Tiempo de pensar

Humanizar la medicina: el poder curativo del amor y la compasión

En tiempos donde la prisa y la despersonalización dominan la atención médica, una experiencia personal me invita a reflexionar sobre la necesidad urgente de devolver humanidad  a la práctica de curar.

Hace unos días llamé a un médico porque un fuerte dolor de cuello me impedía caminar. Cada intento de incorporarme me producía desmayos. La situación era urgente, pero el profesional tardó más de cinco horas en llegar.

Cuando finalmente entró en mi habitación, intenté recibirlo con una palabra amable, buscando ese gesto humano que suele aliviar antes que cualquier medicamento. Sin embargo, él no sonrió, no se presentó y, con una evidente actitud de apuro, fue directo a examinarme. En apenas unos minutos me diagnosticó y me entregó la receta médica, sin mirar demasiado más allá del síntoma. La visita no duró diez minutos. Esa escena, que lamentablemente se repite con frecuencia, me dejó pensando en cuánto necesita la medicina recuperar su costado más humano.

La neurociencia ha demostrado que la empatía, la amabilidad y la escucha activan en el cerebro los mismos circuitos del bienestar que los analgésicos  Se liberan la oxitocina, la serotonina y las endorfinas, moléculas asociadas con la calma y la confianza, sensaciones que sostienen el alma cuando el cuerpo enferma. Porque sanar no se puede lograr solo con tratamientos farmacológicos, sino también con gestos de ternura, con una mirada atenta o con una palabra que abrace.

El cuerpo no responde igual cuando se siente acompañado que cuando se siente tratado con indiferencia. El vínculo entre médico y paciente es, en sí mismo, una forma de medicina.

Esta experiencia me recordó a Patch Adams, la película inspirada en el médico que revolucionó la práctica clínica al poner el amor y el humor en el centro del acto de curar.

Patch no negaba el dolor, lo abrazaba. No trataba solo enfermedades, sino personas. Su filosofía era tan sencilla como transformadora: tratar la enfermedad no es lo mismo que cuidar al enfermo. Esa diferencia, aparentemente sutil, cambia radicalmente la manera en que los pacientes viven su proceso de sanación.

Vivimos en una sociedad donde la prisa, la eficiencia y la tecnología parecen haber desplazado la empatía. Pero la salud, como la vida misma, necesita tiempo, escucha y cercanía. Humanizar la medicina no es un lujo romántico, es una necesidad terapéutica.

Cada paciente trae consigo una historia, un miedo, una esperanza. Y cuando el profesional de la salud logra mirar más allá del diagnóstico, algo se enciende en el alma del paciente: un impulso vital que también cura.

El psiquiatra y sobreviviente del Holocausto Viktor Frankl escribió:

“El amor es la meta última y más alta a la que puede aspirar el ser humano.”

Quizás por eso, en la práctica médica, el amor ,manifestado como compasión, empatía o simplemente presencia, es también una forma de medicina. No cura solo el cuerpo: cura el alma. Demostrado científicamente por estudios en la universidad de Harvard, y John Hopkins/ Stanford/ Emory University entre otros desde el año 2000.

Escribo esto no desde la queja, sino desde la esperanza. Porque creo profundamente que la medicina , y la vida misma, pueden sanar cuando se ejercen desde la compasión. Ojalá aprendamos , esto incluye a los familiares del paciente, a mirar al otro no solo como un  cuerpo que duele, sino como un ser que siente. Quizás ahí, en ese pequeño acto de amor, esté el verdadero inicio de toda cura. Si se lograra entender que la compasión , el amor y la presencia médica no son adornos emocionales sino  intervenciones biológicas reales, que activan el sistema de bienestar, liberan hormonas curativas y reducen el estrés celular,  como la ciencia lo  ha comprobado ,que  la ternura  también cura.