso precipitarlas en personas vulnerables. Además, complica enormemente el tratamiento, pues se convierten en dos problemas que se alimentan mutuamente, creando un círculo difícil de romper.
No es casualidad que hoy se hable de “medicamentos recreativos” de manera parecida a como se habla de deportes de alto riesgo, porque en ambos casos hay quienes buscan emociones fuertes, sensación de dominio o superación, sin medir del todo las consecuencias. En Francia, esta fascinación por ir “más allá” quedó reflejada en el libro ‘300 médicaments pour se surpasser physiquement et intellectuellement, - medicamentos para superarse física e intelectualmente - publicado en 1988 por la editorial André Balland. El volumen recopilaba fármacos empleados para mejorar el rendimiento físico e intelectual, desde anfetaminas hasta estimulantes más modernos. La obra provocó un auténtico escándalo: fue incluso incautada por las autoridades sanitarias francesas, que temían que su contenido fomentara el uso indiscriminado de sustancias con fines no médicos. Mientras algunos defendieron que el libro solo mostraba una realidad que había que conocer, muchos expertos lo criticaron por trivializar el riesgo y convertir en algo casi cotidiano el empleo de medicamentos para sobrepasarse.
Como ocurre con otros fármacos que se usan de forma recreativa —benzodiacepinas para la ansiedad, opioides para el dolor, estimulantes para la concentración—, el cannabis y tantos otros ejemplos nos recuerdan que ningún remedio es inocuo si se saca del contexto terapéutico. Además, su uso recreativo tiene implicaciones sociales, sanitarias y legales que van más allá del individuo.
Frente a este fenómeno, la educación sanitaria y el respeto a la función terapéutica de las sustancias son imprescindibles. Usar un medicamento para divertirse es olvidar el valor de los medicamentos para conservar la vida. Y al final, el placer que se busca puede terminar costando demasiado caro.