Madrid-París

Mi columna

Creo prudente empezar hoy que me estreno en esta andadura, hablando del porqué del nombre de esta columna y lo que desde ella se va a pretender transmitir.

Madrid-París fueron unos grandes almacenes no exentos de vicisitudes y cortapisas durante la construcción de la obra como en los nueve años de su existencia. Menos de una década duró el glamour de este gran establecimiento, pues en la canícula de 1933 cerraron definitivamente sus puertas. Fue la primera gran superficie que hubo en Madrid, situada en plena Gran Vía madrileña, exactamente en el emblemático número 32. Se construyeron entre los años 1922 y 1924 por el arquitecto D. Teodoro Anasagasti. Estos grandes almacenes abrieron sus puertas el 3 de enero de 1924. Fueron inaugurados con gran boato y lujo por sus Majestades, Alfonso XIII y Victoria Eugenia, títeres por esa época de la dictadura militar del General Primo de Ribera.

En ellos se podían comprar todo tipo de artículos, desde los más exquisitos y sofisticados perfumes y suntuosas joyas hasta artículos de caza o los últimos diseños en moda procedentes de París. Se dice que se podían encontrar artículos donde sus precios oscilaban entre 5 céntimos y 100.000 pesetas de las de entonces. Abrirían sucursales en provincias limítrofes a Madrid, por ejemplo, en Cuenca y Albacete en ese ir y venir financiero hacia las pérdidas o hacia las ganancias. Todo lo que buscabas y no encontrabas en otra parte, allí lo hallabas. Las personas de bien que se acercaban por el foro para resolver algún asunto desde provincias, husmeaban en estos grandes almacenes y traían una lista de encargos de parientes y amistades. Como curiosidad tenían varios coches último modelo para el reparto domiciliario, copiando el patrón de las galerías Lafayette tan en uso en nuestros días.

Tal fue la fama que alcanzó entre las clases acomodadas de la época que a los trasteros de las casas o ese cuarto donde se guardaban las herramientas y utensilios para el bricolaje, los denominaban “el Madrid-París”. Estos cuchitriles de primeros menesteres se custodiaba generalmente bajo llave y en ellos se guardaba desde la sierra de cuerda para cortar el hueso del jamón para el cocido hasta alcuzas, clavos, velas, y un sinfín de elementos y utillajes de emergencia para las pequeñas y extraordinarias tareas domésticas, y un sitio que conocían todos, cerca de la puerta y bien a mano, el cable de cobre que protegía la instalación eléctrica haciendo las veces de fusible y que se rompía cuando se iba la luz. Anteriormente, estos cables eran de plomo y con el calor producido por el aumento de intensidad de la corriente se fundían. De ahí el dicho: se han fundido los plomos. Entonces eran muy habituales estos aumentos de intensidad de la luz que producían apagones en las casas.

De ese recuerdo y término ambivalente de "Madrid-París", toma el nombre esta columna. Hace referencia a la idea de la miscelánea de temas que se pretenden tratar, pues hablaré de una parte de touto revoluto que atañe para bien o mal a la buena gente de nuestra sociedad que da mucho para escribir. Claro, en todas las épocas se “cocieron habas” y “se mandó a freír espárragos” a reyes, políticos y vasallos. Aparte, no creo que el hombre o la mujer actual sean ni más buenos ni más malos, por lo menos desde la civilización sumeria hasta nuestros convulsos días.

Hay unas épocas históricas que dan mucho más que hablar que otras; esta época donde se cuestiona todo da mucho juego para los escribidores, quizás porque la tecnología nos ha llevado a una sociedad más informada, más transparente o mucho más intimidatoria, según la procedencia ideológica del actor, pues hay opiniones para todos los gustos.

Espero no defraudar a los lectores con mis apreciaciones sobre esta sociedad tan variopinta.