Que la humanidad es una especie condenada a la extinción, igual que muchas otras, es un hecho incuestionable, aunque a algunos está claro que los mata la prisa.
La historia siempre enseña a quien esté dispuesto a aprender. China es un paradigma de las sucesivas crisis demográficas por tomar malas decisiones, además de por evolución social. A falta de hembras, a punto estuvieron de tener que meterla en el agujero de un ladrillo. Entre el control de natalidad impuesto a la población con métodos contraconceptivos; bajo amenazas, exclusión de oportunidades y gravámenes insostenibles, a la prevalencia de una sociedad patriarcal se le sumó el infanticidio como fenómeno cultural a la hora de ejecutar a recién nacidas, con la más que previsible consecuencia de constituir un país en el que excedían en hombres y adolecían de mujeres. Tampoco es que hayan cambiado mucho las cosas: apenas se oye en Occidente de mujeres prominentes en ningún ámbito, ya sea social, académico, empresarial, etc. En China la mujer simplemente tampoco existe.
Pero lo de Afganistán ya no hay por dónde cogerlo. Primero expulsaron a la mujer de la escuela y la universidad. Luego las taparon de la cabeza a los pies con un burka, no vaya a ser que un hombre se sienta tentado a relacionarse antes con una mujer que con una camella. Más tarde las encerraron en casa, condenadas al ostracismo y la inexistencia. No bien eran condenadas a ser más exiguas que una sombra, les prohibieron hablar porque su voz ofende las orejas de los cavernarios, y para rematarla, toda vez establecido que no podían estudiar, a falta de mujeres facultativas, ahora han determinado que no pueden ser atendidas por un médico que sea hombre. O dicho de otro modo, si enferman, que no sea grave porque si no se mueren sí o sí, y si resulta ser una epidemia infecciosa, activan la autoinmolación por arsenal bacteriológico, contagiando a los hombres y arrasando con los talibanes.
La prudencia no tiene precio; para todo lo demás está la estupidez del talibán elevada al cubo. Con una misoginia que los devora cual lengua de fuego, sólo comparable a la misandria de las feminazis, se condenan a la desaparición, a no ser que tengan pensado reproducirse por esporas.
La pregunta del millón es qué tiene esto que ver con el concepto de “les otres afganes”, y no, no se trata de una burla ni de un planteamiento inclusivo, sino de la más lamentable realidad. Tiene mucho que ver con que ese resentimiento ciego hacia la mujer la hace al mismo tiempo inaccesible, de modo que, mientras desprecian a la mujer, aunque sólo sea considerada como un elemento reproductivo, la necesitan para perpetuarse.
Pero, prisioneras del sistema y su morada, son absolutamente inaccesibles y, cuando estos machotes invocan la necesidad de ir a putas, ni eso tienen: parece ser que sólo pueden ser abusadas por un bruto, de modo que bien por el talibán.
Aunque no se quedan en dique seco, no. Como sucedáneo, utilizan niños a los que feminizan. Los prostitutos ignorados, aquellos huérfanos a los que ninguna ONG defiende y de los que nadie se acuerda. Estos niños invisibles son ataviados como mujeres, abusados y prostituidos hasta que, en su crecimiento, comienzan a desarrollar los obvios rasgos masculinos. Entonces pasan a ser considerados homosexuales y, sin remedio, condenados a la horca.
Claro, aparte de la absoluta ausencia de ONG's reivindicando sus derechos, tampoco se ve a feministas neomarxistas ni colectivos LGTB defendiendo a la mujer afgana, a la infancia puteada, ni a las distintas identidades sexuales, pero claro, el gobierno afgano no da subvenciones, y es que, como dijo el escritor estadounidense George R.R. Martin, los peores lobos y a los que hemos de temer son aquellos que llevan piel de humanos.