Al hilo de las tablas

Otoño campero

Se acabó la música en las plazas, se apagaron sus luces, de momento. Los toros que hayan quedado en campo, presumible y afortunadamente pocos, esperan a que llegue la primavera, o serán dedicados a otras cosas. Ha llegado el otoño, tiempo placido en que las riberas se tiñen de amarillo y los prados y besanas de verde intenso, cuanto mas intenso mejor, por que ha llovido en abundancia, y el terreno es ciertamente fértil. Días en que el suelo se puebla de bellotas caídas del cielo, que si no es en exceso alimentan perfectamente al ganado. También llegan las exquisitas setas, a veces custodiadas por el ganado de lidia que no se las come, y acaban levantadas del suelo por jabalíes y demás fauna silvestre.  

Días pequeños, que exigen empezarlos con las primeras claras del día, para poder hacerlo todo antes de que se haga de noche. Tiempo en que las tardes soleadas te van llevando poco a poco a la temprana y larga noche; que te saca del campo, pues las cosas se han de hacer con la luz del sol, así es como mejor se ven las cosas. Las luces de máquinas, sólo para emergencias, y pocas. Y apenas para arrancarle a la sementera algún rato que te permita terminarla, antes de que el tiempo se meta de aguas, y así hacerla en mejor sazón. 

En el campo bravo empieza a aparecer cada mañana alguna vaca, que se cubrió tempana, con el becerrito recién lamido y puesto de pie, dando signos de que ha mamado los calostros. Lo que supone una alegría y un nuevo trabajo, al tener que ponerle el crotal y vacunarlo. Antes de que se fortalezca con el paso de los días y se haga complicado el cogerlo. También se da el caso de la vaca parida, que ha escondido la cría, y hay que buscarla, siempre en la dirección contraria al camino que ella toma. Con lo cual se duplica el trabajo, al que se suma la incertidumbre de encontrar el becerro. 

Los avances tecnológicos llegados al campo, no ahorran el repasar cada día a los lotes de vacas, los sementales que esperan ser echados a las vacas, los utreros, que han adquirido su condición de toros de saca; utreros y erales, separados y comiendo pienso dependiendo de cuando vayan a ser lidiados. Cuanto más pronto salgan a las plazas, mas han de comer.  También se maduran al sol del otoño las eralas, que durante el invierno pasaran la prueba de la tienta, en las que algunas pasaran la prueba para quedarse en casa criando, y otras acabarán sus días en el matadero, tal vez dando fiesta en festejos populares.  Y los añojos, ya separados los machos de las hembras, para ser herrado en una de las jornadas más intensas en la vida de una ganadería. 

El otoño en el campo es tiempo nuevo que darán paso a nuevas realidades. Tiempo que se abre a nuevas vidas, dejando atrás la pasada temporada y abriendo horizontes, que se abrirá al llegar la primavera.