Se cumplen cien años desde la publicación completa y definitiva de Luces de Bohemia, de don Ramón María del Valle Inclán. Para conmemorarlo, el Teatro Español de Madrid ha puesto en escena la obra, a la que el pasado sábado tuve el placer de asistir, tras la compra previsora y anticipada de las entradas.
Era la segunda vez que asistía a esa representación. La primera, en 1971, siendo un veinteañero, quedó grabada a fuego en mi sensibilidad, como un referente del mejor teatro que pueda montarse en un escenario. La fuerza de aquella representación, el misterio de su belleza y su tragedia, el retazo de una España mísera y devastada, han atravesado mis días hasta este momento de madurez. Y cualquier puesta en escena de la obra tiene, por fuerza, que compararse con aquella representación en vida de Franco. Dirigió aquel montaje José Tamayo y los actores principales fueron Carlos Lemos (Max Estrella) y Agustín González (don Latino de Hispalis). Las anotaciones musicales salieron del pentagrama de Antón García Abril. Acompañados por unos secundarios de auténtico lujo, aquella representación marcó un hito absoluto en la escenografía de don Ramón María.

El sábado, en el Teatro Español, tuve sorpresas y decepciones. Hay que decir que la obra en su conjunto está perfectamente montada, que los aplausos entusiastas acompañaron al elenco, saludo tras saludo, bravo tras bravo, hasta que el telonero tuvo a bien dejar caer la tela en su opacidad. Pero este artículo se subtitula “actualidad y retrospectiva…” y a ello vamos a entregarnos.
Ginés García Millán fue mi sorpresa. Mejoró, lo afirmo sin dudar, al gran Carlos Lemos de 1971. Por figura, por voz y entonación, por derroche de facultades, creó un Max Estrella trágico e inolvidable. La función, que es coral, fue suya.
La primera decepción fue don Latino de Hispalis. No he de citar el nombre de mis decepcionados sino tan solo de los que mejoran mi referente, pues a la postre no soy un experto y no debo atreverme más que a insinuar. Es verdad que acercarse a la figura egregia de Agustín González es labor poco menos que imposible. Pero el don Latino de ahora no tiene apenas voz, ni presencia, ni dramatismo…es una cosita sosa que no da la réplica, en modo alguno, a su compañero de travesías por Madrid.
Otro que no da la talla de ninguna manera es Dorío de Gódex, aquel joven modernista que explicaba sus quehaceres al responsable del periódico (“estupro criadas, don Filiberto”) Por desgracia, este Dorío es el portavoz del grupo de jóvenes iconoclastas, tiene bastantes intervenciones y todas defraudan.
Como compensación, hay una escena, la VIII, que me pareció ver por primera vez, dada su ventaja sobre aquella misma del pasado siglo. El encuentro de Max con el ministro de gobernación y antiguo compañero de vida poética. Mariano Llorente crea un político que es un hombre, que tiene esa dualidad burocrática/humana, con templanza, con voz, con presencia… una escena formidable.
En general el plantel de secundarios tiene menor peso que en la edición de referencia. Tal vez con la excepción del preso (José Luis Alcobendas) que está muy bien (“¿Quién eres?”; “Un paria”; “¡Catalán”!)¡Cómo me impactó hace 53 años escuchar lo de catalán referido a un paria! Ahora nada referido a los catalanes nos impacta…ni a los catalanes ni a nadie, y eso que Max no usaba el “paria” como insulto sino como descripción.
¿Rubén Darío?...”Admirable”.
¿Y el Marqués de Bradomín? Pues como “alter ego” de Valle Inclán, no daba el tipo. No era feo (ignoramos si católico y sentimental) pero si bajito de cuerpo; lo más opuesto a la esbelta figura, casi quijotesca, del ilustre hijo de Vilanova de Arousa.

Y dejo para el final la dirección. Que Luces de Bohemia es difícil de dirigir salta a la vista, manuscrito en mano: matices, acentos, movimientos, escenas grupales. Es difícil, muy difícil. ¡Qué decir de José Tamayo, un gigante de la escena teatral, un recreador inigualable de obras! Eduardo Vasco no le llega a la altura. Pero le cito porque su dirección es muy digna, con aciertos y carencias, con fuerzas y debilidades, si, pero muy digna, como apreció el público en su reconocimiento. No es el Luces de referencia, porque el esmero en dirigir los 25 personajes se presenta desigual, pero es un buen Luces.
Y otro que a ver quién le imita es Antón García Abril. No obstante, los apuntes musicales, a cargo del propio director y ejecutados por un trío excelente de músicos, fueron convincentes y acertados.
Llevé a mi hija de 22 años, que no entendió nada. Ni la forma de hablar, ni el contexto, ni los referentes historicistas. Nada. Le gustó como espectáculo pero de sus comentarios deduzco que Luces de Bohemia está desconectando con la España actual. La ira contra las instituciones, la lucha descarnada de patronos contra obreros, el tiro por la espalda, la miseria lacerante, las burlas al rey… todo le queda muy ajeno. A lo sumo, la obra recrearía el submundo de los perroflautas de Podemos antes de llegar al poder, cuando ladraban a la luna. Ahora, el coche oficial les asemeja más al ministro.
Un hito importante, este Luces de Bohemia. Y no me gusta que en el programa ponga como autor a Ramón del Valle-Inclán. Siempre será don RAMÓN MARÍA DEL VALLE -INCLÁN.