La frase hecha “duda razonable” es ampliamente utilizada por abogados y policías, así como en el lenguaje coloquial. Pero con frecuencia los humanos pasamos de lo racional a lo irracional sin causa que lo justifique. Incluso las mentes más brillantes. Cavilaba yo esto al desembocar en la plaza de Santo Domingo, recordando que este había sido el barrio de alguien a quien siempre he admirado: don Tomás Bretón. El año pasado se cumplió un siglo de su muerte y sigue de alguna manera vivo en su obra como todos los grandes autores. Cuando sucedió, seguramente se pondrían de luto las manolas. La catedral del género chico, que era El Apolo, se oscurecería a los sones de la habanera triste de la Verbena de la paloma. Y desde Radio Madrid, Selica Pérez Carpio recordaría que Julián tenía madre.
Tomás Bretón ingresó en el Conservatorio con la ayuda del maestro Arrieta, el autor de la ópera “Marina”, siendo pensionado para ir a Roma. Entre otras responsabilidades, fue director del Conservatorio, trabajó para el éxito de la Sociedad Artístico-Musical de Madrid, y fue elegido para la vicepresidencia y posteriormente la presidencia de La Asociación de Escritores y Artistas Españoles. Además se propuso sacar adelante la ópera española componiendo algunas como “Los amantes de Teruel”, “Garín” o “La Dolores”. Sin embargo, y a pesar de su fama, su gran éxito fue “La Verbena de la Paloma” sobre el texto de Ricardo de la Vega que a su vez estaba basada en un cuento de Tomás Borrás. Pero las cosas no fueron tan lineales como parecen.
Tomás Borrás, escritor muy conocido y amigo de Ricardo de la Vega, frecuentaba la tertulia de una imprenta que solía publicar sus obras. Conocía bien a todos los empleados y un día se fijó en que uno de ellos llevaba una temporada cabizbajo a pesar de su buen humor habitual. Preguntó si le sucedía algo y le comentaron que eran problemas de amores, que estaba enamorado de una chica que vivía con una tía suya que la había recogido junto con su hermana al morir los padres de estas. El problema estaba en que frecuentemente la pareja reñía por los celos de él que, entre riña y riña, veía cómo su novia se los alimentaba para castigarle. En esta ocasión, ella había accedido a salir con un farmacéutico con fama de mujeriego, aunque ya bastante desvencijado, pero que vivía holgadamente, por lo que el pobre Julián estaba más preocupado que de costumbre. A Borrás aquella historia le inspiró un cuento que publicó con un cierto éxito y al que tituló “El secreto farmacéutico.” Ninguno de los actores de la tragicomedia se molestó. Como puede verse, nada de secreto y nada parecido a lo que sucede ahora con eso de la protección de datos. El caso es que la historia también gustó a Ricardo de la Vega que sobre este relato, escribió un libreto para una zarzuela. En fin, que entre amigos, tampoco había problema con eso de los plagios. En lo que sí lo hubo fue en el título, pues llegó a barajar tres: “La verbena de la Paloma”, “El boticario y las chulapas” y “Los celos mal reprimidos”.
A pesar de la fama del escritor, el texto fue pasando de compositor en compositor sin que acabase de convencer a ninguno. También la fue encargada al maestro Ruperto Chapí que tenía bien ganada fama de ser popular y penetrar en el espíritu castizo, pero finalmente declinó el proyecto aduciendo que la historia contada carecía de interés. Por fin el libreto es encargado a Bretón a pesar de la alarma de los entendidos, que estaban convencidos de que el músico salmantino estaba en una onda de muchos más altos vuelos y que en absoluto podría conectar con el espíritu de una zarzuela a lo castizo. En principio no iban descaminados. A pesar de ello, el compositor aceptó inmediatamente el encargo porque afirmó que se sintió conmovido por el dolor del protagonista. Y llevó a cabo el proyecto con tanto entusiasmo, que la partitura estaba finalizada en diecinueve días. Lo que consiguió fue convertir una zarzuela en un acto, en un gran espectáculo musical con rango de opereta. Y no olvidemos que pertenece al “género chico”, que es el grupo de zarzuelas que tienen una hora o menos de duración.
Pero volvamos al encabezado de este artículo. El día del estreno en el Teatro Apolo, con la sala llena y los músicos en sus puestos, sube al foso Bretón con semblante demacrado y expresión descompuesta hasta el punto que el primer violín se levanta y va hacia él para cogerle de un brazo. Inquieto le pregunta: “maestro, ¿qué le sucede?” A lo que Bretón, con un hilo de voz, responde: “Prepárese, porque esto va a ser un rotundo fracaso.”