Crónicas de nuestro tiempo

La metástasis del PP

Crónica de un tumor sistémico compartido entre la izquierda impostora y la derecha traidora

Era cuestión de tiempo. La podredumbre no se puede ocultar eternamente bajo capas de propaganda y encuestas amañadas.

Tanto el PSOE como el PP -la falsa dualidad del turnismo degenerado- han vivido durante décadas cebándose en la corrupción, la impunidad y el reparto del poder. Mientras los ciudadanos sufrían, ellos pactaban la ruina del país con una sonrisa, una subvención y un puesto en un consejo de administración.

Nos hablaron hasta la náusea del “dictador”, del franquismo como cortina de humo perpetua. Pero si uno mira los hechos y no la propaganda, se da cuenta de que aquel régimen tuvo más sentido de Estado, más defensa de la soberanía nacional y menos ladrones por metro cuadrado que toda esta patulea que hoy destruye España desde dentro. Porque estos sí que son dictadores: enemigos declarados de jueces y fiscales independientes, depredadores de policías y guardias civiles leales, perseguidores de periodistas incómodos, y verdugos fiscales de los autónomos que aún creen en el trabajo honrado.

Y en medio de este teatro, aparece el personaje más ridículo del reparto: Alberto Núñez Feijóo. El eterno gallego indeciso que no se sabe si sube o baja, si va o viene, si es oposición o colaborador necesario. El hombre que quiso bailar con Pedro Sánchez en la pista de la socialdemocracia, y acabó haciendo el ridículo como pretendiente despechado.

Ahora, con el sanchismo en plena ofensiva final, y el país en vilo, Feijóo decide “endurecer el discurso”. Ya no es ese liberal progresista que soñaba con un “Pacto de Estado” para repartirse la herencia institucional con Sánchez. Ahora quiere sonar a Vox, imitar a Vox, asustar a Vox. Habla de expulsar inmigrantes ilegales y reincidentes, y mañana hablará de prohibir el burkini, y pasado mañana, de confinar las carrozas del orgullo en otras latitudes.

Pero que nadie se engañe: el votante de Vox no se vende con ocurrencias ni piruetas dialécticas. No es como los chaqueteros del PP, que son socialdemócratas los lunes, liberales los martes y progres los domingos. El votante de Vox es ideológicamente sólido, y no cambia de trinchera porque alguien le guiñe un ojo en campaña.

Feijóo, como buen colaborador necesario del desastre, llega siempre tarde y mal. Su súbita conversión al discurso duro no es convicción, es desesperación. Es la última carta del jugador que sabe que ha perdido la partida y quiere disimular su cobardía con aspavientos.

El PP está en proceso de disolución. Su nombre ya no representa nada salvo traición y decadencia. Pronto lo rebautizarán -tiempo al tiempo- como "Partido Social Liberal de Centro Reformista", o cualquier otro invento gaseoso para no ofender a nadie y poder pactar con todos. Su sueño: una confederación de repúblicas ibéricas, sin rey, pero con caciques autonómicos, y con un Feijóo presidiendo la República Gallega en alianza con Sánchez.

Ese era el plan. Pero le salió el tiro por la culata.

Y mientras el PP agoniza, Pedro Sánchez acelera su hoja de ruta: ha viajado, pactado y flirteado con todos los países del eje BRICS y del Foro de São Paulo. Su objetivo es salir de la UE, el Euro y la OTAN sin levantar sospechas. Sabe que el Tribunal de Justicia de la UE podría poner fin al chiringuito, así que prepara el plan de escape: crear una nueva alianza continental bolivariana, donde el TJUE no tenga voz, y donde ni el cohecho de Conde-Pumpido ni las tropelías de Álvaro García Ortiz ni las maniobras de su propia figura puedan ser juzgadas.

Y en esta deriva suicida, Feijóo ha sido su tapadera. Su escudo. Su mascarilla quirúrgica.

Ya es tarde para recular. Los poderes del Estado están invadidos: legislativo sometido, judicial neutralizado, mediático comprado, y una oposición cobarde que firma actas de rendición con la misma facilidad con la que vota junto al PSOE en Bruselas o en el Congreso.

Mientras tanto, Marruecos -el régimen alauita- se frota las manos. Ceuta y Melilla están en la diana, y no se descarta que también Canarias y sus aguas territoriales estén sobre la mesa en futuros trueques geoestratégicos. Y todo esto con el aplauso cómplice de un PP que se dice patriota, pero ha renunciado a defender la soberanía nacional.

Y si, por milagro, el PP ganase unas imaginarias elecciones (algo improbable), las calles arderían. La izquierda radical, los separatistas y los agentes infiltrados del caos saldrían a incendiar ciudades, sabiendo que eso justificaría la aplicación del artículo 155 en la Comunidad de Madrid, el estado de excepción o de sitio, y así suspender los derechos fundamentales. Una dictadura con coartada democrática, sostenida por una monarquía decorativa y cobarde, encabezada por el mismo que calla ante cada atropello constitucional: Felipe VI, el rey y mal hijo que abdica en silencio.

Y todo ello será narrado por la infame portavoz oficial del régimen, esa ministra de la propaganda con nombre de chiste: Pilar Alegría, rebautizada por el pueblo como Pili Juerga. La sonrisa hueca que endulza la mentira, la risa que cubre la traición, el rostro feliz del desmantelamiento nacional.