Candela

¿Nostalgias?

«España limita al norte con el mar Cantábrico y los montes Pirineos, que la separan de Francia». Podría continuar la cosa canora y el aprendizaje con aquello de dos por una es dos, dos por dos cuatro, dos por tres seis, y así hasta el nueve por nueve ochenta y una.

Creo que, más o menos, estos podrían ser los comienzos de aquellos recitados que nos enseñaron hace muchos años a los chavales en las escuelas nacionales donde impartían enseñanza maestros que se habían formado académicamente en la Normal —así se decía, por más raro o sorprendente que hoy pueda resultar—. Una terminología, por cierto, que en España ha desaparecido pero que aún permanece viva en Hispanoamérica: recientemente leía en un periódico mexicano lo relativo a un trágico suceso en el estado de Guerrero —en México la tragedia y la vida caminan de la mano— que les sucedió a unos «normalistas», estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa.

Y me hizo pensar y recordar.

En España, los orígenes de esta importantísima institución se remontan a 1839 y su nomenclatura exacta era la de «Escuela Normal - Seminario Central de Maestros». Su primer director fue Pablo Montesinos, quien también era profesor de Principios Generales de Educación Moral, Intelectual y Física y Método de Enseñanza… ¡casi nada!

Realmente, poner el espejo retrovisor y mirar cosas de aquella época vendría a suponer retrotraerse a una historia tan pretérita, casi como pudiera ser la del hombre de las cavernas. Luego, como todo en la vida y a medida que los tiempos transcurrían, la misma institución fue adaptándose y nuevos aires de modernidad y adecuación a pedagogías más avanzadas impregnaron la filosofía de dichos centros para formación de los maestros.

Y como acontece con todo en este valle de lágrimas, pues los hubo buenos y otros no tanto, aunque creo estar en lo cierto si afirmo que la mayoría de aquellos maestros fueron personas imbuidas por el don de la vocación y representaron un importante motor para lo que ha sido el desarrollo intelectual de toda una generación que tuvimos la fortuna de recibir en las escuelas nacionales enseñanzas y valores.

Y como no vamos a caer en el absurdo error de analizar la historia con parámetros actuales —como hacen algunos réprobos dirigentes latinoamericanos cuando quieren torcer la historia y denigrar la labor de España durante la época de la conquista—, pues hemos de convenir que eran tiempos donde, no con demasiada fortuna ni oportunidad, se decía aquello de «quien bien te quiere te hará llorar» o, peor, «la letra con sangre entra».

Obviamente no voy a defender tales métodos ni prácticas. Pero, a fuer de justos, eran otros tiempos, otros valores, otras culturas y otras formas de actuar. Veamos un simple ejemplo.

«Ven, ven, que no te pego». Esta que habla era tu madre —repito, tu propia madre—, que, zapatilla mano, te conminaba a acercarte a ella para ajustar cuentas por alguna pillería que hubieras cometido. Y por supuesto que te marcaba la suela en las nalgas, siempre. Aunque lo peor era que, además de haber recibido unos cuantos zapatillazos, siempre repetía la misma cantinela: «que conste que me duele más a mí que a ti». ¿Qué juicio puede hacerse a semejante muestra de amor y sacrificio materno? Pues solo queda el de una sonrisa cariñosa y comprensiva

Pero volviendo a la cosa de los maestros, sería tan prolija la narración de las peculiaridades que concurrían en aquellas escuelas y en aquel modelo de aprendizaje —mis coetáneos entenderán esto perfectamente— que no habría espacio para precisar matices y la vasta e interesante casuística posible.

Ahora bien, puesto a hacer un ejercicio de síntesis y a modo de resumen de la principal característica respecto a las lecciones o enseñanzas recibidas y aprendidas, creo que sería el respeto.

Respeto a los padres, respeto al maestro, respeto a las autoridades, respeto por la sociedad, respeto por nuestros congéneres, a los valores, a los principios, al cura, a los mayores…

Ya, ya sé… «¡tas pasado tío…!» estarán pensando con seguridad muchos jóvenes de hoy. De esos que al profesor le tutean, que sus padres no son otra cosa que un mero e ingrato recurso financiero, que necesita sí o sí el móvil y la Tablet para poder vivir, que al primer contratiempo reclamará ayuda del psicólogo para sobrellevar su frustración o drama, que pondrá cara de bobo —y seguramente de desprecio— si le sometes a un pequeño test acerca de quién fue Dante Alighieri, la capital de Honduras, quién es el autor de la Bohème o el nombre de algún Nobel español… —por citar cosas elementales—. Pero, al tiempo que le importará un bledo no haber acertado ni una en esta elementalísima prueba, no tendrá inconveniente en manifestar su inquietud suprema —al punto de convertirse en acontecimiento imprescindible dentro del capítulo de inquietudes y con disposición al sacrificio que fuera menester— por conseguir entradas para el concierto —tampoco entiendo que se llame así— de David Guetta —por poner un inocente ejemplo— y que, por cierto, y sin ánimo de denostar, no deja de ser un pinchadiscos, como en los guateques de toda la vida

Y si le muestras tu incomprensión a esos valores —inconsistentes, banales y con tan poca enjundia respecto a la cosa formativa—, ese mismo joven te verá raro, arcaico y de otro siglo —lo cual en parte es cierto—, porque, a diferencia de él y de toda su generación, no dominas la informática, porque no te has abrazado al feminismo radical, ni al movimiento LGBT, ni al uso de pronombres de género neutro ni al multiculturalismo y, como remate, pues cada mañana al despertar no te cuestiones si ese día te identificas como varón o mujer.

En fin, quede como síntesis de esta especie de excurso por territorios de la elucubración, el pasado y la nostalgia que no soy de los que digan que cualquier tiempo pasado fue mejor. No. Aunque echo en falta valores y algunas cositas de antes —digámoslo así, eufemísticamente—, que tampoco es que hoy se prodiguen en esta nuestra sociedad, a veces tan difícil de sobrellevar.

Pero, retornando a los clásicos diremos, como Tip y Coll, la próxima semana… hablaremos del gobierno.