Transitamos por los viejos caminos y campos de Castilla donde según Atonio Machado, “El Duero cruza el corazón de roble de Iberia y de Castilla”. La naturaleza se muestra generosa y bella. A la distancia se divisa el imponente Monasterio Santo Domingo de Silos, la abadía de los monjes Benedictinos. Para ellos, monjes de clausura, “el monasterio es una ventana al cielo”. Para el visitante es un refugio para el espíritu, una experiencia que eleva los sentidos con la belleza arquitectónica entre el barroco y el neoclásico y el conjunto artístico de cada recinto. Las edificaciones, los claustros, los patios, las grandes columnas dobles con sus capiteles y sus arcos reproducen la armonía en el corazón de aquél que busca la santidad en la tierra, respondiendo al llamado de Dios. La belleza es sustento del alma y un camino hacia Dios.
Los bajorrelieves de los capiteles reproducen momentos significativos de la vida, pasión y muerte de Jesús. Con recogimiento, admiramos, “La Anunciación”, “La Visitación”, “San José y su sueño”, “La huida a Egipto”, “La matanza de los inocentes”, “La coronación de la Virgen”. Muy significativo es el capitel llamado “La fe” que muestra a Santo Tomás junto con los apóstoles con rostros expresivos. De gran factura e importancia son el descendimiento de la cruz y la sepultura de Cristo. Asimismo, la sepultura de Santo Domingo fundador del monasterio, se halla en la abadía como recordatorio del gran maestro y su vida ejemplar.
El claustro románico es el centro de la actividad diaria. Allí convergen y de allí parten todas las edificaciones. En ese patio central se halla el ciprés, símbolo de la abadía y que el poeta Gerardo Diego exalta en su poema, “El Ciprés de Silos”. Árbol de vida que apunta a lo alto mientras se arraiga a la tierra, igual que los moradores de la abadía que anhelan trascender hacia las alturas mientras oran y laboran en su diario quehacer.
Enhiesto surtidor de sombra y sueño
Que acongojas el cielo con tu lanza
Chorro que a las estrellas casi alcanza
Devanado a sí mismo el loco empeño.
El llamado viene de Dios a su criatura quien responde entregando todo su ser a seguir los pasos de Jesús. En su corazón, el monje lleva esa llama de amor viva, la llama del amor de Dios a su criatura. “San Pablo no canta al amor que él siente por Cristo, sino al amor de Cristo que inundó su corazón. En la mística, el enamorarse de Dios es una experiencia inefable” (Luis A Castro. La Inteligencia Espiritual (p.59). El Papa Benedicto XV explica: “Cristo que es ‘la belleza de toda belleza’ se hace presente en el corazón del hombre y lo atrae hacia su vocación, que es el amor. Gracias a esa extraordinaria fuerza de atracción, la razón sale de su entorpecimiento y se abre al misterio” (Luis A Castro, p.31).
La vida monástica implica el seguimiento de una regla que proviene de San Benito, fundador de la orden Benedictina. Se dice de la regla que es profunda, humana y cristiana. El legado de San Benito se resume en el amor a Dios, la búsqueda de la perfección en un ambiente de hermandad. “Donde hay caridad, Dios está presente”. Cada mañana el monje reanuda sus votos.
El objetivo principal de la vocación monacal se resume en estas palabras: “Buscamos a Cristo que es nuestra paz. Nos dedicamos a la oración, a la lectura de las Sagradas Escrituras, al cultivo de la tierra, al trabajo manual e intelectual”.
Siete veces al día, la comunidad se reúne en la iglesia para llevar a cabo la labor principal de toda vida monástica: El Oficio Divino: La Obra de Dios, Opus Dei. En esta forma se santifica el día entero, inclusive la penumbra de la noche. Los monjes se consideran vigilantes de la noche. Así, siete veces al día se oye el tañido de las campanas que llaman a la oración. La primera oración se hace en la alborada con el sol naciente y la mirada fija en el oriente. La liturgia sigue el orden de la misa, lectura de las Sagradas Escrituras, consagración, meditación y comunión. “La liturgia”, escribe el Papa Benedicto, “ese misterioso entretejido de textos y acciones se había desarrollado en el curso de los siglos a través de la fe de la Iglesia. Llevaba en sí el peso de toda la historia y era al mismo tiempo, mucho más que un producto de la historia humana. Cada siglo había dejado sus huellas” (Luis A. Castro (p.169). Es conmovedor escuchar el Canto Gregoriano en las voces fervientes de los monjes Benedictinos. Cantos de los salmos en latín, una tradición muy antigua que trasciende los muros de la abadía llevando al mundo un arte musical de gran belleza. Su temática incluye el repertorio del año litúrgico. La comunidad ha grabado 160.000 discos de Canto Gregoriano.
Los monjes del Monasterio de Santo Domingo de Silos han sido por tradición creadores de cultura, servidores humanitarios, intelectuales, amantes de los libros. El monasterio se relaciona con el origen del español a través de las ‘Glosas Silenses”, comentarios escritos en las márgenes de textos latinos que son uno de los primeros testimonios del castellano. Además, los monjes hacen encuadernación e impresión de libros, trabajo de orfebrería, tallado, escultura. Trabajan en la huerta, la cocina, el taller, la oficina, la sastrería, el laboratorio, la biblioteca. Contribuyen a la sociedad con estudios sociológicos y religiosos. A través de la historia, Europa se ha beneficiado con el aporte intelectual de los monjes. Su patrimonio bibliográfico abarca amplios campos del saber. “Ora y labora” es el lema que los define. Ambas acciones motivadas por el amor a Dios, conscientes de que el amor proviene de Dios. “Él nos amó primero”, ha dicho San Juan en su evangelio. Él encendió la llama en el corazón de sus criaturas. Y de ese amor vienen la fe, la esperanza y la caridad. San Juan de la Cruz describe su experiencia mística en términos contrapuestos; “Oh cautiverio suave / oh regalada llaga. Y concluye diciendo: “Mira que la dolencia del amor, que no se cura / sino con la presencia y la figura”. Este encuentro de la criatura y su Creador se realiza a diario en el Monasterio de Silos.
Citas
Monseñor Luis Augusto Castro: La Inteligencia Espiritual. Búhos Editores, Tunja, Boyacá, Colombia. 2009. buhosed@hotmail.com