En 1673, Molière retrató con aguda ironía al "enfermo imaginario", un personaje obsesionado con sus males ficticios, rodeado de médicos más preocupados por el lucro que por la verdad clínica. Aquella sátira nos legó una figura inmortal: la del hipocondríaco que convierte cada estornudo en un presagio de muerte. Hoy, sin embargo, lo que más abunda no es el paciente imaginario, sino el paciente invisibilizado.
El reciente informe “A Million Conversations”, promovido por Sanofi y presentado con el respaldo de múltiples organizaciones sanitarias y sociales, constituye una bocanada de aire fresco en el panorama de la salud pública. Su propósito no es menor: restaurar la confianza de los colectivos vulnerables en los sistemas sanitarios. Porque, aunque España presume —con razón— de un sistema universal y eficiente, las grietas se ensanchan allí donde la estadística deja de ser homogénea: en la periferia, entre minorías étnicas, personas con discapacidad, o mayores dependientes.
La iniciativa no se limita a la retórica. Se articula en torno a tres pilares sólidos: el diálogo transformador entre pacientes y profesionales, la educación como motor de protagonismo del enfermo, y la formulación de políticas públicas apoyadas en pruebas sólidas. Se han recogido testimonios, realizado encuestas y celebrando talleres con un objetivo común: entender por qué tantos ciudadanos se sienten fuera del sistema que debería acogerlos.
El resultado no sorprende a quien haya pisado una consulta en las afueras o intentado solicitar cita en un ambulatorio. Falta personal, tiempo, acceso y, sobre todo, escucha. Mientras algunos se quejan de la frialdad de la atención médica, otros ni siquiera tienen acceso a ella. Y en este sentido, "A Million Conversations" da voz precisamente a quienes suelen quedar fuera del relato.
Pero volvamos a Molière. ¿Qué diría aquel personaje si viviera hoy? Probablemente seguiría visitando especialistas, haciéndose pruebas innecesarias, confiando ciegamente en lo que le receten —aunque sea medicina alternativa—, mientras una mujer con discapacidad no puede entender su diagnóstico por falta de accesibilidad cognitiva, o un joven migrante prefiere no ir al médico por temor a ser maltratado o incomprendido.
Vivimos un tiempo paradójico: en los foros sanitarios se habla de "paciente experto", de "autonomía", de "salud digital", mientras la realidad se impone con su crudeza: barreras lingüísticas, digitales, geográficas y sociales que separan a la medicina del paciente real. No del paciente ideal, ese que gestiona su historial en una app, sino del que espera varias horas en urgencias para ser despachado en tres minutos.
"A Million Conversations" no pretende sustituir la estructura institucional ni reemplazar a las autoridades sanitarias, pero sí incomodarlas —y eso es saludable—. Porque cuando las grandes empresas farmacéuticas, habitualmente caricaturizadas como villanas de bata blanca, se ponen a escuchar a los olvidados del sistema, algo se está moviendo. Quizá por estrategia reputacional, quizá por responsabilidad corporativa... Pero lo cierto es que lo hacen, y lo hacen bien.
Ahora bien, uno no puede evitar cierto escepticismo ilustrado: ¿cuántas de estas conversaciones llegarán a materializarse en cambios reales y sostenibles? ¿O acabarán como tantas estrategias sanitarias, adornando informes que se citan mucho y se aplican poco?
Mientras tanto, el enfermo imaginario sigue buscando diagnósticos en Google y exigiendo pruebas innecesarias, mientras el enfermo real —el que no levanta la voz— espera a que alguien, en efecto, lo escuche. Y si lo escuchan desde un laboratorio farmacéutico antes que desde su propio centro de salud… quizá debamos empezar a revisar nuestros prejuicios.