Fronteras desdibujadas

El árbol de la esperanza

Está muy en boga la filosofía del "mindfulness" y la importancia de vivir intensamente en el presente, con la cual comulgo, pero sin restar importancia a los hechos del pasado que te marcan y te enseñan. Uno de estos ocurrió en mi vida un domingo de resurrección: 

Esa mañana, aún entre sueños, escuché las voces de mi esposo y mi hija tratando de despertarme para ir a misa. Abrieron la cortina de la ventana que da al jardín trasero, y de repente, los exclamaciones de asombro comenzaron:

—¡Qué hermoso! ¡No puedo creerlo! —dijo Pedro, lleno de emoción—. ¡Gabriela, ven a ver! ¡Es imposible! ¡Qué bella es la naturaleza!

—¡Mami, está nevando flores! —añadió Gaby con entusiasmo.

—¡Es igualito a los Cherry Blossoms de Nueva York! ¡O los almendros de España! —remató Pedro.

A pesar de mi deseo de seguir durmiendo, la curiosidad me venció. Abrí los ojos y me asomé a la ventana. Y allí estaba… el milagro.

No pude evitar pensar en la resurrección de Jesucristo, en la fortaleza de un árbol, su perseverancia, su valentía, su fe, su vida que se impone contra todo pronóstico.

Paso a explicar: detrás de nuestro jardín hay un lote común con los vecinos, y allí crecía un árbol. Pero uno de los vecinos se quejaba constantemente de que sus hojas ensuciaban su piscina. Un día nos dijo, sin remordimientos, que lo había envenenado con un químico fuertísimo en las raíces.

La noticia nos entristeció, pero ya no había nada que hacer. En pocos días, el árbol se convirtió en un tronco seco, sin hojas, sin vida. El vecino habló de cortarlo, pero al no tener ya el problema de las hojas, lo olvidó, y con el tiempo, nosotros también. Su silueta marchita quedó allí, como un esqueleto de madera, esperando que el viento lo derribara.

Ese vecino se mudó y su casa quedó vacía. Pasaron los meses… tal vez un año o más.

Esta Semana Santa nos fuimos de viaje a un hotel para descansar. El sábado regresamos tarde en la noche, y ese domingo despertamos con la sorpresa: nuestro árbol muerto había resucitado.

Nunca lo habíamos visto tan hermoso, ni siquiera en sus mejores tiempos. No sabíamos que podía florecer así, con tanta fuerza, con tanta abundancia. Nuestro jardín estaba cubierto de flores, como si una delicada alfombra blanca y rosa hubiera sido desplegada sobre el césped. Realmente parecía una “nieve tropical”, como lo llamó Gaby.

No pude evitar pensar en todas esas personas que creemos perdidas, sin remedio. En aquellos que sufren enfermedades físicas o morales, en los que están envenenados por el odio, el rencor, la desesperanza. En los mendigos de la calle, los drogadictos, los alcohólicos, los olvidados… ¿No dice la gente que ya no tienen salvación?

Pero siempre hay esperanza.

Quien haya estudiado biología básica sabe que las células vegetales y las humanas no son tan distintas. Estamos hechos del mismo material, nos alienta el mismo soplo divino. La naturaleza es fuerte, poderosa y está de nuestro lado.

Siempre podemos resurgir, a pesar de los venenos, la enfermedad y la adversidad.

Levantarnos de entre los muertos, como hizo Jesús.

Florecer con intensidad, como hizo nuestro árbol.