La relación entre la prensa y los medicamentos en España es una historia que refleja la evolución del país, de sus instituciones y de su cultura informativa. Desde los anuncios ingenuos de principios del siglo XX hasta la cobertura actual basada en fuentes científicas, los titulares sobre medicamentos han sido algo más que simples noticias: han marcado etapas políticas, han agitado mercados y, en ocasiones, han educado a la sociedad.
En las primeras décadas, hasta la Guerra Civil, los periódicos eran soporte de una publicidad directa que hoy parece casi entrañable. Jarabes para “fortalecer los nervios”, tónicos reconstituyentes y elixires “infalibles” ocupaban grandes espacios. Poco había de rigor científico y mucho de credulidad. Pero tras el conflicto, el panorama cambió: desde 1939 hasta 1975, la información sobre medicamentos fue parcial y controlada, sin rastro de sensacionalismo. La prensa evitaba toda polémica sanitaria; incluso el escándalo internacional de la talidomida apenas se trató, presentándose como una muestra de la prudencia del régimen, que siempre mantuvo que no se había autorizado en España, más que como un drama de salud pública.
El verdadero giro se produjo con la democracia. Entre 1975 y 1992, los medicamentos dejaron de ser asunto técnico para convertirse en munición política. La prensa, liberada de décadas de censura, descubrió el poder del escándalo. Titulares sobre el clioquinol – que producía ceguera- o el benoxaprofeno (Bexopron) – con fallecimientos a su espalda -, se mezclaban con acusaciones de ineficacia contra productos tan populares y eficaces como Frenadol. El célebre caso de la vacuna de la gripe de 1980, declarada “defectuosa” por algunos diarios, se utilizó para desgastar al Gobierno de la UCD. Y en 1988, el escándalo de las vacunas de la polio con baja titulación - ya con el PSOE -, que obligó a revacunar a miles de niños, llegó a las portadas con expresiones como “Sanidad tercermundista”, evidenciando que los medicamentos habían dejado de ser ciencia para convertirse en arma electoral.
En esa misma etapa, las páginas de los diarios se llenaron también de polémicas con trasfondo económico. Productos como Frenadol fueron blanco de campañas que, más allá de las dudas científicas, parecían empujadas por competidores o por sectores de la propia Administración.
Todo comenzó a cambiar a partir de 1990, con la publicación de la Ley del Medicamento y la posterior integración en la Unión Europea. La regulación se robusteció, la prensa empezó a profesionalizar su cobertura sanitaria y surgieron informes especializados, como el Informe Quiral de la Fundación Vila Casas, que ayudaron a fijar estándares de calidad informativa. Las noticias dejaron de buscar el escándalo y empezaron a centrarse en el análisis: la aparición de fármacos como la ciclosporina, que revolucionó los trasplantes, o de los nuevos antirretrovirales contra el VIH se trató con un rigor inédito hasta entonces.
Hoy, salvo casos puntuales de publicidad encubierta, la información sobre medicamentos es más fiable que nunca. Incluso los debates económicos, como los de los medicamentos genéricos o los precios de referencia y el copago, se abordan desde un terreno técnico. La prensa, como los propios medicamentos, parece haberse ‘regulado’ a sí misma.
No obstante, persiste un riesgo nuevo: la promoción disfrazada de periodismo, en las redes sociales. Los ‘influencer’ de salud patrocinados, en los que la frontera entre información y publicidad se difumina, son el recordatorio de que la independencia periodística sigue siendo una tarea inacabada.
Esto no significa que los riesgos hayan desaparecido. La presión económica de la industria y la tentación de convertir la información en marketing encubierto siguen presentes. Sin embargo, el periodismo sobre medicamentos parece haber alcanzado la madurez.
En palabras de Francis Bacon, “la verdad es hija del tiempo, no de la autoridad”. Tras décadas de titulares incendiarios y sospechas interesadas, esa verdad se impone poco a poco. En el caso de los medicamentos, y también de la prensa, el tiempo ha obrado su propia terapia.