Nacido en Madrid el 19 de mayo de 1887 y fallecido en la misma ciudad el 27 de marzo de 1960, Gregorio Marañón fue también un escritor de prosa clara y elegante, heredera del mejor ensayo español. Miembro de la Real Academia Española, cuidó el lenguaje como instrumento de pensamiento, convencido de que la precisión científica debía ir acompañada de sobriedad literaria.
Gregorio Marañón ocupa un lugar singular en la medicina española del siglo XX. Endocrinólogo de referencia, clínico riguroso y humanista de vasta cultura, supo unir dos tradiciones que rara vez caminan juntas: la observación médica minuciosa y la interpretación histórica y literaria de los grandes personajes del pasado. En esa confluencia se halla una de sus aportaciones más originales y duraderas: el estudio de las enfermedades endocrinas como clave para comprender conductas, temperamentos y destinos históricos.
Marañón no pretendió nunca reducir la historia a un diagnóstico. Rechazó el determinismo biológico y mantuvo siempre una actitud prudente, casi reverencial, ante la complejidad del ser humano. Pero estaba convencido de que el cuerpo, y en particular el sistema endocrino, deja huellas visibles en la biografía, y que el médico puede leerlas allí donde el historiador tradicional solo ve anécdota o misterio.
En obras ya clásicas como Ensayos sobre la vida sexual o El conde-duque de Olivares. La pasión de mandar, Marañón aplicó su saber endocrinológico al análisis de figuras históricas. El gigantismo, el hipogonadismo, los trastornos tiroideos o las insuficiencias suprarrenales aparecen en sus páginas no como curiosidades clínicas, sino como elementos explicativos del carácter, del ánimo y, en último término, de la acción política o creativa. En su estudio de Enrique IV de Castilla, por ejemplo, la discusión sobre una posible disfunción hormonal no busca el escándalo, sino aclarar un reinado marcado por la debilidad, la infertilidad y la duda.
La literatura también fue terreno fértil para este enfoque. Un lugar destacado lo ocupa Amiel y Mañara. Dos vidas en conflicto, donde Marañón aborda la psicología profunda de Henri-Frédéric Amiel y de Miguel de Mañara, figura histórica que inspiró el mito de Don Juan. En este libro, de tono más íntimo y reflexivo, el médico-humanista analiza la lucha entre el impulso vital, el erotismo y la conciencia moral, apoyándose en conceptos fisiológicos y endocrinos sin caer nunca en el reduccionismo. El Don Juan Tenorio que emerge de estas páginas no es solo un seductor literario, sino un hombre dominado por fuerzas interiores que la medicina puede ayudar a comprender, aunque no a juzgar.
Para Marañón, tanto en la historia como en la literatura, la enfermedad y el temperamento forman parte de una misma realidad. Los grandes personajes literarios, como los históricos, encarnan conflictos humanos universales, y el médico, atento observador de la naturaleza humana, está en condiciones privilegiadas para desentrañarlos.
Esta manera de hacer medicina histórica respondía a una concepción profundamente tradicional del oficio médico. El médico, pensaba Marañón, no debía limitarse a la técnica ni a la cifra analítica, sino aspirar a comprender al hombre entero, con su cuerpo, su alma y su circunstancia. Hoy, en tiempos de hiperespecialización y diagnósticos apoyados casi exclusivamente en la tecnología, la obra de Marañón invita a recuperar una mirada más amplia y más humana. Su ejemplo recuerda que la medicina, cuando se ejerce con cultura y prudencia, puede dialogar con la historia y la literatura sin perder rigor, y que comprender la enfermedad es, en el fondo, otra forma de comprender al ser humano.