Hace unos meses, mi vida profesional dio un vuelco: tras casi tres años de espera, finalmente mi título de odontóloga fue homologado. Esto significa que estoy habilitada para el ejercicio profesional en España.
Es por eso por lo que les voy a contar un poco de mi historia.
Me gradué hace 21 años en una universidad pública de Argentina. Al principio, me dediqué a la práctica privada, pero con el tiempo mi vocación me llevó por otros caminos: prioricé la formación continua, el trabajo comunitario y en el sector público. Me especialicé en gestión de servicios sociosanitarios, salud pública y odontología comunitaria. También me involucré en la docencia universitaria, tanto de grado como de posgrado, y colaboré como voluntaria en diversas organizaciones del tercer sector.
En 2015, comencé a trabajar en cooperación internacional. Desde entonces, viajé a países como Burundi, República Democrática del Congo y República Centroafricana. Allí, además de brindar asistencia, formé equipos técnicos locales en odontología comunitaria y salud pública —en contextos donde la sanidad pública prácticamente no existe—, trabajé en hospitales, y desarrollé un proyecto propio de prevención de patologías orales en niños en escuelas. También inicié investigaciones en el área.
¿Por qué les cuento todo eso?
Porque durante tres años continué con mi vida profesional, pero fuera de España. Aquí no podía ejercer. Y como yo, hay muchas personas que han estado en ese limbo, esperando durante años. Profesionales motivados, con conocimientos y capacidades que podrían aportar tanto a este país. No lo digo para destacar mi caso, sino como ejemplo de una realidad compartida por muchos: profesionales altamente capacitados, ya formados, deseosos de trabajar en su área de expertiz, pero que por gestiones burocráticas no pueden hacerlo.
Hoy, miles de expedientes de homologación siguen pendientes de resolución. Detrás de cada uno de ellos hay una vida, una historia, una vocación. En algunos casos, la espera puede llegar a extenderse hasta cinco o seis años.
Para mí, homologar significó mucho más que un trámite: cambió mi vida profesional y personal. Puedo volver a hacer lo que llevo más de 20 años haciendo: usar mis manos para sanar. Solo que ahora también puedo hacerlo en el país que elegí para vivir.
En septiembre comencé a dar clases de Salud Pública en el grado de Odontología en la universidad donde trabajo. El primer día me emocioné. Al fin puedo compartir mis conocimientos, abrir debates en clase, mostrarles a los futuros colegas que hay un mundo donde el acceso a la salud no está garantizado, y reflexionar juntos sobre las desigualdades globales.
Es impresionante cómo un simple trámite puede transformar tanto la vida de alguien. Lo que siento desde que puedo ejercer como odontóloga en España es difícil de poner en palabras. Alegría, sí, pero sobre todo alivio: el alivio de poder trabajar de lo que elegí hace tantos años, en lo que es mi vocación y mi pasión. Pero también siento tristeza e impotencia por todos los profesionales que aún no pueden hacerlo.
Mi apoyo a todos ellos, y si hay alguno en estas condiciones leyendo del otro lado, no pierdas la esperanza, sigue adelante hasta que lo logres.