Una de las paradas obligatorias en el calendario expositivo del otoño para los amantes del arte del siglo pasado, es sin duda la muestra El Paso – Signo de una época, que luce imponente durante estos dÃas hasta el próximo 7 de enero en el regio Museo Casa Botines Gaudà de León.
Luis Feás, comisario de la muestra, ha diseñado un recorrido cronológico acotado en tres bloques complementarios, que recoge un espectro amplio en cuanto a la producción de los artistas integrantes del grupo.
Y es que la exposición, no se limita a las obras facturadas durante los años de vida de la agrupación artÃstica (1957-60), ya que abre el objetivo en aras de una visión más amplia, retrospectiva, que contempla los preceptos e investigaciones pictóricas que llevaron a cabo alguno de los integrantes de El Paso en los años precedentes al hecho fundacional.
Remata la muestra con una colección de trabajos posteriores al año 60, que conforman un epÃlogo abierto a los diferentes caminos que siguieron las sensibilidades individuales una vez disuelto el grupo.
Hasta 80 obras completan la atinada selección, nutrida en gran medida por la colección Fernán Gómez, hijo del conocido actor y director Fernando Fernán Gómez, que atesora la mejor y más completa representación privada de El Paso.
El antes, durante y después de El Paso es la disposición orgánica que nos muestra El Signo de una época, y que invita a reflexionar sobre la importancia de la aparición del grupo en medio de la larga postguerra, afianzando por fin un lenguaje vanguardista en diacronÃa con las tendencias artÃsticas europeas y trasatlánticas (fruto de la irrupción del expresionismo abstracto americano).
Fundado en 1957 por Millares, Saura, Feito, Antonio Suarez (con espacio monográfico en la muestra ya que se conmemora el centenario de su nacimiento), Manuel Rivera, Canogar, Juana Francés, y el escultor Pablo Serrano, El Paso supone una gran espacio adelante en la asunción de un discurso artÃstico, social y polÃtico actual.
El contexto español de la postguerra, donde habrÃa que encontrar el germen de esta psicologÃa de la agrupación que se fortalece para dar la batalla artÃstica – tal como apuntaba Juan Eduardo Cirlot - es un entorno cultural profundamente hostil, hermético, ajeno a los profundos cambios estructurales en la plástica posterior a 1945.
Esta fecha, al término de la Segunda Guerra Mundial, marcará también el inicio, y auge en apenas una década, del expresionismo abstracto, primer fenómeno artÃstico originalmente americano, que trasladará la capital artÃstica mundial a Nueva York, en detrimento de Paris, devastada por los conflictos bélicos al igual que toda Europa, y en recesión creativa tras décadas de liderazgo.
En nuestro paÃs transcurren los primeros años de segunda mitad de siglo, en una década culturalmente polarizada ,dividida en lo artÃstico entre el ingente talento exiliado -primero al otro lado del Atlántico y más tarde en el resto de Europa - y los grupos de artistas que arman su discurso en la escena del régimen en la inmediata postguerra.
Asistimos a la pervivencia de algunos pintores regionalistas, o epÃgonos de las primeras vanguardias, en sintonÃa con protocolos autárquicos y de hermetismo, de vuelta a viejos órdenes artÃsticos, moradores de un exilio interior, imbuidos ahora de atemporalidad y añoranza de la libertad renovadora de la preguerra.
Pero la capa detonante de la aparición de El Paso, es la de un elenco heterogéneo de artistas dueños de diversos registros, que participan de diversas tendencias incluida la nueva abstracción desde el principio de sus quehaceres, pero también del neocubismo, el automatismo o el constructivismo geométrico, sin desdeñar tampoco experiencias en la vertiente más figurativa del expresionismo.
Se ha apuntado muchas veces la falta de cohesión formal de El Paso, por la heterogeneidad y el individualismo de las personalidades artÃsticas que lo formaron; a diferencia de otras agrupaciones coetáneas como Equipo 57 o Parpalló.
El Paso ni siquiera obedece a un origen geográfico común y solo dos de sus miembros son de Madrid, por lo que a veces se ha establecido el paralelismo con la Generación del 98.
Su importancia es capital en el relato de evolución artÃstica de la segunda mitad del S.XX, conectando definitivamente la vanguardia de postguerra con un arte revolucionario y oficial a partes iguales, que intercede en la integración de la abstracción por parte del régimen, como elemento original y diferenciador de un arte español y actual.