A Contrapelo

María Blanchard, pintora a pesar del cubismo

El pasado 30 de abril arrancaba en el Museo Picasso de Málaga la exposición monográfica dedicada a la artista María Blanchard. 

Este es, sin duda, uno de los hitos expositivos del año, que viene marcado por el especial relieve y carácter pionero, absolutamente original, de la pintora dentro del marco de las primeras vanguardias. 

En el haber de Blanchard, está el desarrollo de una retórica propia dentro del cubismo, en medio de la ebullición parisina del movimiento abanderado por Picasso, en un momento en que la carrera artística era aún asunto privativo del género masculino. 

La muestra, comisariada por D. José Lebrero, director artístico del museo, viene precedida de la etiqueta de “Acto de justicia museística”, compensando así, de alguna manera, la sombra del condescendiente desencuentro que siempre sobrevoló la carrera de la creadora, marcada por la confrontación con el seno oficialista de una crítica y público anclados en el estatismo finisecular español. 

Con ochenta y cinco obras, articulada en tres bloques, “Pintora a pesar del cubismo”, la exposición recorre las miradas de la artista desde las etapas de formación en España, y sus estadías en la capital francesa, pensionada por la Diputación de Santander, hasta la marcha definitiva a París en 1915, con el consiguiente desarrollo de su arte en la dicotomía, siempre vanguardista, de cubismo y pintura figural. 

Su trabajo tras la llegada a París, refleja fehacientemente la evolución de una sensibilidad formal de gran intuición, desde la plena y deliberada asunción del discurso cubista en su corpus, hasta rematar, más tarde con las aportaciones figurativas vanguardistas de los años 20, así como su particular retorno al orden, engrosando la nómina de los que Vauxcelles bautizó como tránsfugos del cubismo. 

Blanchard (1881 – 1932), coetánea de Picasso, es poseedora de una sensibilidad fundamental para articular y comprender el relato pictórico del primer tercio del S. XX. 

De vocación insobornable, su personalidad artística fue marcada desde la cuna por una dolencia física, con doble desviación de columna, a causa de un accidente que sufrió su madre durante el embarazo. 

Josefina de la Serna, su prima, afirmaba que María, “tan amante de la hermosura, sufría con su deformidad hasta un grado impresionante”. 

Y a la misma María se le escuchó demasiadas veces decir que “cambiaría toda su obra por un poco de belleza.”

Lo bello, en María Blanchard trascendía lo físico de su deformidad. Una inteligencia sensible y de hondura mística encarnaba su beldad misma. 

En palabras de Lorca, - que dedica una sentida elegía a la muerte de nuestra pintora María fue “Ejemplo respetable del llanto y la claridad espiritual” “Bruja y hada con la mata de pelo más hermosa que ha habido en España” 

Antes de partir para siempre hacia París, agraviada por las críticas indoctas y descarnadas que cosechó la exhibición de su trabajo en la exposición organizada por  Ramón Gómez de la Serna en 1915, su arte se gestará tutelado en primer lugar por la maestría de Emilio Sala. Y posteriormente por Sotomayor – el pintor étnico galaico, el que fuera dueño del color y de la expresión misma de la nostalgia y de la añoranza de la tierra. 

Nunca regresaría ya de su exilio voluntario en París, legando una lección magistral de arte introspectivo y atemporal.  

Una pintura que se aleja del cubismo analítico y las teorías de Metzinger y Lipchitz, primando un realismo del color, más emocional y de experiencia directa que busca sus raíces en la pintura de Cézanne, y que explora las figuras sin desposeerlas de su realidad social y poética. 

Como en Picasso o Léger, en la narrativa de Blanchard no hay vocación de sustituir lo figural por un orden abstracto o matemático artificial, si no, que más bien otorga este orden superior a las emociones, a la carga social, poética y hasta reivindicativa que imbuye su obra de principio a fin. 

María Blanchard ejerció su reinado durante la lección cubista en París, respetada por Picasso, Lipchitz, Diego Rivera o Lothe, sin ser musa ni consorte de ninguno de ellos. 

A Juan Gris, el mulato de labios gruesos, el más conspicuo conquistador de todos los cubistas del que nos habla Kahnweiler, le unía un vínculo inquebrantable de admiración mutua y respeto.  

Decía Apollinaire en sus Méditations esthétiques que la llama simbolizaba la pintura de los cubistas y que en ella las tres virtudes clásicas se revelan con especial claridad. 

La llama de María Blanchard flamea radiante estos días en el Picasso de Málaga con toda su pureza, unidad mágica y “verdad sublime que nadie puede negar”.

Más en Opinión