Como vimos en la parte 1, el problema real no es tanto el crecimiento de ambos extremos, sino la percepción ciudadana de que el gobierno actual es incapaz de resolver las crisis urgentes del presente. Por ejemplo, desde la mirada de la extrema izquierda, el centro no aborda suficientemente las desigualdades económicas y sociales, lo que lleva a reclamar una subordinación más amplia de lo privado al interés público. Mientras tanto, para la extrema derecha, la solución pasa por un proteccionismo radical frente a fuerzas externas que se perciben como amenazas.
Aunque esto es profundamente preocupante, el verdadero problema no es el auge de los extremos en sí. El riesgo está en interpretar su desarrollo como una ruptura irreversible de la sociedad, cuando en realidad puede entenderse como un choque hegeliano de tesis y antítesis que, al enfrentarse, podrían dar lugar a una nueva síntesis: un nuevo orden político no surgido de una guerra civil, sino del conflicto dialéctico.
Lo verdaderamente preocupante ocurre cuando uno de estos polos pierde fuerza, cuando deja de haber un equilibrio o una tensión fértil entre ambos. Si uno de ellos domina por completo y deja de existir confrontación, el sistema deja de ser un espacio de debate y se convierte en una flecha lineal que avanza en una sola dirección, sin mirar atrás, oprimiendo a quienes quedan debajo. En ese momento, no hablamos solo de polarización política, sino de una fractura social global. Es un abismo que ya no se podrá superar porque cuando el poder absoluto se instala en uno de los extremos, enfrentarlo sin recurrir al conflicto violento se vuelve prácticamente imposible porque es entonces cuando la sociedad se fragmenta, no por la existencia de diferencias, sino por la incapacidad de transformarlas en algo nuevo y compartido.
Hasta ahora, todos los países europeos se han centrado en castigar a los partidos de extrema derecha a través de medios legales, institucionales o constitucionales. Sin embargo, en lugar de eliminar estos extremos, estas acciones sólo han generado un mayor apoyo hacia ellos. La ciudadanía percibe que el gobierno actual no permite el avance del cambio, y empieza a verlo como un obstáculo más. La libertad y la resiliencia no provienen de la ausencia de conflicto, sino de la capacidad para enfrentarlo y transformarlo. La verdadera amenaza no es la existencia de polos opuestos, sino la renuncia a la posibilidad de una síntesis.
En Alemania, a pesar de que la agencia nacional de inteligencia (BfV) ha clasificado al AfD como una entidad "extremista", el partido ha experimentado un aumento significativo en el apoyo popular. Mientras tanto, el Tribunal Constitucional de Rumanía anuló la primera ronda de las elecciones presidenciales de 2024. Sin embargo, esta decisión fue vista por muchos como un intento de las élites de bloquear a las fuerzas anti-establishment, lo que ahora está alimentando el apoyo a un candidato aún más radical y pro-ruso: George Simion.
El reto, entonces, no es eliminar los extremos, sino crear las condiciones para que el conflicto entre ellos se procese de forma constructiva. Sin embargo, parece que ya estamos lejos de eso: la ciudadanía se ve subordinada a este movimiento radical de derechas y no encuentra motivos claros para resistirse, debido a la falta de valores firmes.
Aun así, hay esperanza. El 11 de mayo, para celebrar el Día de Europa, los jóvenes, junto con el apoyo de Equipo Europa, demostraron en la concentración por una Europa frente a los ultranacionalismos su deseo de una Europa más democrática y más europea. Solo siendo tan firmes como los nacionalismos se podrá construir un nuevo orden capaz de defender Europa y sus valores, y de hacer frente a peligros existenciales como el imperialismo ruso o la pérdida de confianza en su principal aliado, Estados Unidos.
Como advirtió Hegel, la síntesis surgirá de las cenizas de un orden que ya nadie controla.