En corto y por derecho

El Adversario

Jean-Claude Romand, un hombre aparentemente respetable que decía trabajar como médico en la OMS en Ginebra, asesinó el 9 de enero de 1993   a su esposa Florence a golpes con un rodillo. A continuación disparó a sus dos hijos: Caroline de 7 años y Antoine de 5. Tras limpiar  la escena del crimen, visitó a sus padres, comió con ellos y los mató a tiros. Luego intentó asesinar a su amante, Corinne,  finalmente regresó a su casa y la incendió; como remate trató de suicidarse tomando barbitúricos pero los bomberos lo rescataron. La investigación posterior reveló un hecho asombroso,  Romand no era médico ni trabajaba en la OMS. Pasaba los días que supuestamente trabajaba en parkings de autopista, cafeterías, bibliotecas o paseando por los bosques del Jura. Cuando decía viajar al extranjero por trabajo, realmente se quedaba en hoteles cercanos al aeropuerto de Ginebra. Financiaba su vida mediante estafas, vendiendo falsos medicamentos contra el cáncer y prometiendo inversiones ficticias en Suiza. Aunque fue condenado a cadena perpetua salió de la cárcel en libertad provisional en abril de 2019. Actualmente vive en la  Abadía de Notre-Dame de Fontgombault bajo estrictas medidas de vigilancia.

Este increíble historia fue narrada en 2000 por el escritor francés Emmanuel Carrére en su libro ‘El adversario’, una forma eufemística de llamar al maligno. Carrére asistió al proceso e investigó la vida del asesino para tratar de entender los oscuros rincones de su alma. Algo similar ha intentado hacer el escritor Luisgé Martín con José Bretón, que asesinó y quemó a sus dos hijos menores, en el libro ‘El odio’. Martín ya había tocado temas escabrosos, o directamente de mal gusto, en sus libros ‘¿Soy yo normal? Filias y parafilias sexuales’ y  ‘El amor del revés’.

La publicación de ‘El odio’ y su posible retirada del mercado tras una denuncia de la madre de los niños asesinados ha generado una controversia sobre los límites de la libertad de expresión. Desde mi punto de vista el libro no debe prohibirse, dejando en manos del lector la decisión.  Los antecedentes de Martín como escritor, de imposible comparación con Carrére, me inclinan a no leerlo.