Muchas veces la memoria colectiva, por pequeña que sea, es la que se encarga de perpetuar en el tiempo el trazo humano de personajes irrepetibles. Es el caso de la Peña Taurina Félix Rodríguez de Santander, con sede al pie de la plaza de toros de la capital cántabra; con el matador de toros Félix Rodríguez Ruiz; hijo de un ferroviario palentino y de una gallega. El vaivén de la incipiente actividad ferroviaria en España, obligaba a estancias cortas en sus destinos, por parte de sus empleados. Lo que propició que nuestro hombre, naciera en Santander, creciera en Madrid, y se hiciera torero en Valencia. De donde siempre fue considerado. Un torero valenciano que nace en Santander en 1905 y muere en Madrid en 1943, así es la vida.
Cuando se tiene el infrecuente, privilegio de escuchar voces autorizadas sobre la historia de la tauromaquia; las referencias a Félix Rodríguez son claras. Un torero poderoso, con una exquisita clase y un tajante dominio de todas las suertes. Lo que lo consagraba con un fiel heredero del gran Joselito “El Gallo”, gracias a sus superdotadas condiciones para la lidia total. Eran tiempos de luto en España por Joselito y en Valencia por Granero, el toro mataba sin pedir el carnet profesional y sólo escalaban posiciones los verdaderamente dotados para tan difícil empresa. Como era el caso de Félix Rodríguez. Escalada que se corta cuando en 1928, una grave enfermedad hace que lleve a la rastra su condición taurina y humana, hasta el final de sus días, quince años más tarde. Si la memoria de inmenso torero, con grandes tardes y un sobresaliente cartel en las plazas de primera categoría del orbe taurino, ha llegado hasta nuestros días; también lo ha hecho su fama de llevar una vida descomplicada y bohemia, que recortó sobradamente su trazado vital. Sin exagerar ni ocultar nada, Félix Rodríguez sigue galleando al toro de la historia, en el bronce de su escultura, aledaña a la plaza de Santander.
Y sigue vivo en la Peña que lleva su nombre, con instalaciones modernas, siempre abiertas a socios y amigos; con exquisita acogida al forastero, que puede hacer tertulia con cualquiera, ver festejos televisados en directo o diferido, escuchar charlas y coloquios, y tomar algo en la barra de bar, que ingeniosamente disponen en el salón principal de la sede; que a su vez hace de recibidor para propios y extraños. “La Félix” como la llaman los aficionados más jóvenes es una importante arteria del Santander taurino, y en el largo invierno cántabro, el mismo corazón. Importante lección de cultura taurina nos dan estos aficionados que en la memoria de un torero que vino al mundo en su tierra, hacen sentir los latidos taurinos de una plaza y una tierra, que cuenta con el esfuerzo y el ingenio de todos, para seguir existiendo.