Al igual que Sarajevo en el siglo pasado, Kiev se ha convertido en el símbolo de la resistencia y la fortaleza de Ucrania frente a su agresor ruso.
En abril de 1992, una vez declarada la independencia de Bosnia y Herzegovina, comenzaba la guerra civil en este país y el asedio de Sarajevo. Centenares de milicianos serbios sitiaron y asediaron la capital bosnia durante 44 meses, impidiendo la entrada y salida de sus habitantes y atacando indiscriminadamente a los civiles. Doce mil ciudadanos de esta ciudad fueron asesinados durante el asedio y sitio de Sarajevo y otros 50.000 resultaron heridos.
Mientras se incrementaban los ataques de los francotiradores serbios y de la artillería pesada contra la ciudad, en una situación realmente terrible sin agua, luz y calefacción muchas veces, en abril de 1993 la escritora norteamericana Susan Sontag llegó a Sarajevo para solidarizarse con los angustiados habitantes de esa ratonera ensangrentada en que se había convertido la capital bosnia. Sontag, desafiando a las bombas, los francotiradores y los ataques de morteros a objetivos civiles, pasea y visita la ciudad, arriesgando su vida, para denunciar ante el mundo el abandono y la pasividad de la comunidad internacional ante la gran tragedia que se abate sobre Sarajevo.
Unos meses después, ya abanderando la causa bosnia, Sontag regresa a Sarajevo, el 19 de julio de 1993. para dirigir «Esperando a Godot» de Samuel Beckett. La escenificación de la obra, que pertenece al género del absurdo, era una llamada de atención a los Estados Unidos, Europa y el mundo para que detuvieran la barbarie, la guerra y el genocidio bosnio. La obra se llevó a escena sin tener siquiera electricidad, sin un vestuario digno de ese nombre y con un decorado que se reducía a las lonas de plástico que Naciones Unidas repartía para cubrir las ventanas hechas añicos por las balas de los francotiradores. Uno de los actores, incluso, fue asesinado durante los ensayos previos al estreno de la obra.
Pero Godot, que era una metáfora del mismo Dios, nunca llegó y se olvidó de los habitantes de esta abatida ciudad durante tres largos e interminables años. Finalmente, los Acuerdos de Dayton (1995) pusieron fin a la guerra y al asedio de Sarajevo, aunque en el camino la contienda había dejado miles de víctimas, una enorme destrucción material, física y espiritual y la ruptura de los lazos interétnicos, familiares e incluso amistosos de décadas, me atrevería a decir que hasta siglos, entre los habitantes de la antaño multiétnica Bosnia y Herzegovina. Sin embargo, el gesto de Sontag todavía resuena en las conciencias de miles de ciudadanos de todo el mundo que nunca olvidaremos a la escritora que desafió a las bombas y a los francotiradores de Sarajevo.
Ahora, cuando se están produciendo los más duros e intensos bombardeos rusos a las ciudades ucranianas, entre ellas la ciudad mártir de Kiev, recordamos a la última de las grandes tragedias europeas, el sitio y asedio de Sarajevo, y los paralelismos no son casuales. Sarajevo se convirtió en un símbolo de resistencia para los bosnios de las tres etnias, en el emblema de la convivencia multiétnica y democrática de un puñado de ciudadanos frente a aquellos que desde la fuerza bruta pretendían imponer el regreso al espíritu tribal. La victoria moral de la causa bosnia fue pírrica, porque fue regada con la sangre de miles de inocentes, incluidos los ocho mil asesinados impunemente en Srebrenica, pero Sarajevo se salvó y hoy es una ciudad libre, democrática y abierta.
Kiev supo defenderse con las armas, cuando fue atacada por Rusia el 24 de febrero de 2022, y sigue resistiendo a los bombardeos rusos, que tratan de minar la fortaleza y capacidad de resiliencia de los ucranianos. Tres años de injusta guerra no han sido suficientes para derrotar a Ucrania, pese a los indiscriminados bombardeos rusos, y los habitantes de su heroica capital siguen esperando a Godot, pero no acaba de llegar. Estados Unidos deshoja la margarita de si decide ayudar efectivamente a Ucrania con más armas o si, por el contrario, le tolera a Rusia sus desmanes e impone a Ucrania una injusta paz a cambio de ceder territorios al sátrapa ruso, Vladimir Putin. ¿Acabará claudicando Occidente ante las demandas de Moscú y acabará abandonando la causa ucrania? Solamente Dios, o Godot, lo sabe. Seguimos esperando.