La receta

“Los medicamentos no curan”: una mentira peligrosa

En ciertos círculos escépticos o partidarios de corrientes naturistas, se ha repetido una afirmación tan rotunda como errónea: “los medicamentos no curan, solo alivian síntomas, o son perjudiciales”. Esta consigna, envuelta muchas veces en un halo de desconfianza hacia la medicina moderna y adornada con retórica pseudocientífica, merece una respuesta firme y documentada.

Pocas revoluciones médicas han tenido el impacto de la aparición de los antibióticos, en particular la penicilina. Descubierta por Alexander Fleming en 1928 y desarrollada clínicamente en los años 40, la penicilina transformó infecciones que antes eran mortales —como neumonías, faringitis estreptocócicas o sífilis— en cuadros curables. No hay que irse muy lejos en la historia para encontrar a familias que perdieron hijos por una simple amigdalitis o una herida infectada: hoy, gracias a estos fármacos, son problemas fácilmente tratables.

Y si hablamos de enfermedades infecciosas, los tratamientos curativos contra la hepatitis C en la última década han supuesto un cambio de paradigma. Gracias a antivirales de acción directa, en apenas unas semanas de tratamiento puede lograrse la curación completa del virus en más del 95% de los casos. No hay intervención naturista que pueda siquiera acercarse a estos resultados.

Pero la medicina no solo cura; también previene y prolonga la vida con calidad. Las vacunas son, sin duda, uno de los ejemplos más poderosos. Gracias a ellas, enfermedades devastadoras como la viruela han sido erradicadas, y otras como la poliomielitis, el tétanos o el sarampión se encuentran bajo control en gran parte del mundo. ¿No es acaso una forma superior de curación evitar que la enfermedad siquiera aparezca?

Tampoco es necesario contraponer ciencia y tradición. Muchas plantas medicinales han sido, de hecho, el origen de principios activos valiosos, desde la morfina hasta la digitalina. La diferencia está en el método: la medicina científica no se basa en intuiciones ni creencias, sino en pruebas, ensayos, datos reproducibles y vigilancia continuada.

En las últimas décadas, hemos asistido a un fenómeno preocupante: la expansión de teorías conspirativas relacionadas con la medicina, impulsadas por desconfianza institucional, redes sociales y un clima generalizado de incertidumbre. Durante la pandemia de COVID-19, entre un 20% y un 25% de personas en países desarrollados llegó a creer que el virus fue creado deliberadamente, incluso se afirma que el virus no existe, porque nadie lo ha visto. En paralelo, entre un 5% y un 10% expresó ideas antivacunas extremas, como la sospecha de que contenían microchips o eran instrumentos de control social.

Este tipo de creencias no son nuevas, pero en el pasado quedaban acotadas a círculos marginales. Hoy, gracias a plataformas como YouTube, TikTok o Facebook, alcanzan a millones en cuestión de horas. En sociedades tradicionales, el sentido común colectivo y el prestigio de los profesionales solían actuar como filtros. Hoy, esa jerarquía del saber ha sido erosionada, y cualquier voz —por desinformada que esté— puede tener más influencia que un médico o un científico.

Frente a quienes sostienen que “ningún medicamento cura”, conviene responder con serenidad, pero con firmeza. La realidad, respaldada por millones de casos reales y décadas de investigación, demuestra lo contrario. La farmacología moderna ha curado, cura y seguirá curando enfermedades. Y allí donde no puede curar, ayuda a prevenir, a aliviar y a vivir más y mejor.

Y, como no me gusta terminar sin dejar una sonrisa en los labios de mis lectores, voy a contarles una anécdota real de publicidad, muy poco o nada engañosa, sobre Coca-Cola que se lanzaba por los altavoces en los partidos de futbol en el Brasil de los años 60 del pasado siglo: “sifilítico, Coca-Cola non cura, mais qué frescura”